Por: Cirly Uribe Ochoa/ Podría afirmarse que toda persona aspira a vivir bien, a lograr el máximo de bienestar…A ser feliz. Pero es necesario recordar que solos no lo podemos lograr, pues siempre necesitamos de los demás, que no tenemos ni la capacidad ni los recursos para resolver todas las situaciones que nos presenta la vida; por eso somos una especie gregaria.
Además, compartimos este planeta con miles de millones de otras especies, con las que también tenemos responsabilidad y como somos la única especie, hasta ahora comprobado, con la capacidad de modificar la realidad natural y, además, construir eso que llamamos realidad social, todo lo cual, tiene consecuencias sobre la vida en todas sus formas, nuestra responsabilidad es mayor.
Hasta ahí todo bien, el problema es que los humanos somos una especie compleja que hemos complejizado (o complicado) la vida; somos capaces de las acciones más sublimes, pero también de las más abyectas; hemos inventado la agricultura y la medicina, pero igualmente la guerra y la corrupción y un sinnúmero de medios que nos resuelven la vida y otros tantos que usamos para acabarla. Pero la gran ventaja es que siempre tenemos opciones, podemos decidir, pues como afirmaba Aristóteles, el ser humano es un zoon politikon, es decir, un animal político, pero esa condición solo es posible realizarla con otros, pues dependemos unos de otros para sobrevivir.
Esa condición de interdependencia debería bastarnos primero para reconocer nuestra fragilidad y segundo, para ver la fortaleza de tenernos, de saber que juntos podemos hacer de éste, un mundo mejor. Pero para ello, debemos asumir que somos responsables por cada una de nuestras decisiones, sean éstas hechos u omisiones, pues cada acto trae consecuencias sobre sí mismo y/o sobre los demás; implica entonces, pensar y actuar en clave de ética individual y colectiva.
Si así lo entendiéramos, cuidaríamos de nuestro entorno. Protegeríamos la naturaleza como recursos no solo para las presentes sino también, para las futuras generaciones; seríamos ciudadanos y ciudadanas ejemplares, capaces de resolver nuestros conflictos a través del diálogo y la concertación; elegiríamos más gobernantes honrados, custodios de los bienes comunes; pero, sobre todo, entenderíamos el poder político que nos otorga la democracia para cambiar las condiciones de inequidad social, a través de la participación consciente y responsable.
Bueno, pero en sociedades como la nuestra, eso es soñar demasiado, pues seguimos empecinados en buscar y creer que la solución a todos nuestros problemas, nos lo traerá como regalo de los reyes magos, unos tales mecías políticos llamados caudillos. Desde hace 200 años, esta sociedad se ha dejado guiar por caudillos de todos los pelambres y en todos los niveles; tenemos caudillos del orden nacional y local, a quienes se les ha entregado por ignorancia, displicencia o intereses personales el poder para hacer y deshacer con los bienes comunes.
Parece no importarnos el robo o despilfarro sistemático de los recursos públicos, ni el desgreño administrativo, pero, además, se les endiosa…Hay una actitud genuflexa ante estos personajes quienes en muchos casos se creen por encima del pueblo al que, por mandato constitucional deben servirle y se comportan como pequeños reyezuelos. Es más, cuando los entes de control por fin sancionan penal o disciplinariamente a alguno de estos personajes, éstos siguen gobernando generalmente a través de familiares, compinches o amigos; el pueblo no los sanciona política o socialmente, los sigue tratando de “doctor” y les rinde pleitesía.
Colombia tiene todo para ser una gran nación, solo le falta ciudadanos y ciudadanas que asuman su papel histórico de construirla, que rescaten la decencia y la honradez como valores individuales y colectivos que guíen, no solo la elección y control de nuestros gobernantes y representantes, sino también nuestro comportamiento cotidiano.
*Ciudadana, Magister en Historia y docente.
(Esta es una columna de opinión personal y solo encierra el pensamiento del autor).