Por: César Mauricio Olaya/ Esta semana, como sucede todas las semanas del año en Colombia, ha sido una semana de celebraciones: celebramos el segundo año del gobierno del presidente Gustavo Petro (con certeza que muchos se ocuparán de sus balances, sus desahogos, sus frustraciones y sus trampolines a la amenazas de fantasmas reeleccionistas); celebramos tres medallas de plata en los Juegos Olímpicos y de paso, se pondrá en la palestra la crisis y las debilidades que el apoyo al deporte registra nuestro país; seguimos celebrando las fechas patrias de las batallas libertarias (Pienta, Ventaquemada, Paipa y Puente Boyacá) y para nosotros, los loquitos que somos felices celebrando la vida, celebramos el día nacional del cóndor (nuestra ave nacional), además con una cerecita en lo alto del pastel y es que esta celebración vino acompañada con el nacimiento del primer cóndor en cautiverio, resultado de un trabajo delicado, comprometido y muy científico adelantado por el equipo de expertos de la Fundación Jaime Duque.
Con la última de las celebraciones y mientras disfruto de un café bien santandereano de Casa Gómez, cultivado en el Municipio de Pinchote, les cuento que yo también viví mi propia celebración, pues todavía con el frío calado en los huesos, les reporto que mi celebración tuvo que ver con la feliz experiencia que representó mi propio encuentro, no con uno, sino con ocho cóndores, volando sobre mí en su propio escenario natural, el Páramo del Almorzadero.
Una celebración que reviste todas las expresiones de alegría, toda la revolcada de esa pasión que nos mueve a los pajareros y que nos lleva a no escatimar esfuerzo alguno, cuando de buscar eso que en nuestro lenguaje llamamos ¨bicho¨ se trata y es que el motivo no es menor, si se tiene en cuenta que cifras muy optimistas y censos realizados en todo el territorio nacional, estiman que hoy en nuestro país, escasamente sobreviven menos de 100 cóndores, lo que significa y así se corrobora en el Libro Rojo de las Aves de Colombia, que nuestra ave nacional se encuentra en Peligro Crítico de Extinción.
De hecho, la principal alarma sobre la dimensión de esta situación, se determina a partir de que en la hermana república de Venezuela, esta ave ya fue declarada extinta y como en la obra de Berthold Brecht, la amenaza ya entró en la casa del vecino y pronto tocará a nuestras puertas.
Acciones que valen oro
De acuerdo a los resultados de los censos, y esto debería ser motivo de exaltación y de orgullo de territorio, en el Páramo del Almorzadero, en las altas geografías de Santander, se registra la mayor población de cóndores de todo nuestro país, lo cual no significa que con ello, toda amenaza esté conjugada, pues esta bandera que hoy se enarbola, es el resultado de un largo proceso que combina el trabajo a sol y sombra de una entidad privada como lo es la Fundación Jaime Duque y tras una incansable tarea de educación ambiental, hoy se suman a este logro, un grupo de 18 familias campesinas de las veredas El Salto, Cruz de Piedra y El Mortiño en el municipio de El Cerrito.
Una historia que comenzó hace cerca de seis años, cuando en la estación de bomberos de El Cerrito, se reportó el encuentro de un campesino de la zona con dos cóndores que aparentemente se encontraban enfermos, quizá envenenados, una práctica qué junto con la caza, levantaban la más grande de las amenazas contra el Rey de los Cielos.
Su rescate suscitó el interés de la Fundación Jaime Duque, una organización sin ánimo de lucro, articulada en tres sectores, uno de los cuales tiene como eje la educación para la conservación de la naturaleza.
El trabajo mancomunado de expertos veterinarios que atendieron la emergencia. lograron, en esa ocasión, devolver a la vida a los agonizantes animales y de paso, encendieron la mecha de la Fundación que de inmediato, puso los ojos en la región y convirtió la defensa del cóndor, en su bandera institucional.
