Por: Holger Díaz Hernández/ El país vive desde hace dos semanas la mayor protesta ciudadana de las últimas décadas, desde diferentes sectores de la sociedad sin importar el estrato hay una percepción definida de que las cosas no van bien.
Es posible que muchos no tengan claro que es exactamente, pero se siente que falta liderazgo no solo del Gobierno sino de casi todos los actores que tienen la obligación de responderle al país, la corrupción campea, la iglesia ha perdido protagonismo, los entes de control son vistos como convidados de piedra, hay un divorcio entre la sociedad civil y los empresarios, la banca se enriquece cada vez más sin asumir ningún tipo de responsabilidad social, en fin el pueblo siente que el barco no tiene un rumbo definido y quienes tienen el timón no están haciendo lo necesario para llevarlo a un puerto seguro.
Todos estos factores han sido caldo de cultivo para la protesta popular que por vez primera es multiestrato y trasversaliza a todas las regiones de nuestra nación.
La convocatoria al paro del 21N inició con una primera corriente integrada por las centrales obreras, los estudiantes, la izquierda, la gente del común, en fin los sectores considerados tradicionales, pero esta fue creciendo de manera considerable y llegando a todos los niveles de la población, aupada además por las protestas que se han generado en los últimos meses en Latinoamérica.
El objetivo de la convocatoria a la marcha era claro: rechazo a las políticas del gobierno y a proyectos de ley que harían trámite en el congreso de la república, los cuales serían lesivos a los intereses de los trabajadores, con reformas laborales, reforma pensional, ley de financiamiento, incumplimiento de los acuerdos con los estudiantes, supuesto ‘pinochazo’ a los acuerdos de paz y otros más.
El éxito importante de esta permitió la movilización masiva y pacífica de más de 200.000 ciudadanos en buena parte de los municipios de Colombia, para mostrar el descontento popular y reclamar al gobierno la reivindicación de sus derechos.
Hay una segunda corriente ha venido tomando fuerza en los países del sur del continente cuyo objetivo es crear el caos y generar terror en la población, liderada por delincuentes comunes, por espontáneos de mala fe, por extranjeros interesados en propagar la mecha de la violencia en la región y sectores estudiantiles minoritarios auspiciados por disidencias de las Farc y por el ELN.
Lo cual lograron por los menos los dos primeros días del paro donde miles de ciudadanos no durmieron ante la amenaza sobre todo a través de las redes sociales, de que se iban a tomar los conjuntos residenciales y serían objeto de pillaje y atentado contra sus vidas; afortunadamente no pasaron de amenazas.
Pero donde si hicieron un daño muy grande fue a la infraestructura del transporte masivo en ciudades como Bogotá o Cali, afectación a entidades públicas, saqueó a centros comerciales y negocios de pequeños empresarios, además lesiones físicas a más de 300 policías, muerte de dos jóvenes, uno al parecer por uso excesivo de la fuerza del Esmad y otro por la explosión de papas bomba que el mismo llevaba, sumado a la grave lesión a los intereses de cientos de miles de ciudadanos de bien que no pudieron movilizarse en las principales ciudades generando pérdidas al comercio que superan los 2 billones de pesos, estas marchas a pesar de que han perdido fuerza siguen generando vulneración del derecho a la libre locomoción y al trabajo de todos nosotros, que así estemos de acuerdo con que el país debe enderezar el rumbo no podemos asistir impotentes a la destrucción de nuestra economía ya maltrecha de por sí.
Y una tercera fuerza que a pesar de no haber sido convocada por nadie, de forma natural ha producido un fenómeno con pocos antecedentes en Colombia; el del cacerolazo. De manera espontánea, sin una directriz, a pesar de que algunos sectores políticos se lo han querido abrogar se han manifestado pacíficamente miles de personas, algunos en la calle, la mayoría en sus casas desde el estrato uno al seis.
Este tipo de manifestación pacífica que ha tumbado gobiernos en muchos sitios del mundo, genera un llamado claro al gobierno para que se tomen decisiones de fondo y regrese la ilusión y la esperanza a un país de a pensar de las grandes dificultades que ha vivido a través de su historia mantiene su resiliencia.
No podemos permitir que unos pocos le hagan daño al país, a su imagen, hay que rechazar contundentemente la violencia y la manipulación del derecho a la protesta pero al mismo tiempo las fuerzas sociales tampoco pueden desaprovechar el momento para lograr una discusión organizada, participativa, respetuosa, por encima de intereses personales o politiqueros y que recojan las principales necesidades del pueblo colombiano.
El diálogo debe iniciar desde ya y el gobierno está en la obligación de liderarlo e incluir a los sectores más representativos de la sociedad buscando que los avances efectivos del mismo sean conocidos por todos, el país necesita un mensaje positivo en un momento transcendental donde las alianzas constructivas permitan cerrar las grandes brechas de desigualdad social y económica que padecemos.
Muy importante que cada vez haya un mayor número de ciudadanos que está actuando para que los vándalos respeten a la fuerza pública que son parte fundamental de nuestra democracia y representan los logros históricos como una nación que nunca ha aceptado las dictaduras y la imposición de la fuerza como instrumento de poder.