Por: Juan David Almeyda Sarmiento/ La crisis por la pandemia sigue generando catástrofes. Mientras en algunas partes del mundo los brotes cada vez son esporádicos, la enfermedad se controló y los mecanismos de seguridad permitieron una reactivación de la cotidianidad, Europa es un ejemplo, Oceanía otro y Asia, a pesar de ciertos nuevas noticias que propagan más pánico del que se quisiera, no deja de ser un ejemplo en el manejo interno del virus.
Latinoamérica es el nuevo foco de la Covid-19, sumando a Estados Unidos, algo que poco a poco consume la ya precarizada situación de los países del sur, del centro y del norte de América, exceptuando Canadá.
La salud, la administración, la economía y demás estructuras sociales que llevaban años manteniéndose por la mera fe de los ciudadanos en una oxidada noción de sistema democrático representativo, la pandemia sacó a la luz todo esa ineficiencia pública y privada que estaba debajo de la mensa latinoamericana, exceptuando a Paraguay y a Uruguay, que han mantenido a cierta raya la enfermedad.
Por lo demás, los países de este sector del mundo parecen haber aceptado que, para que pueda seguir girando la rueda social del tercer mundo, es necesario que exista un sacrificio humano, el cual, en primera instancia deben pagar las clases menos favorecidas.
La muerte de las clases sociales sumidas en la pobreza es el primer punto en la agenda política, su sacrificio hará que los mínimos humanos para el funcionamiento interno de la sociedad se mantengan; sin embargo, cuando este sacrificio acabe, viene la segunda ofrenda, a saber, las clases medias.
Ya comienzan a notarse dentro de las calles las ruinas empresariales en que se han convertido los sectores comerciales. Bares, restaurantes, hostales, atracciones y demás puntos que se mantienen gracias a la confluencia de personas comienzan a sentir el peso de la pandemia, sin dejar de lado las economías invisibles que realmente son las que permiten la reactivación económica de un país, como lo son las fábricas.
Es cierto que la Covid nos enseña acerca de las prioridades humanas a la hora de administrar la economía del hogar; no obstante, la idea de una idea escolástica del ascetismo convierte la cotidianidad en una mera vida atada a la necesidad, destruye la luxación del diario vivir en una figura de el mínimo necesario y nada más, algo que destruye la delgada línea entre el disfrute de la vida y la autoinmolación de la necesidad.
Más allá de la idea de que la mayoría de estos locales componen una clase aburguesada, confundiendo erróneamente un pequeño-mediano empresario con un conglomerado industrial, dos cosas muy distintas tanto en teoría como en práctica.
Estos negocios están compuestos por una clase proletaria con acceso a cierto poder adquisitivo, lo cual convierte a estas pequeñas empresas en intentos por mantener una vida más allá de los monopolios empresariales que dominan el contexto colombiano.
La lucha de estas empresas pequeñas es la de sobrevivir para poder ofrecer un servicio más allá de la titánica capacidad monopolizante de las empresas grandes, las cuales al final de la pandemia saldrán como las victoriosas, sin rivales menores no habrá mayor opción que comprarles a ellos.
Todos los lugares que se pierden en la crisis implican un retorno a la pobreza como imposición estructural de un poder hegemónico, se impone como una necesidad de un sistema biopolítico de dominio de unos sobre otros bajo una cualidad meramente económica.
Todo aquel que nazca con dinero tiene el permiso de ser rico, de lo contrario, debe estar atado a la necesidad de la pobreza (contrario a la dignidad de la pobreza), de ahí la necesidad de observar las pequeñas empresas que cierran, puesto que son nuevos pobres que facilitaran el ejercicio del poder de los ricos en un sistema cada vez más mediado por la necesidad.
Filósofo
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