Por: Yessica Molina Medina/ Es una paradoja que un cura resulte mucho peor que la misma enfermedad que debe frenar. Pero en este caso ni siquiera se trata de una cura real, sino de un mal en sí mismo. Un mes de paro y sus consecuencias ya son más graves que la razón por la cual fue convocado: la reforma tributaria. Una reforma que, como lo dije en la columna anterior, no era oportuna. En todo caso, tres días después del inicio del paro, acertadamente el presidente Duque la retiró y ofreció concertación para tramitar una ley que permita recaudar los fondos para cuadrar la caja luego de tantos meses de pandemia. Y, más aún: el ministro de Hacienda renunció.
Según un informe de Portafolio, en tres semanas el paro le costó al país 10 billones de pesos, a razón de 484.000 millones diarios. Claro, vías bloqueadas, comercios cerrados, vandalismo, etc., se traducen en pérdidas billonarias. Y estas, a su vez, se traducen en pérdidas de empleos porque muchas empresas no pueden vender sus productos, bien porque es imposible transportarlos, o bien porque ya no encuentran materia prima (toda está estancada o perdida, en el caso de los perecederos).
Y se traduce en más pobreza: que una empresa deba cerrar no es una mala noticia solamente para la clase “alta del país”, para los dueños del gran capital. Es peor noticia para el empleado, para la clase media y baja asalariada. Quizá esto no lo entienden muchos, obnubilados por fanatismos de izquierda, quienes ven en la empresa el reflejo de un capitalismo voraz, que genera miseria.
No, la empresa, de todos los tamaños, es el sustento de toda economía fuerte y saneada. ¿Cómo vamos a recuperar los empleos perdidos en estos días de paro? A los que hay que sumarles aquellos perdidos por el frenazo de la economía que produjo la pandemia de Covid-19, y que apenas estábamos empezando a recuperar.
Sí, la cura está saliendo muy cara porque al final el perdedor no va a ser el gobierno, sino la sociedad toda. La verdad es que el paro debió ser levantado cuando se cayó la reforma tributaria y ser cambiado por el diálogo, por la concertación para construir una reforma que, de todas maneras, el país necesita, y que debe ser justa y eficaz, por supuesto.
A todo este panorama hay que agregarle la pérdida del grado de inversión. Ojo: esto no solo afecta a los ricos de este país. No, nos afecta a todos. Por ejemplo, una de sus consecuencias es una reducción del ahorro pensional de muchos colombianos. Otra es el encarecimiento de la deuda; es decir, que tomar un préstamo será aún más difícil y costoso (más intereses).
Y otra pata más: en algunas semanas veremos el aumento de las cifras de contagiados de covid-19 por las movilizaciones, que, además, no han bajado en semanas. Así que nos espera un cuarto pico seguramente todavía más difícil (si el paro sigue, los hospitales se van a quedar sin suministros).
El daño ya hecho está. Pero mientras más días continúe el país secuestrado, más caro saldrá, peor será la “cura”. Como si nos hubiéramos tomado un veneno para curar un daño de estómago, debemos ya desintoxicarnos.
Que pare el paro. Ojalá sus líderes dimensionen el daño, cesen la movilización y hagan un real aporte a la reconstrucción de este país.
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*Master en comunicación estratégica, profesional Comunicadora Social- Periodista, asesora política y relacionamiento público y experta en marketing político.
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