Por: Andrea Guerrero/ De seguro hemos escuchado a algún político colombiano referirse a sí mismo como “políticamente incorrecto”. Este comentario pretende rechazar las prácticas de la política colombiana, tan reconocida está última por su mermelada, corrupción, populismo, amiguismos y demás vicios políticos.
Hay numerosas acepciones del término política. Aristóteles se refería a la política como una actividad inherente a la naturaleza humana cuyo fin es la búsqueda del bien común. A partir de Tomas de Aquino se vincula el concepto a la ética, afirmando que el hombre ya no sólo buscará su propio bien, sino el bien común. Ahora bien, Maquiavelo separa la política de la moral y de toda definición religiosa y filosófica, y considera que su fin es “la búsqueda del poder por el poder mismo”. Lo importante es el fin y no los medios para llegar a él.
Si bien en nuestro país la política se degenera en politiquería con frecuencia, considero importante abordar lo que significa aquel término, para establecer si acaso la política en sí misma es perversa o, por lo contrario, beneficiosa para una sociedad. Ahora bien, dentro de las acepciones exploradas observamos que las posturas difieren y que no siempre la política es vista con buenos ojos.
En nuestro país en particular, las personas no tienen una buena imagen de la política. Con frecuencia se asocia a la corrupción y a la mentira. Todo con justa razón, ¿quién se atrevería a decir la política funciona bien en nuestro país? Cuando la realidad nos demuestra que la política es un instrumento para aprovecharse de forma egoísta del poder, obteniendo una ganancia de forma ilegal a costa de lo público.
Recientemente escuché la percepción que el historiador israelí Yuval Noah Harari tiene sobre este tema, él afirmaba que “la política nunca es solo acerca de la verdad”. Partiendo de la idea de Harari, los colombianos nos concederíamos un gran favor si no confiáramos ciegamente en la forma en que se ejerce la política, porque, con frecuencia, la honestidad está fuera de la mesa y la mentira está servida.
Ahora bien, esto no significa que nos debamos disociar de ella, por el contrario, es imprescindible reflexionar sobre los asuntos que nos conciernen a todos, es nuestro derecho y deber. Después de todo, renunciar a hacer política es renunciar a ser libre. Nuevas formas de hacer política surgirán, además el próximo año serán las elecciones presidenciales, probablemente muchos se resignarán a que entre el diablo y escoja, pero confío en que los cambios sociales son posibles si estamos dispuestos a generar los espacios de diálogo necesarios.
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*Estudiante
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