Por: Libardo Riaño Castro/ Hace poco celebramos nuestro insigne 20 de julio, la fiesta nacional que evoca los hechos históricos que desencadenaron la gesta de nuestra independencia.
Por televisión vimos el acto de instalación de las sesiones del congreso para este último cuatrienio acompañado del lánguido y cuestionable discurso del nuestro desacreditado presidente, que vaticino así su salida de la Casa de Nariño, siendo ovacionado por un Congreso que tiene mas del 85% de desaprobación, según las encuestas.
Este episodio, propio de la pantomima política a la que los gobiernos populistas de Latinoamérica nos tienen ya acostumbrados, en los que culpan a los demás de los males que ellos mismo provocan. Lo cierto, es que lejos de preconizar un último año de gobierno en donde se vislumbre un rayo de esperanza para nuestra nación, el panorama parece más escatológico, que paradisiaco en materia de gobernabilidad, pues en la palestra de posibles lideres que puedan conducir sabiamente los destinos de nuestro país, lo que vemos es simplemente más de lo mismo.
Pues si analizamos detenidamente el devenir de Colombia en los últimos años, la tendencia del partido de gobierno es satanizar a todos los que se les opongan a sus tesis, independiente de la inclinación ideológica que se tenga, todo lo que huela a contradecir a la derecha del país, es anclado en un discurso que les ha dado buenos resultados en las campañas presidenciales pasadas, pues con la saga del “Castrochavismo” que emergió como el caballito de batalla eficaz en época de elecciones, se ha sostenido el Centro Democrático en el poder en este último decenio con sus aliados políticos que sostienen la oligarquía colombiana.
No debemos dejar de reconocer que la izquierda también ha tenido una pálida actuación, pues aunque no ha sido protagonista de una presidencia en la historia de Colombia, sus contantes divisiones, y la mala imagen que internacionalmente se le ha dado al socialismo, no ha logrado consolidarse como una opción con posibilidades reales en las elecciones presidenciales, y siempre terminan alejándose de la casa de Nariño, ante las segundas vueltas en donde salen a flote los fantasmas del frente nacional, y las rencillas entre los partidos de Ultraderecha y Derecha moderada, liman sus asperezas y terminan dándole el giño al candidato oficialista para continuar quedándose con el pastel, esa es la deplorable historia política de nuestro país, anclado en las mismas practicas clientelistas que en antaño hicieron de la maquinaria política estuviera al servicio de la oligarquía, y que ahora reciben otro nombre, pero funcionan de igual manera.
Bajo este contexto abrumador, la única que sale perdiendo es la Democracia, pues queda desacreditada, desvalorada, ya que es utilizada por esa minoría que ha hecho de la política un negocio lucrativo.
Esta borrascosa historia contemporánea colombiana, no tiene un origen mediático, sino que le precede un prefacio que se adentra en nuestro pasado decimonono, en las épocas del centralismo y del federalismo y las luchas intestinas por alzarse con el poder, que se convirtieron en las llamas que alimentaron las diferencias del antiguo Bipartidismo de mitad del siglo XIX, y comienzos del siglo XX.
Desde nuestra genética histórica, cometimos un craso error, no formamos una nación, sino que primero se fundo el Estado, y esa pugna por el control político trajo como consecuencia, la violencia, el clientelismo, la desigualdad, y el mirar al “otro” con odio y con resentimiento.
No fundamos una patria con elementos que nos unieran, con un discurso que alimentara el lenguaje unisonó, sino que, por el contrario, los antiguos partidismos, desencadenaron la violencia endémica que hizo erupción con el “Bogotazo”, y luego esa misma hecatombe, formo la oligarquía por medio del Frente Nacional, eliminando cualquier oposición a como fuera lugar, para conservar el poder.
El gran problema de Colombia fue y siempre ha sido ese, que la política desde nuestros comienzos fue vista como un medio de ascenso social, de alcanzar estatus económico, y no como lo que es por su naturaleza filosófica y jurídica. “un medio de servicio” Nuestra clase política fue en el pasado, lo mismo que es ahora, una clase mezquina que solo piensa en sus intereses y en los intereses de los sectores que la sostienen en la cima social y del poder.
Es por esta simple razón, que el panorama pinta para lo mismo: no cambiará en nada, quizás cambien los nombres, pero en el fondo, el mismo “ethos” político tradicionalista, seguirá sosteniendo este proyecto de patria llamada Colombia, y digo proyecto, porque el proceso de formar una nación, que históricamente correspondió a los siglos XVIII y XIX, en el caso colombiano, quedaron debiendo varios elementos que en su momento no permitieron consolidar una patria con bases sólidas, como por ejemplo el tema de la reforma agraria, que nos hubiera ahorrado mas de medio siglo del conflicto interno.
El país más que nuevos nombres para la presidencia, requiere nuevamente de una regeneración política, como la que ocurrió en 1886 con el presidente Rafael Núñez, pero no, emulando su contenido conservador, clerical y tradicionalista, sino una regeneración desde lo educativo, lo social, lo cultural, que sincronice fuerzas sociales, que permitan formar una nación, que entienda los caminos de la globalización, pero que no abandone su derrotero histórico, que consolide un gran discurso holístico nacional, en donde todas las fuerzas progresistas, sectores independientes, lideres sociales, jóvenes, empresarios, campesinos, trabajadores, gente de todas las clases y condiciones soñemos porque no “una utopía” llamada Colombia, en donde podamos por fin, conjugar verdaderamente las letras de nuestro himno en la praxis, y no simplemente en la retorica musical, que muchas veces carece de sentido.
Debemos como colombianos devolverle el valor a la Democracia, no solo por medio de las urnas, votando a conciencia, sino también utilizando los mecanismos de participación ciudadana, educándonos y formando los valores que queremos para nosotros y para nuestros hijos. Este es el legado que deberíamos dejarles a nuestras futuras generaciones de colombianos, porque si nos callamos, si, dejamos que los mismos nos gobiernen, la historia nos seguirá condenando, llamándonos “macondo” el país donde la realidad supera la ficción.
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*Docente, Comunicador Social, Educomunicador.
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