Las tensiones geopolíticas o la militarización del Ártico no fueron un tema de conversación en Reikiavik.
Rusia, Estados Unidos, Canadá, Dinamarca, Suecia, Finlandia, Noruega e Islandia se reunieron oficialmente el jueves 20 de mayo para hablar sobre desarrollo sostenible, cooperación pacífica y protección de las poblaciones autóctonas amenazadas por el calentamiento global, tres veces más veloz en el Gran Norte que en el resto del planeta.
“Nos comprometemos a promover una región ártica pacífica donde prime la cooperación en materia de clima, medio ambiente, ciencia y seguridad”, declaró el jefe de la diplomacia estadounidense Antony Blinken.
En teoría, este foro intergubernamental, que desde 1996 reúne a los países vecinos de la región, no tiene como objetivo tratar temas de seguridad militar. Sin embargo, estos aparecieron como el telón de fondo de esta cumbre que se lleva a cabo cada dos años.
Un regusto a Guerra Fría
En efecto, desde 2010 Rusia construyó o modernizó 14 bases militares que se remontan a la época soviética y multiplicó las maniobras militares. Por ejemplo, el 24 de marzo de 2017, Moscú simuló un ataque de aviones contra un radar noruego.
El año pasado, las fuerzas rusas realizaron la proeza de un lanzamiento en paracaídas a 10.000 metros de altura en el círculo polar, demostrando su capacidad de lanzamiento en condiciones extremas.
Frente a esto, la OTAN también ha dado cuenta de sus capacidades con ejercicios militares cada vez más frecuentes. En 2018, la maniobra ‘Trident Juncture’ en Noruega reunió tropas de 29 países miembro, acompañadas por las de Suecia y Finlandia. De una amplitud sin igual desde el final de la Guerra Fría, esta maniobra provocó la furia del Kremlin.
“Esta militarización es una realidad, pero no tiene nada que ver con la amplitud de los medios movilizados durante la Guerra Fría”, matiza Mikaa Mered, profesor de geopolítica de los polos en Sciences Po y en la Escuela de Estudios Superiores de Comercio (HEC), contactado por France 24. “Hoy en día, ni Rusia, ni Estados Unidos son capaces de desplegar medios militares en el Ártico en menos de 48 horas”.
El mundo redescubre el Ártico
Durante mucho tiempo percibido como un territorio hostil e inaccesible, el Ártico volvió a ser una preocupación para las grandes potencias en 2007. Ese año, una serie de eventos volvieron a situar el Ártico en el centro del mapa.
El 9 de julio, el primer ministro canadiense Stephen Harper, anunció la construcción de un puerto en aguas profundas en el paso del Noroeste y pronunció un discurso sobre la “defensa y la soberanía canadiense sobre el Ártico”.
La reacción de Moscú no se hizo esperar. Un mes después, Arthur Tchilingarov, explorador y vicepresidente del Parlamento ruso, plantó una bandera rusa de titanio en el polo Norte. Este gesto simbólico marcó el comienzo de un regreso de Rusia a su identidad ártica, dejada de lado durante varias décadas.
A esos eventos geopolíticos se unen observaciones científicas inéditas. El instituto polar noruego reveló que, por primera vez desde el comienzo de sus observaciones en 1972, el paso del Noroeste está “totalmente abierto para la navegación”.
Las grandes potencias han tomado entonces una verdadera conciencia del cambio que está por venir. Según los expertos del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (GIEC), con el aumento de las temperaturas la capa de hielo podría desaparecer por completo para 2030, abriendo nuevas vías marítimas, en particular el paso del Noreste. Este último constituye el camino marítimo más corto para conectar Europa con Asia, pues el viaje dura 12 días menos que por la ruta habitual que pasa por el canal de Suez.
Si bien es un desastre ecológico, el derretimiento de los hielos parece entonces una bendición económica para los países involucrados, porque el Ártico está rebosante de tesoros: níquel, plomo, zinc, uranio, platino, tierras raras…
Según un estudio de la US Geological Survey de 2008, la zona ártica albergaría más del 22% de las reservas mundiales de hidrocarburos aún no descubiertos y contendría más del 10% de las reservas mundiales de petróleo y alrededor del 30% de las reservas de gas natural.
Una gran mayoría de estos hidrocarburos se encuentran en la zona económica exclusiva de Rusia, es decir, en la franja de océano ubicada entre las aguas territoriales y las aguas internacionales.
Vladimir Putin tiene el ojo puesto sobre este El Dorado polar y quiere cuadruplicar para 2025 el volumen de carga que transita por el Ártico. Símbolo de esas aspiraciones: la gigantesca fábrica de licuefacción de gas de Sabetta en la península de Yamal, diseñada en colaboración con China y el grupo francés Total.
Estas nuevas rutas marítimas también son una apuesta geoestratégica, recuerda el politólogo Nicolas Tenzer, entrevistado por France 24. “Rusia, que posee la mayor cantidad de fronteras con el Ártico, podría estar tentada a bloquear esas rutas en caso de tensiones y de escalada” con los países occidentales.
“La apuesta del siglo”
Aunque las demostraciones de fuerza de Rusia en el Ártico preocupan a los países occidentales, en particular desde la invasión de Crimea en 2014, por el momento “ningún país ártico tiene interés en desarrollar un conflicto armado en la región”, asegura Mikaa Mered, recordando que la inestabilidad haría huir a los inversionistas.
“No hay conflicto de fronteras en el Ártico. Hoy en día, es un conflicto simbólico y de identidad que a veces adquiere la forma de un discurso bélico pero todos los países árticos tienen el mismo interés: reafirmar su dominio sobre su territorio para evitar que países exteriores, como por ejemplo China, puedan instalarse allí a través de activos estratégicos o militares”.
En efecto, desde hace varios años Beijing no esconde su atracción por este vasto territorio, aunque esté ubicado a 1.400 km de sus costas. “Este nuevo interés se materializó a partir de 2004 a través de la construcción de una estación científica en el archipiélago noruego de Svalbard”, explica Mikaa Mered. “China se impuso poco a poco como un gran aliado científico pero también como un aliado económico”.
En 2013, Islandia se convirtió en el primer país europeo en firmar un tratado de libre comercio con Beijing. Ese mismo año, China hizo su entrada en el Consejo del Ártico con un estatus de país observador.
En enero de 2018, China presentó por primera vez su política ártica y ahora se define como un “Estado cercano al Ártico”, un estatus inventado y fundado sobre una nueva interpretación de los mapas. En unos cuantos años, Beijing se ha convertido en el primer inversionista de la zona y se ha involucrado en decenas de proyectos mineros, de gas y petroleros.
“Entre más se libere el Ártico, más se vuelve rentable realizar actividades económicas. Se convertirá entonces en un punto de convergencia de las potencias del hemisferio norte: Estados Unidos, Rusia y China”, analiza Mikaa Mered. “El Ártico es la apuesta del próximo siglo”.