Por: Rubby Flechas/ Hoy Emma cumple 21 días. Veintiún agotadores y amorosos días donde hemos ido aprendiendo a conocernos a través del llanto, los arrullos y la alimentación. En esta, la Semana Mundial de la Lactancia Materna les cuento mi primera experiencia con esta actividad tanto mitificada como idealizada.
Desde el inicio de mi embarazo empecé a preguntar y leer todo lo que encontraba sobre los dos temas más temidos sobre los primeros meses de un bebé. El sueño y la lactancia.
Alrededor de la lactancia encontré una comunidad donde la forma en la que alimentas al bebé te define como madre. La calidad de madre tiene su propio ranking en la lactancia del que nadie habla directamente. Un escalafón que te mide dependiendo si amamantas; si te extraes y ofreces con biberón, cuchara, vaso o jeringa; o si se da leche de fórmula. Y este es el primer obstáculo para una verdadera lactancia exitosa. El miedo a no poder amamantar.
Se supone que lactancia exitosa es aquella donde se conjuga una lactancia efectiva y una buena experiencia. Pero ese tipo de lactancia nos la vende con un fantasma dentro que nos habla sobre todos los mitos y terrores alrededor de dar teta. Nos dicen que, si no producimos leche, el bebé morirá de hambre y justo el bebé baja de peso los primeros días. Nos dicen que no debe doler, pero resulta que los primeros días nos duele.
Y por otro lado nos dicen que hay otras formas de alimentar al bebé de manera complementaria que no duele y que nos garantiza una alimentación exitosa, que para una madre puede ser una salvación, más que un atajo. Básicamente, nos predisponen para renunciar antes de haber comenzado.
En mi corta experiencia, cada día que pasa es un día logrado, y eso es suficiente, independientemente de la decisión muy personal sobre cómo alimentar mientras haya sido tomada desde el amor y sin egoísmo, a pesar de que la leche materna sea el alimento ideal. Cada casa tiene sus espíritus, y no somos quienes para juzgar con un hecho todo lo que implica ser madre.
Emma nació por cesárea de emergencia a las 4 de la mañana (otra joya de la corona de quienes ligeramente consideran que quienes no pujaron no parieron, a pesar de que el parto abdominal o cesárea también cuenta como parto, e igual debemos no solo pasar por el posparto, sino por una posoperatorio que implicó una incisión de lado a lado del abdomen por siete capas de tejido) y estaba adolorida y abrumada. Mi esposo estaba lidiando con el papeleo, con el traslado a una habitación para la recuperación, la revisión neonatal, y con una pequeña bebé que dormía en sus brazos.
Al segundo día los dos estábamos agotados porque nadie duerme bien la primera noche. Ese día era su control de peso y había bajado un 6% del peso inicial. Sabíamos por la teoría que era normal, pero cuando uno se convierte en la estadística no importa lo preparado que haya llegado allí.
Tu bebé bajó un 6% de su peso en 24 horas, y el instinto de supervivencia y de protección te dice que no es hora de hacer nada heroico ni de demostrarle nada a nadie.
El médico recomendó leche de fórmula como alimentación complementaria posterior a la toma directa mientras me “bajaba la leche” y todas las horas de teoría leídas y charlas con mi esposo sobre qué decisión tomaríamos si nos daban esa opción se fueron a la basura. Le dimos leche de fórmula luego de ofrecerle el pecho durante un día entero hasta salir de la clínica mientras yo usaba un extractor manual para estimular el proceso.
Esas primeras extracciones fueron “dolorosas”, y un poco difíciles, particularmente porque estaba realizando algo por primera vez. Algo que se supone debe ser perfecto, pero que realmente no se sentía así.
Ya en casa, mi esposo hizo las respectivas compras del tarro de leche y unas gotas de prebióticos tal y como decía la orden médica. Abrimos tres veces el tarro de fórmula para ofrecerle al bebé hasta que despertamos del letargo.
Era normal que Emma hubiese bajado de peso, veíamos que estaba tranquila incluso antes de ofrecerle la fórmula. Y, sobre todo, sentía que el dolor – que podía ser más hipersensibilidad traducida en dolor -, aunque no era lo ideal, era algo normal y era algo en lo que debíamos trabajar pacientemente.
Nos dimos cuenta que tal vez ya no era necesario el complemento, que con las tomas que había tenido era suficiente. Y hasta el día de hoy no volvimos a abrir el tarro.
Decidimos probar lo que las profesoras de lactancia recomiendan. Hacer extracción y ofrecer diferido en vaso, cuchara o jeringa. Con el extractor también dolía, pero menos. Así que turnamos ofrecer pecho y dar en diferido. Resultó ser un alivio para todos.
