Por: Paola Guarín/ En los últimos años hemos visto una vertiginosa creciente de estadísticas y escándalos de violencia sexual sin respetar edades, estratos sociales, nacionalidades, credo o religión, tomando como ejemplos en Hollywood los hechos relacionados con el productor de cine Harvey Weinstein, el director de cine Roman Polanski y el actor Bill Cosby; en el ámbito deportivo los sucesos que tienen en mira al club deportivo River Plate o el infortunio suceso del médico olímpico Lawrence Nassar con las gimnastas olímpicas de EE.UU., sin olvidar el hecho atroz cometido por más de cuatro hombres a una mujer en estado de indefensión, denominado como La manada en España y por último, pero no menos importante, las victimas en Chile por el caso Karadima al interior de la iglesia Católica.
Nuestro país no es ajeno a estos crímenes atroces, tales como el reciente abuso contra niña de tres años, el hecho repudiable cometido por Rafael Uribe Noguera a su víctima Juliana Samboni y en nuestra región santandereana se evidenció en menos de 48 horas el caso de tortura y violencia sexual en el municipio de Curití cuya víctima esta vez fue una menor de 11 años de edad encontrada con signos de tortura y violencia sexual.
En Colombia, si bien existen mecanismos jurídicos que castigan severamente este tipo de conductas reprochables y antisociales, es evidente que la violencia sexual parece ser un asunto de fondo sobre diagnosticado, siendo fundamental cuestionarnos acerca de su naturaleza para construir conocimiento adecuado sobre este fenómeno social en la realidad cotidiana de todos los actores sociales y generar alternativas de prevención primaria al interior de las familias como primer núcleo fundamental de la sociedad.
Por otra parte, se evidencian alarmantes índices de menores abusados, ya que según estadísticas del Icbf y de la Fiscalía General de la Nación, cada hora existen 50 menores de edad aproximadamente víctimas de abusos sexuales o actos sexuales en todo el país, donde se destacan un hilo conector entre las agresiones sexuales: el acoso sexual, la violencia intrafamiliar, la trata de personas; demostrando que la violencia sexual no es un hecho aislado en el tejido social sino que, por el contrario, es un fenómeno demasiado frecuente que no se explica por la «enfermedad» de unos pocos sino que se constituye en un producto de la confluencia de una multiplicidad de factores en la sociedad como ausencia de mecanismos de prevención, falta de educación sexual en todos los niveles de escolaridad y ausencia de procedimientos que garanticen un tratamiento adecuado a las víctimas de este tipo de violencia.
Pese a los grandes esfuerzos por fomentar la equidad de género en nuestro territorio nacional e incorporar en el reciente acuerdo de paz, objetivos trasversales en pro de abolir las conductas de inciten violencia sexual en el posconflicto armado, existe una premisa donde las féminas (sexo débil como lo tildan algunos masones del machismo nacional) representan a ese 70% de víctimas sometidas a todo tipo de actos atroces donde sus grandes victimarios se encuentran perfiles como amigos, familiares o tal vez desconocidos donde en mucho casos les ha caído todo el peso de la ley o en su defecto, como toda excepción a la regla, también brilla en algunas circunstancias la impunidad.
Este fenómeno de violencia va en aumento como es evidente en los medios de comunicación y las constantes denuncias registradas en los órganos judiciales; demostrando la necesidad de tomar medidas preventivas y urgentes desde nuestros hogares, donde se inculque un dialogo directo y sin tabús con los niños, como quiera que el respeto y la mitigación de focos de violencia en todo sus aspectos, sea una constante como herramienta de comunicación.
Así mismo, deben todas y cada una de las ramas del poder público, como también en la gobernanza local y regional, tomar cartas en el asunto y emprender la construcción de un tejido social donde las víctimas dejen de ser un tabú o sean re-victimizadas, brindándose un adecuado tratamiento donde se protejan derechos como la dignidad humana, la verdad y el acceso a la justicia eficiente y efectiva.
Pensemos hacia el futuro, en la herencia que deseamos dejarles a nuestras próximas generaciones y ante esta reflexión no podemos permitir que hechos enfermizos de violencia sexual se masifiquen, debiendo para ello emprender acciones preventivas al interior de nuestro entorno como también exigir acciones contundentes y severas como la castración química obligatoria a los actores de estos delitos y por qué no, exigir al próximo gobierno de turno que sus propuestas incluyan mecanismos educativos y judiciales para el tratamiento idóneo de las víctimas y así se reduzcan estos casos en lo largo y ancho del territorio nacional.
Correo: paolaguarin1985@gmail.com
Twitter: @Bupagu