«Las peores de la historia del país». Estas palabras, pronunciadas el martes 30 de agosto por el primer ministro pakistaní, Shehbaz Sharif, se refieren a las devastadoras inundaciones que han afectado directamente a más de 33 millones de personas y han causado la muerte de al menos 1.136 personas en Pakistán.
Un millón de casas y 80.000 hectáreas de tierras agrícolas fueron destruidas mientras que más de 800.000 cabezas de ganado perecieron. Y estas cifras son todavía provisionales.
Para las autoridades, el vocabulario habitual parece inadecuado frente a la violencia de las lluvias que azotan el país desde hace tres meses. Bilawal Bhutto-Zardari, ministro de Asuntos Exteriores de Pakistán, declaró el 28 de agosto que las actuales inundaciones, son tan violentas y mortales, que no pueden calificarse de simples «lluvias monzónicas»: «Nunca he visto una destrucción de esta magnitud», dijo.
Ninguna de las cuatro provincias del país surasiático ha escapado a la tragedia, aunque la capital, Islamabad, está actualmente a salvo de las tormentas.
En el sur y el oeste del país, los desplazados se agolpan en las carreteras altas o en las vías férreas, huyendo de las llanuras inundadas. Mientras esperan la ayuda, las víctimas deambulan por las pocas zonas secas en busca de refugio, comida y agua potable.
Las autoridades y las organizaciones humanitarias declararon que están teniendo dificultades para hacer llegar la ayuda a los millones de personas que la necesitan, ya que las aguas han arrasado carreteras, puentes y puntos de paso, dejando varias zonas completamente aisladas.
Al tiempo que continúan los esfuerzos para ayudar a los afectados, el ministro de Planificación y Desarrollo, Ahsan Iqbal, declaró este martes que más de 10.000 millones de dólares se necesitarán para reparar los perjuicios y reconstruir las infraestructuras dañadas.
Unas inundaciones peores que las de 2010
La ministra del Cambio Climático de Pakistán, Sherry Rehman, declaró el lunes que «ver la devastación sobre el terreno es realmente asombroso» y la achacó al cambio climático, afirmando que el país está sufriendo las consecuencias de la irresponsabilidad de otras partes del mundo en cuanto a las prácticas medioambientales.
Rehman explicó que, «literalmente, un tercio de Pakistán está ahora mismo bajo el agua», más que en las inundaciones de 2010, cuando unas 2.000 personas perdieron la vida. «Todo es un gran océano, no hay un lugar seco para bombear agua. Se ha convertido en una crisis de proporciones inimaginables», añadió.
El país, de 220 millones de habitantes, es vulnerable al cambio climático y es el quinto más amenazado por los fenómenos meteorológicos extremos, según una clasificación realizada en 2020 por el think tank Germanwatch. Y es que la situación geográfica de Pakistán lo convierte en un país amenazado en el norte por el deshielo de los glaciares y en el sur por la subida del nivel del mar.
El servicio meteorológico del país ha confirmado que el territorio pakistaní recibió el doble de precipitaciones de lo habitual. En Baluchistán y Sindh, las provincias del sur y las más afectadas, las precipitaciones fueron cuatro veces superiores a la media de los últimos 30 años.
Campamentos improvisados para alojar a los desplazados surgieron donde fue posible: en escuelas, carreteras o bases militares.
«La vida aquí es miserable», dijo Fazal e Malik, que se aloja con otras 2.500 personas en un complejo escolar de Nowshera, en la provincia noroccidental de Khyber Pakhtunkhwa. «Apesto, pero no hay lugar para ducharse. No hay ventiladores», añadió.
Estado de emergencia
El gobierno de Pakistán ha declarado el estado de emergencia y ha pedido el apoyo de la comunidad internacional.
Este martes hizo una solicitud urgente junto con las Naciones Unidas para obtener 160 millones de dólares que servirán para financiar un plan de emergencia durante los próximos seis meses e inicialmente a proporcionar servicios básicos como la salud, alimentos y agua potable a los 5,2 millones de personas más afectadas.
«Pakistán está inundado de sufrimiento. El pueblo de Pakistán se enfrenta a un monzón con esteroides: el implacable impacto de los (enormes) niveles de lluvia e inundaciones no tiene precedentes», lamentó el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, mientras su portavoz anunció que el funcionario visitará el país la próxima semana en «solidaridad» con las víctimas.
Las inundaciones han llegado en el peor momento posible para Pakistán, que ya atraviesa una grave crisis económica desde hace meses. El Fondo Monetario Internacional (FMI) acordó el lunes un programa de apoyo financiero y anunció 1.100 millones de dólares en ayuda.
Por otra parte, la asistencia internacional empieza a llegar poco a poco: Estados Unidos comunicó el martes un primer envío de apoyo humanitario por un valor de 30 millones de dólares mientras que vuelos de carga han empezado a llegar desde China, Turquía y Emiratos Árabes Unidos.
La gran presa en el río Indo
El monzón, que suele durar de junio a septiembre, es esencial para regar los cultivos y reponer los recursos hídricos del subcontinente indio. Pero en los últimos años, este fenómeno natural se ha convertido cada vez más en un desastre ecológico, con toda la destrucción que eso conlleva.
Cerca de Sukkur, la tercera ciudad más grande de la provincia pakistaní de Sindh, una imponente presa se encuentra en el río Indo.
La presa data de la época colonial y es esencial para evitar que el desastre se agrave. Su responsable aseguró que se esperaba que la mayor parte del agua que fluye desde el norte del país, a través del río, llegara a la presa alrededor del 5 de septiembre, pero expresó su confianza en que la construcción lo aguantaría.
La estructura sirve para desviar el agua del Indo hacia miles de kilómetros de canales, que forman una de las mayores redes de riego del mundo. Pero las explotaciones a las que estos canales llevan el agua, están ahora completamente inundadas, en este país donde la agricultura es uno de los pilares de la economía.
«Nuestras plantaciones abarcaban 2.000 hectáreas, en las que se sembraba el arroz de mejor calidad que comíamos nosotros y ustedes», dijo Khalil Ahmed, de 70 años. «Todo eso se acabó”.