Por: Juan David Almeyda Sarmiento/ La nueva forma de pensar el mundo moderno destaca por la manera en que las dimensiones que lo componen se encuentran en un proceso de aceleramiento y rendimiento. El trabajo, como herramienta fundamental en la existencia dentro del verdadero capitalismo en que se vive, destaca por ser la única posibilidad de supervivencia de los sujetos asalariados y condenados a vivir lejos de los beneficios que solamente una clase pudiente, en el caso de Bucaramanga para el 2015 un 4.5 % de la población total, pueda tener. Agregado a lo anterior, las nuevas formas de adaptabilidad de la explotación al trabajador por medio del avance tecnológico configuran nuevas maneras en las cuales se puede sobresaturar la vida de los individuos por medio del trabajo.
Es meritorio aclarar, además, que los efectos del trabajo no pueden dividirse en clase media y pobre de forma dicotómica, lo anterior, puesto que las condiciones para que un ciudadano esté en alguna de estas clases realmente son una ficción política que camufla los índices de pobreza existentes. Por lo tanto, se debe partir de la ausencia de una frontera entre pobreza y clase media, lo cual únicamente extiende el plano de sobresaturación y explotación que viene del trabajo.
En este orden de ideas, es clave observar la forma en la que el trabajo acelerado y sobresaturador impregna y echa raíces en la condición humana de los sujetos en la actualidad. Para el caso Bucaramanga, una ciudad que (según el Índice de Competitividad de Ciudades, calculado por el Consejo Privado de Competitividad y la Universidad del Rosario) se encuentra en 3er lugar de competitividad a nivel nacional, su índice de desarrollo en la dimensión laboral muestra que la ciudad tiene la capacidad de producir empleo y de innovar.
Sin embargo, la fluctuante economía y las malas decisiones administrativas que ha tomado el gobierno nacional, que viene desde hace años y no solamente de la actual administración, hace que el esfuerzo y la cantidad de tiempo invertido en el trabajo sea excesivo y degenere el estilo de vida de los ciudadanos, puesto que elimina la capacidad contemplativa hacia el mundo.
La forma en la que el trabajo genera huellas en la capacidad del ciudadano promedio de actuar y de entender el mundo ha desembocado en una eliminación de todo aquello que no se enmarque en la lógica del rendimiento y la aceleración. Bucaramanga, en su esfuerzo por ser «competitiva» sentencia su habitar al no permitirle un lugar para la pereza. La relación sujeto-trabajo domina la interacción con el mundo, todo aquello que no se encuentre bajo la lógica de la eficiencia y de la aceleración debe ser eliminado de toda relación humana con el mundo, en otras palabras, la vida se calculifica.
Así, todo este llamado a la sobresaturación de la vida humana por medio del trabajo, madrugar a trabajar o cualquier otro derivado, no es más que una trampa para destruir la capacidad contemplativa de los seres humanos, como dice el filósofo Byung Chul Han: «El ordenador no duda. El cálculo puro como trabajo está estructurado por una temporalidad que no deja lugar a la demora (…) la demora solo sería una paralización que debería eliminarse lo antes posible. La tranquilidad es, como mucho, una pausa y desde el punto de vista del cálculo, no tiene ningún significado». La ciudad competitiva y calculificada no permite la demora contemplativa, esa que sin poseer una dirección y sin ser un proceso abre caminos a un habitar donde exista una temporalidad del sosiego que embellezca la forma en que se establecen las relaciones entre los miembros de una comunidad. En este orden de ideas, no es casualidad que Bucaramanga sea no solo una ciudad competitiva, sino también (de acuerdo con las cifras del 2018) una ciudad con un índice de agresión alto entre sus propios habitantes.
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