Por: Jairo Vargas León/ Desde hace cinco décadas el potro empezó a huir ante una ráfaga de disparos que provenían desde distintos puntos del planeta, los totes ensordecían el ambiente, provenían sendas repeticiones que vislumbraban disparos originados por el caos climático, las sequías intensas, los incendios forestales, gases de invernadero y aumento de la temperatura. Todo ello hizo que el establo planetario alistara una mejor pesebrera, el globo terráqueo requería pastizales de mejor calidad.
La calidad del planeta indiscutiblemente está asociada con el cuidado de la casa común, con la protección del medio ambiente. En ese marco de la defensa ambiental se celebra la cumbre de la tierra el 5 de junio de 1972 en la ciudad de Estocolmo, como resultado de las deliberaciones se elaboró la primera ley internacional en materia ambiental.
En esta primera declaración internacional, los principios de la carta de Estocolmo contemplaron que el ser humano debe gozar de sus derechos pero también tiene la obligación de proteger y mejorar el medio ambiente para las generaciones del presente pero también para las del futuro. Es decir, no tenemos derecho a hipotecar el mundo, somos seres en tránsito y por ello no nos es dado disponer de manera omnímoda del patrimonio universal.
Pese a ese tratado ambiental los países del mundo desarrollado siguieron desbocados en fortalecer la industrialización y en generar un mayor aumento en la producción petrolera, esa mezcla produjo un aumento desmesurado en las emisiones de CO2 el cual se tradujo en un mayor deterioro ambiental.
En esa travesía de un sendero azaroso se convocó la cumbre de Kioto el 11 de diciembre de 1997, 150 países llegaron a esa ciudad japonesa para propiciar la reducción de las emisiones de CO2, en este evento se pone en funcionamiento la convención marco de las Naciones Unidas sobre el cambio climático a través de la cual los países industrializados deben limitar y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero-GEI, sus políticas deben orientarse a las medidas de mitigación y al reporte periódico de sus acciones.
El Protocolo de Kioto estableció objetivos vinculantes de reducción de las emisiones para 36 países industrializados y la Unión Europea. En conjunto, esos objetivos contemplan una reducción media de las emisiones del 5 % en comparación con los niveles de 1990 en el quinquenio 2008-2012 período en el cual debe aplicarse el compromiso. Canadá fue el país más radical en apartarse de su cumplimiento bajo el argumento que el protocolo solo cubría el 30% de las emisiones globales.
El caballo desbocado del cambio climático siguió haciendo estragos, la inobservancia y la dilación de los países con mayor responsabilidad en la contaminación ha sido palpable, por ello la nueva pista de aterrizaje fue París, lugar al que acudieron 192 países el 12 de diciembre de 2015 para posibilitar un acuerdo efectivo, el apremio del aumento de la temperatura bordeando un 2º C ameritaba un nuevo encuentro.
El objetivo central del Acuerdo de París contempló reforzar la respuesta mundial a la amenaza del cambio climático manteniendo el aumento de la temperatura mundial durante el siglo 21 muy por debajo de los 2 grados centígrados, pero además dirigir los esfuerzos para limitar aún más el aumento de la temperatura a 1,5 grados centígrados. Otro punto importante del Acuerdo consistió en aumentar la capacidad de los países para hacer frente a los efectos del cambio climático y viabilizar que las fuentes de financiación estimulen mediante incentivos y subvenciones a los países comprometidos con un nivel bajo de emisiones de gases de efecto invernadero-GEI.
No obstante lo anterior la tozudez humana sigue galopando en el potro desbocado, la nueva pista se ha trasladado a Glasgow, titulada como la COP 26 cuya conferencia sobre cambio climático apunta a evitar los estertores del presagio que todos a una, han proclamado desde las distintas aristas: investigadores, líderes ambientales, científicos, activistas, etc.
El presidente de la COP26 ha clamado que el propósito de la cumbre es “la última gran esperanza para conservar el objetivo de mantener el calentamiento global en 1,5° C por encima de los niveles preindustriales”. Esta afirmación fue la misma que se invocó en los acuerdos de la Cumbre Climática COP21 celebrada en París en el 2015, es decir el estigma del desastre rodeado de la negligencia de quienes ejercen el liderazgo mundial es simplemente flagrante y cínica, es decir, hay que postergar la espera para que esta por sí sola evite el desastre.
El último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, rendido el mes de agosto de 2021 destaca que “Muchos de los cambios observados en el clima no tienen precedentes en miles, sino en cientos de miles de años, y algunos de los cambios que ya se están produciendo, como el aumento continuo del nivel del mar, no se podrán revertir hasta dentro de varios siglos o milenios”
El último Informe sobre la Brecha de Emisiones del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente-PNUMA, publicado en octubre de 2021 considera que las acciones para enfrentar el cambio climático hacia la agenda del 2030 desdicen de un verdadero compromiso, tal intención se colige en la siguiente literalidad respecto a que los países “no son suficientemente ambiciosos y ponen al mundo en camino a un aumento de temperatura este siglo de por lo menos 2,7° C”.
En la actualidad, se destruyen 13 millones de hectáreas de bosque al año, sobre todo en los trópicos. Según datos de la revista Science publicados en 2017, las selvas tropicales, debido a la deforestación y la degradación de los árboles, emiten dos veces más de CO2 del que absorben.
El incremento inusitado de la destrucción de las selvas tropicales de la Amazonía es desaforado de acuerdo con datos de Global Forest Watch, una plataforma de monitoreo de bosques y selvas del Instituto de Recursos Mundiales de Washington. En solo 2019 se perdieron en los trópicos 11,9 millones de hectáreas de selvas tropicales, una tercera parte de ellos de bosque primario; un tercio de toda la pérdida de selva primaria tropical a nivel global en 2019 tuvo lugar en Brasil, se resalta en segundo lugar la pérdida masiva de la selva en Bolivia.
El mentado estrés hídrico ha crecido en razón a que la demanda de agua es más creciente que la cantidad de agua disponible durante un período determinado o cuando su uso se reduce por su baja calidad. Los estudios científicos han determinado que a partir de 2025 existe un riesgo grande de sequía a causa del calentamiento global, la agricultura y ganadería industriales consumen un 70%, la industria se apropia del 20% entretanto para el consumo doméstico solo se dispone de un 10%.
En Colombia actualmente, 21 de los 81 ecosistemas que tiene el país se encuentran en estado crítico; Según la Unidad de Planificación Rural Agropecuaria- UPRA, de los 114 millones de hectáreas que tiene Colombia, unos ocho millones tienen vocación ganadera correspondiente al 7 % sin embargo usamos 38 millones para esta actividad, lo cual dimensiona el grado de estrés hídrico que se genera en nuestro país. ¡El Potro sigue galopando… el estrés térmico galopa más!
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*Abogado-Economista, Magister en filosofía, Doctorando en Derecho, Docente Universitario