Por: Juan David Almeyda Sarmiento/ Con el actual contexto que rodea a Sudamérica no era de extrañar que tarde o temprano las manifestaciones se hicieran presentes en Colombia.
Ya desde las elecciones presidenciales pasadas se podía apreciar que aquel que fuera elegido tendría que responder a un contexto social hambriento y expectante de una transformación que respondiera a las necesidades específicas del variopinto contexto colombiano.
De no ser así, de perpetuarse la política de la ausencia de participación y de la marginación de clases, la contestación de manos del «pueblo», lo que sea que este último signifique en la actualidad, sería contundente y explosiva.
El gobierno Santos entregó un país en stand by que, ahora que las Farc ya habían entregado las armas, esperaba avanzar en la búsqueda de una mejoría en las condiciones de vida. No obstante, en una jugada política intrépida y animosa, el gobierno actual logró decaer lo suficiente como para unir distintos sectores de la sociedad en una dirección que busca una cosa, a saber, una respuesta eficiente a las necesidades de un pueblo que, hasta hace muy poco, se dio cuenta que más allá del conflicto armado su miseria también viene de manos del mismo Estado.
El actual gobierno es poseedor de lo que Walter Bejamin llamó «carácter destructivo», que se describe como: «joven y alegre. Porque destruir rejuvenece, ya que aparta del camino las huellas de nuestra edad; y alegra, puesto que para el que destruye dar de lado significa una reducción perfecta, una erradicación incluso de la situación en que se encuentra».
En otras palabras, pareciera, que el gobierno de Duque solamente estuviera ahí para derrumbar lo poquísimo que se ha logrado en algunos sectores de la sociedad colombiana, y al mismo tiempo está dispuesto a hundir a un más aquellos que se encuentran en el fondo de este foso llamado Colombia.
Pero no es solamente una tarea de erradicación lo que se pretende, esto último sería un trabajo que termina siendo rápido y que no posee trabas a la hora de ser llevado a cabo, cosa que sí ha tenido por distintos frentes políticos y sociales que han detenido las propuestas que son puestas sobre la mesa por parte de Duque y su gabinete.
Lo que pretende este carácter destructivo del actual gobierno es eliminar la posibilidad creativa de solución, es decir, no solo hacer una política de destrucción, sino asegurarse de que la única alternativa de acción que debe de tenerse en cuenta ha de ser aquella que él proponga, en palabras de Benjamin: «el carácter destructivo hace su trabajo y solo evita una cosa: el carácter creativo (…) reduce a escombros todo lo que existe, y no por el gusto de los escombros sino por el camino que pasa a través de ellos».
Lo anterior es la razón por la que Colombia genera rupturas y responde al carácter destructivo, el cual no puede hacer otra cosa que responder con más fuerza demoledora. Lo que nace desde las manifestaciones no puede ser otra cosa que una expresión de la actitud creativa que busca sobreponerse a ese carácter destructivo que entiende el mundo desde la lógica de los escombros. Las manifestaciones que se han generado a lo largo del país deben de organizarse y direccionarse para lograr un impacto lo suficientemente contundente como para responder a ese carácter destructor que mantiene separados al pueblo con sus gobernantes.
Ese es el mismo carácter creativo que se está viviendo en el resto de Sudamérica, el carácter destructivo alcanza su punto límite al encontrarse con una fuerza que lo contrarresta en su necesidad de reducirlo todo a escombros, y Colombia no debe quedarse atrás.
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