Visitas tras visitas, conversaciones con la comunidad, estudios del territorio, censos de esta y otras especies de la región, fundamentaron el inicio de las acciones en territorio, cuyo primer objetivo fue precisamente la compra de predios en los territorios que deberían por naturaleza pertenecer al cóndor.
En el segundo renglón del proceso de intervención, vino el tema de la educación y la concientización de las comunidades, para quienes el cóndor seguía siendo visto como una amenaza para su ganado, especialmente ovino, el cual muchas veces se vio victimizado, en una culpa que recaía sobre esta ave qué, por su tamaño y presencia, era fácilmente objeto de todos los señalamientos.
Instalando cámaras trampa en las zonas de mayor presencia de las ovejas que permanecían la mayor parte del tiempo por fuera de sus corrales, se pudo tener la evidencia que el gran culpable de las frecuentes muertes de las ovejas, eran principalmente los perros ferales, animales qué, por muchas razones, fueron abandonados por sus dueños y conformaron “tribus” entre ellos mismos, convirtiéndose prácticamente en animales salvajes.
Con esta conciencia confirmada, se creó una estructura de orden cooperativo bajo el nombre de Asociación Campesina Coexistiendo con el Cóndor, a través de la cual la Fundación inició un trabajo de apoyo con construcción de cercados, reservorios para el parto de sus ovejas, cultivos de aromáticas y estructuración de un proyecto de servicios turísticos ecológicos que hoy avanza a pasos agigantados en la zona.
El vuelo del cóndor
Volviendo al eje de esta experiencia compartida, debo empezar por contarles una historia de varios capítulos, pues el sueño de ver y retratar el cóndor, el ave más grande del planeta, pasaba por su cuarto intento de mi parte.
En el primero, debí contentarme con apreciar su presencia ayudado con unos binoculares, pues su vuelo fue muy distante para el alcance de mi lente.
Un segundo intento, pasó por una travesía que implicó inmensos esfuerzos físicos, pues fueron casi cuatro horas recorriendo el páramo, en terrenos quebrados de alta montaña, donde respirar era todo un reto, si se tiene en cuenta que el promedio de altura sobre el nivel del mar, nunca estuvo por debajo de los 3.800 metros. El resultado: tres de ellos, a una distancia menor que la primera vez, que por las condiciones de la neblina presente, no auguraban un resultado optimista en términos fotográficos.
La tercera que se creía la vencida, se dio en el área de la Reserva de la Fundación y en esa oportunidad, literalmente se rompieron todas las expectativas, pues tuvimos a una pareja volando a menos de cinco metros sobre nuestras cabezas, solo que al momento de esa maravillosa oportunidad, equipado con un lente de largo alcance, era tal su cercanía que no hubo forma de que aún con la mínima distancia focal del lente (200 mm), era imposible tomarlo completo y no hubo una foto que compositivamente me dejara satisfecho.
Finalmente, el día habría de llegar y como si se tratara de una compensación a las anteriores frustraciones, el Rey se hizo presente junto con todo su séquito: cuatro hembras juveniles, una hembra adulta, dos machos jóvenes y el macho alfa. Transcurrieron casi dos horas, donde ni la altura, ni el viento, ni el frio, lograron vencer la emoción del espectáculo brindado.
Por todo y por más, brindo por la vida, brindo por el Rey de los cielos y brindo por la preservación de esta especie.
Si usted quiere vivir esta experiencia, no deje de contactar a los guías locales de El Cerrito. Ellos estarán dispuestos para usted, brindándoles la acogida merecida, con una sola exigencia: el respeto.
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*Comunicador Social y fotógrafo.
(Esta es una columna de opinión personal y solo encierra el pensamiento del autor).
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Contactos:
Carlos Grimaldos: Guardapáramos de la Fundación Jaime Duque (Celular: 311 5403562)
Doris Amilde Torres: La Casa del Cóndor, Vereda El Mortiño (Celular: 310 5674233)