Por: Carlos A. Gómez/ A las 4:00 a. m. de un día del mes julio del 2018 en Balboa, Cauca, nos levantamos para iniciar el viaje para nuestro primer día de trabajo de campo. Estaba con una compañera de la universidad y el director de tesis. Nuestro proyecto para el trabajo de grado de la maestría estaba en la etapa más interesante. Hacer un trabajo de investigación, donde el eje central era la igualdad de género, el desarrollo territorial y la paz, nos estaba llevando a conocer cinco municipios del departamento del Cauca que nunca había visitado.
Había estado en otros territorios del país, pero no me había adentrado en terrenos donde el narcotráfico hacía parte central del proceso económico de una región. Y sí, me encontré con una Colombia diferente.
Al viajar por más de dos horas, comenzamos a ver una paleta de colores verdes en las montañas. Había visto esa paleta de colores viajando hacia el municipio de Guaca en Santander. Había un verde característico y que comenzaba a ser más representativo; pregunté a nuestros acompañantes de qué se trataba y la respuesta fue: ¡es coca, amigo!
Ese color verde que iba desde bien arriba de las montañas, bajaba hasta los jardines de las casas con las que nos topamos en la ruta. Por donde miraba, el color característico de la coca sembrada era cada vez mayor. Entre más kilómetros avanzábamos, más eran las hectáreas cultivadas. ¡Jamás había visto tanta coca sembrada en mi vida!
En algunos retenes del Ejército Nacional, las miradas de los soldados proyectaban sospecha. Llevábamos cámaras, grabadoras y muchas ganas de hacer nuestra investigación con 400 mujeres que participaron en el proyecto.
Al iniciar las reuniones y talleres, nos dimos cuenta de que era necesario no dejar a un lado conocer qué efectos tenían los cultivos de coca en las iniciativas de cambiar los cultivos ilícitos por proyectos productivos. Muchos programas que ofrece el gobierno son ingenuos en pretender cambiar un sistema económico garantizado por unos cultivos que dejaban más pérdidas que ganancias.
El sistema cocalero como proyecto está garantizado: la semilla es traída junto con una inducción al sistema, luego se les garantiza a los cultivadores protección (en la zona, la seguridad está sujetada por un pelo), y después de tres o cuatro meses, dependiendo de la maduración del cultivo, vienen los propios a pagar en efectivo y volver a dejar pactada la siguiente compra.
Estas cosechas de cada tres meses y dependiendo de las hectáreas cultivadas, podrían dejar más de 3 o 4 millones de pesos en ganancias, cosa que con la yuca, maíz, frijol y otros no se lograría. En esas zonas la economía es cocalera.
Esa visita abrió mis ojos, pude observar otra Colombia, allá tropas del Ejército se pasean entre cultivos, con un suspenso nervioso de no traspasar la linea y dejar que las cosas fluyan como si no estuviera pasando nada. No me atrevo a culparlos.
Parece que la única solución para acabar con la coca es usando la aspersión con glifosato. Esta práctica ya se ha usado en otros años y no ha dado la solución definitiva ni al gobierno ni a las poblaciones. Parece que es la única propuesta de los gobiernos en los últimos tristes 20 años.
No he escuchado al gobierno proponer usar la coca para otros fines, ancestralmente la mata de coca ha sido usada medicinalmente. Sus componentes, por ejemplo, en calcio y fósforo superan 3 o 4 veces al frijol y las lentejas, al maíz lo supera hasta 10 veces.
No sería mejor escuchar que los campesinos pueden sembrar coca para hacer vino, o para preparar una limonada de coca, o hacer unos huevos pericos larmeños. Para los amantes de la sal gruesa, ¿no sería bueno tener sal de coca?
Un arroz atollado con chimichurri de coca, es una opción en algunos menús de chefs que han pensado en buscar una solución y no agrandar el problema.
Las empanadas se pueden hacer con masa de maíz peto y con harina de coca, esto es una solución a la difícil crisis que se enfrentan miles de familias en todo el país que, en el mejor de los casos tiene que usar sus tierras para producir coca y generar un muy buen ingreso que permita enviar a sus hijos a las grandes ciudades para que estudien y quitárselos de las garras del narcotráfico.
El trabajo que hace un puñado de chefs en Colombia saca la cara por una solución socialmente responsable, piensan más en un estado social de derecho que los mismos gobernantes y creen que en la gastronomía está una solución sostenible. Bravo por esos chefs.
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*Ingeniero Industrial y Magister en Responsabilidad Social y Sostenibilidad
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