Por: John Jairo Claro Arévalo/ Hola papá, en este mes del padre, ojalá puedas leer estas líneas, porque donde estoy, me es imposible estar contigo. Es un día oscuro, silencioso, de nostalgia, ¿sabes papá? nunca te lo dije, a pesar de tu mal genio y carácter fuerte, mi amor por ti es perenne, infinito e incondicional.
Mamá, me contaba que cuando di mis primeros pasos, te perdiste ese maravilloso momento porque estabas trabajando, sin embargo, como el mensaje, del vallenato de los Zuleta, “la sangre llama”, llegabas y te hacías presente comprándome regalos, me dabas un abrazo y un beso para compensar tu ausencia y fortalecer nuestros afectos.
Papá, tu sacrificio en ese entonces de proveer todo para la casa, fue muy importante para nosotros en la familia, recuerdo con añoranza, las pintas que estrenábamos el 24, el 31 de diciembre y el 6 de enero, los regalos para mis hermanos, esos carros rimbombantes que tenían de todo, parecían un bus súper lujoso de Copetrán de doble piso, sólo les faltaba el aire acondicionado. Ni que hablar de los regalos que me hacías para Navidad, mis ositos y mis muñecas. En mi bolsillo todavía guardo una foto de ellas.
Perdón por los manchones de la carta, lo que pasa es que, al escribirla, lloré un par de veces y algunas lágrimas cayeron sobre ella. Papá, la tinta corrida son pedazos de mi corazón partido al sentir tú ausencia, es la huella sempiterna del amor que te tengo, es la tinta indeleble de la nostalgia porque de algún modo, “la sangre llama”.
¿Recuerdas, mi primer día de colegio? Quizás sí, quizás no, ese día me acompañó mi mamá y la nana, era una mañana fría con una neblina que cobijaba los ires y venires de la ciudad, ese día llevaba mi uniforme y zapatos nuevos junto al bolso brillante y colorido que me gustaba muchísimo y que tú me compraste.
Papá, siempre quise que me recogieras cuando terminara las clases en el colegio, le preguntaba a mi mamá por ti, ella me decía que estabas trabajando y que por eso se te complicaba pasar por mí. Muy de vez en cuando lo hacías, de niña poco entendía, sólo sentía lo de la canción “la sangre llama”.
Ya en el bachillerato, mi adolescencia fue complicada para ti y para mí, es cierto que fui muy rebelde, “brincona” como decía mi mamá, por eso me jartabas la perra cada vez que me metía en camisa de once varas. Mi fiesta de quince años, fue con bombos y platillos, mi primer pretendiente, lo mandaste a la porra, porque decías que era un esgalamío sin sal en los miaos. Tú y tus dichos papá.
Cuando entré a la universidad me descarrilé un poco, me decías que era una cabra espantada, que era una cangaleta que quería vivir la vida tal y como esta se me presentara, tal vez hijo de tigre sale pintao, ahí si traigo a colación que “la sangre llama”. Acerté, me equivoqué, lloré, reí, gocé, sufrí, tomé malas y buenas decisiones, tuve amparo, desamparo, ayuné, desayuné, amé, odié, fui justa e injusta, aprecié y desprecié el dinero, aprendí que los ricos son tan pobres, pero tan pobres, que lo único que tienen es: dinero.
Papá, aunque mi vida fue una montaña rusa, siempre estuviste presente con lo material y a pesar de tu rudeza y frialdad, sentía tu compañía espiritual protegiéndome, salvaguardándome. Debió ser muy duro para ti cuando salí de casa sin tu permiso con un amigo a viajar, a vivir una aventura, sin embargo, algo no salió bien, quizás por cosas del destino, nos retuvieron en contra de nuestra voluntad. No te imaginas el temor y el desespero, creo que al igual que tú, el llanto, la angustia, la zozobra, la incertidumbre se apoderaron de mí en aquel terrible momento.
En esos días y noches de largo encierro donde las ganas de vivir a veces se abaten, se amilanan, cerraba los ojos para regresar a mi niñez buscando refugiarme en la fuerza del amor de quienes me criaron y me protegieron, porque ese amor, servía para conjurar todos los males como el mal de ojo, el descuajo, los dolores, las enfermedades y hasta la misma muerte si esta se atreviera a tocar la puerta de nuestra casa. Los avatares de la vida me hicieron sentir que “la sangre llama”.
Supe después que a mi amigo de infortunio lo dejaron libre, porque sus padres eran muy humildes económicamente, eso desmoronó la esperanza de verte pronto porque seguramente mis captores estarían esperando que alguien que trabaja tanto, podría pagar por la libertad de un ser querido.
Papá, en esos momentos tristes y aciagos, me aferré a ese amor profundo de mis hermanos, de mi mamá, pero sobre todo del tuyo para asirme a la vida. Se y sabes que me has dado todo, hasta mi existencia, y aunque no viste mis primeros pasos, ni me llevaste el primer día, ni me recogiste en el colegio, caminé junto a ti muchísimos días recogiendo tus enseñanzas a pesar de mi indomabilidad.
Papá, nuestro amor, singular, va más allá del atino o el equívoco. Al final de nuestras vidas, volveremos al mismo lugar de donde salimos, así, sin nada, iguales pero distintos. Dale besos a mi mamá y a mis hermanos diles que a pesar de la burla que muchas veces me hicieron, igual los quiero muchísimo.
Ya para despedirme papá, no fui la mejor de tus hijos, fui imperfecta, rebelde, traviesa. Llevo mucho tiempo viviendo en esta eterna oscuridad, donde el silencio luctuoso, cubre mi sepulcro en un inmenso bosque, donde ceibas y guayacanes le dan sombra al epitafio: “Si yo hubiera estado en tu lugar y tú en el mío, hubiera pagado por tu vida porque el dinero abriga el cuerpo, pero congela el espíritu. Papá: ¿“la sangre llama”?
Tu hija,
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*Licenciado en música, artista, docente, compositor del himno de Bucaramanga, exconcejal de Bucaramanga.
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