Por: César Mauricio Olaya/ La comunicación humana tiene recursos que en muchas ocasiones permite derrumbar inmensos muros y propicia el necesario feedback o retorno positivo del mensaje: un gesto, un signo, una sonrisa, una actitud y me atrevería a asegurar que una palabra que termina siendo comprendida por la mayoría de las audiencias: Café.
Y voy a comenzar por mis propias vivencias en viajes a territorios donde es evidente que no existe la menor posibilidad de entablar un diálogo, pues el idioma, creería es ajeno tanto al emisore como al posible receptor.
Turquía es uno de esos países que todos deberíamos conocer, estoy seguro que no hay país con tan variopinta baraja de opciones para disfrutar a plenitud un viaje y allá me vi, una mañana fría, en la Colina Camlica, una de las siete que enmarcan a Estambul y sin duda un maravilloso observador de los dos territorios que configuran la esencia de un país dividido y compartido por las culturas europea y asiáticas.

Pues bien, qué podía hacer mejor que buscar un lugar donde tomarme un café caliente y disponerme a disfrutar de la vista. Obvio que no hablaba un gota de turco, pero bastó entonces con acercarme a la vitrina y decir la palabra mágica ¨CAFɨ, para que de inmediato, con una amable sonrisa, el propio dueño del negocio se dispusiera a preparar la bebida solicitada, siguiendo una técnica milenaria que comienza con la escogencia de un café variedad exclusivamente arábica, una molienda extremadamente fina y una preparación que exige la mayor dosis de paciencia que cualquier otro método, pues la bebida debe pasar por exactamente siete hervores, servirse y aceptar el lenguaje de señas de beberla muy rápidamente.
Quiero un café vienés

Recorrer Viena y tras pasar varias horas disfrutando de la gran experiencia de encontrarme con la exposición itinerante de Monet en el Museo Alberta, nada podía brindar un mejor complemento que terminar la tarde con un delicioso café vienés, que tenía como un referente vinculado al arte y la alta cultura.
Para disfrutarlo, debía ir al más simbólico y nombrado de los cafés de esta hermosa ciudad y por ello me encaminé directamente hacia el Café Central, un edificio de corte republicano, con una particular iluminación amarillenta y una elegancia que me sorprendió al extremo. Allí obviamente y viendo que la palabra CAFÉ era absolutamente visible, pedí mi anhelado néctar de los dioses.
La carta de variedades me fue ofrecida y nuevamente la barrera del idioma me complicaba la comunicación. Quería un Café Vienés, pero no sabía cómo pedirlo, pues el menú estaba en el idioma nativo, más cercano al alemán que a uno que me permitiera hacerme entender y aparecían opciones como Kaffemik que presumía podía ser un café con leche… descartado. Sería entonces un Schwarzer que en la fotografía se veía como un café con una capa de crema… descartado. ¿Sería entonces el llamado Grosser Brauner?… pero veía en el menú señales de ser una especie de Capuchino… descartado. Al final, terminé recurriendo a una fórmula salvadora: ¨American Coffe¨ y sí, me sirvieron un americano corto, que el solo gusto me indicaba que no había diferencia en un café tipo McDonald: una bebida caliente, amargosa y sin mayores calidades.
Para mi vergüenza y desconcierto, muy pronto habría de enterarme que el llamado ¨Café Vienes¨, más que una preparación o una bebida en específico, corresponde a una dinámica cultural y social; pues en esta ciudad, disfrutar de un café vienés es sinónimo de contar con un espacio para leer un libro, participar en una tertulia o simplemente, pasar el tiempo acompañado de un café preparado de cualquier forma.
Acá se sentaba Kafka
En alguna oportunidad, un avezado periodista le preguntaba al genial Kafka por su reconocido gusto por esta bebida, a lo que el escritor contestó sin rubor alguno en su augusto rostro: ¨para mí tomarme un café, es simplemente una repulsiva necesidad¨.
Que un café haya sido el trampolín inspirador de La Metamorfosis, de ninguna manera es una premisa descabellada, sabiendo el tiempo que permanecía en distintas cafeterías de la hermosa Praga.

El Café Louvre, hoy es un restaurante no muy amplio, pero generosamente decorado bajo el concepto Art Nuoeau. Se dice que era uno de los preferidos del novelista representante de la literatura existencialista. Allí pude por fin disfrutar de un café europeo, donde la presentación supera al gusto y donde particularmente, se ofrece la opción de disfrutar por un término máximo de veinte minutos y una tarifa especial, de beber el elixir en la misma mesa donde se sentaba el autor.
En el mundo nos entendemos
Podría extenderme más en un tema apasionante sobre la cultura universal del café, los viajes y esta bebida, en el sincretismo cultural que se deriva de su disfrute y muchas historias y experiencias vividas, donde el café ocupaba el rol de protagonista; no obstante, he querido dejar para el final un ejercicio que me propuse a hacer, compartirles algunas formas de nombrar el café alrededor del mundo:
- Albania: Kafe
- Alemán: der Kaffee
- Bangladés: Café
- Corea: Keopi
- Checoslovaquia: Kava
- Dinamarca: Kaffe
- Francia: Café
- Grecia: Kafés
- Irlanda: Caffe
- Japón: Kookii
- Malta: Kafe
- Marruecos: Koffie
- Rusia: Kofe
- Rumania: Cafea
- Suiza: Kaffe
- Ucrania: Kavy
Y, por último, Colombia: ¡siga y se toma un cafecito!… ¿Con cuántos cubos?, ¿lo quiere con panela?
Sobre este tema en nuestra próxima columna cafetera nos detendremos ampliamente, pues obvio que es necesario poner sobre la mesa el hecho de que, en Colombia, el primer país productor de café suave del planeta, se consuman en la mayoría de las casas, un café de tercera categoría y en muchos casos, hasta “envenenado”. ¡Salud!
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*Comunicador Social y fotógrafo.