Por: Carolina Rojas Pabón/ En este nuevo tiempo de caos social, político, económico y de salubridad pública, en el que observamos un país confrontado, confundido y polarizado; es inevitable para quienes somos padres pensar en el mundo que les espera a nuestros hijos.
En la carrera de la vida, como adultos, nos mostramos como seres capaces de sobrellevar las diferencias con una mente abierta y ajustable al cambio constante; sin embargo, al regresar a casa y encontrarnos con quienes por tiempo limitado su formación depende de nuestras acciones y decisiones, descubrimos que estamos parcializados y aferrados a nuestros criterios.
Nuestro primogénito se convierte en la experiencia más importante de nuestra vida. Aquí el temor es hacer las cosas bien, sin experiencia. Ellos son la prueba piloto de nuestro rol como padres.
La llegada del segundo hijo se suma también a la experiencia más importante de nuestra vida, aunque en esta ocasión, estamos un poco más tranquilos, presumimos tener experiencia, ya hemos hecho antes una prueba piloto.
Desde la primera noche, con más de un hijo en casa, entendemos que, cada uno es diferente. Aquí empezamos a medir nuestra capacidad real de ajustarnos al cambio y convivir con la diferencia.
¿Cuál es la novedad? Sabemos que todos los hijos son diferentes. La pregunta debería ser: ¿Los formamos, educamos y damos amor a cada uno de manera diferente? O estamos parcializados en el mismo modelo para todos.
Los hijos, aunque tengan el mismo árbol genealógico, convivan bajo el mismo techo, con los mismos principios y valores tienen necesidades afectivas, sociales e intelectuales de acuerdo a su personalidad.
Necesitan a sus padres de manera diferente y aunque amen a sus hermanos anhelan momentos en los ellos no estén.
Los padres enfrentamos la cotidianidad contra reloj, son varios retos y roles en un solo día, donde lamentablemente el tiempo más reducido es para nuestros hijos. Me refiero a tiempo de calidad.
Como estrategia los agrupamos para escucharlos, para jugar, para pasear, para comprar, para estudiar y para darles amor; todo a la vez, obteniendo un collage de historias, emociones y expectativas en nuestra cabeza.
Nuestros hijos desean y necesitan en ocasiones exclusividad, quieren que nuestros cinco sentidos pertenezcan a cada uno de ellos, al menos por un momento. Necesitan decirnos cosas, pero sentir que para nosotros son tan importantes como para ellos.
Quieren dejar de compararse consciente o inconscientemente con sus hermanos, ante los aciertos o desaciertos de cada uno; sentirse los únicos campeones de la casa, así sea solo por un instante.
Piensan, sienten, se emocionan y se adaptan diferente. En la estrategia familiar, donde todos comparten el tiempo de calidad de sus padres se marcan estas diferencias.
Es por ello, que a veces oímos decir: “A mi hijo mayor nada le gusta, el pequeño es feliz con todo”, “mi hija es tan expresiva, mi hijo nunca me dice nada”, “para mi hija sus amigas son todo, para mi otra hija con nosotros es suficiente”.
Nos adaptamos de manera tan natural a la diferencia del comportamiento, reacción y desarrollo de nuestros hijos que nos quedamos con frases como: “Se le tendrá que pasar”, “es propio de la adolescencia” y en el peor de los casos “él o ella es así”.
Es probable que la tan nombrada rebeldía, ni siquiera les pertenezca como característica a algunos de nuestros hijos. Es probable que ese hijo(a) solo quiera atención, porque es diferente a los demás, tiene cosas por decir en privado o simplemente quiere sentirse el centro de nuestra vida por un rato.
Como padres los conocemos a la perfección y sabemos sus necesidades. Qué tal si en medio de este caos, donde tienen la irascibilidad a flor de piel intentamos optimizar el tiempo en familia y les damos a cada uno exclusividad de acuerdo a sus necesidades y afinidades.
Escuchémoslos por separado, pero de verdad, de tal forma que al día siguiente tengamos algo especial por preguntarles; entremos a su espacio preferido en casa; compartamos sus hobbies, no el de todos para economizar tiempo, si no el de cada uno.
Los padres nos volvemos camaleones para estar a la vanguardia, vendría bien aplicarlo con cada uno de nuestros hijos. Y no es para erradicar las actividades en familia. Al contrario, éstas podrán disfrutarse a plenitud si cada miembro de la familia siente amor y atención en la justa proporción por parte de sus padres.
El resultado seguramente será un hijo(a) mucho más tranquilo(a), satisfecho(a) y seguro(a). Virtudes que se construyen en casa y con la premisa de que los hijos son “como los dedos de la mano”.
*Abogada Unab, Especialista en Derecho Administrativo U del Rosario y Especialista en Derecho Constitucional U del Rosario. En curso Maestría en Políticas Públicas y desarrollo Unab.
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