Emma quedaba satisfecha, yo podía descansar del nivel de dolor mientras mi cuerpo se acoplaba a su nueva función y mi esposo estaba feliz alimentándola con leche materna en vez de fórmula. Ocho largos días donde la crema de lanolina fue mi mejor aliado para aliviar las molestias, y mi esposo el mejor apoyo para hacer lo que mi instinto me indicara sin miedo y, sobre todo, sin culpas.
Al cuarto día pudimos reducir la toma por diferido al día. Al octavo día logramos acercarnos a esa supuesta lactancia exitosa luego de haber experimentado todas las formas de alimentación y en el control de peso, Emma recuperó el 6% perdido más unos gramos extra que celebramos como el primer logro de los tres en la larga maratón de la lactancia.
Hablan de que el agarre es lo fundamental. Pues por más teoría sobre cómo hacer un salto triple, nadie puede hacerlo sin acompañamiento, apoyo, persistencia, paciencia y horas de ensayo y error. Exactamente igual es la lactancia.
Es demasiado pedirle a una mujer que tenga una lactancia exitosa en sus primeras semanas como mamá cuando está transitando por atender a un bebé recién nacido en paralelo con una recuperación del parto que implica reacomodación de órganos, regulación hormonal, empezar a descubrir el nuevo cuerpo después del parto, nuevos picos hormonales, y en los casos de parto abdominal, transitar en paralelo por una recuperación de una intervención quirúrgica que puede tardar hasta un año en sanar, y toda una presión social y familiar que se presentan a veces como jurados en vez de redes de apoyo.
Todos hablan de las bondades de la leche materna, de la importancia de la lactancia y la necesidad de fomentarla. Tanto el sistema de salud como los profesionales tienen su bandera pro lactancia lista para hondear. Pero la realidad suele ser otra.
Nos dimos cuenta que el miedo es el motor más grande en los momentos de angustia y vivimos cómo la primera respuesta del sistema de salud – incluso pre pagado – es ofrecer un suplemento, recomendando mantener la lactancia, sí, pero un suplemento al bebé en vez de apoyar y alentar a la madre para establecer, fomentar y sobre todo tranquilizar a los padres frente al proceso de lactancia en vez de dejarlos en la cuerda floja con sus miedos.
Tal vez este enfoque sea uno de los responsables de que 2 de 3 mujeres abandonen la lactancia en los primeros quince días. A pesar de que mi experiencia ha sido exitosa – hasta el momento- , la primera semana fue tan agotadora, y la leche de fórmula estaba tan cerca, que era tentadora.
Todas las mujeres y todos los bebés son diferentes, todas las experiencias únicas, pero en lo que somos casi iguales es que el cuerpo es sabio, y el bebé también. Contadas excepciones, los dos tienen la capacidad tanto para alimentar como para recibir el alimento. Pero si no es cómodo ni agradable, también hay formas de resolverlo antes de llegar a la leche de fórmula.
Efectivamente la leche materna es el mejor alimento para los bebés, pero no necesitamos morir en el intento. Tampoco necesitamos obligarnos ni presionarnos. Todo lo que no fluya nos puede afectar negativamente en el proceso tanto de lactancia como de recuperación.
En las primeras dos semanas aprendí que es normal sentir todas las posibles emociones negativas que hacen querer tirar la toalla o sentir que no es posible. Incluso cuando creí que ya lo había logrado, al día siguiente había que empezar de cero. Manejar la frustración fue la segunda lección, aunque no la he aprendido todavía, porque los brotes de crecimiento son una carrera de obstáculos igualmente retadora, que, como todo, aumenta de dificultad.
En mi experiencia, la definición de lactancia exitosa ha sido contar con una red de apoyo, aunque a veces sólo fuera mi esposo, que me alentó a escuchar a mi cuerpo, a no forzarme, a establecer mis límites, a buscar soluciones alternas (como el extractor y las cremas para el dolor), a saber, que no necesito juzgarme ni a sentir culpa o remordimiento si no era lo perfecto que debería ser. A mantener mis decisiones más allá de las opiniones de terceros, y a cambiar de opinión si es lo que me da tranquilidad.
Lo exitoso ha sido tener la libertad de poder transitar a través de la frustración el dolor, la incomodidad, los miedos y la angustia con la calma, el amor y la persistencia que requieren todas las situaciones y decisiones importantes de la vida. Especialmente la de una nueva y hermosa vida que acaba de florecer.
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*Economista, especialista en gobierno, gestión pública, desarrollo social y calidad de vida.
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