Por: César Mauricio Olaya Corzo/ Hoy mientras realizaba mi caminata madrugadora, atravesé uno de los parques que evidentemente hicieron parte de uno de los capítulos memoriales de nuestra memoria y me encontré con una atractiva valla donde a manera de conclusión y de eslogan evidentemente de neto mercadeo, se leía ¨Para que Bucaramanga vuelva a ser La Bonita¨.
Y claro, justo a su lado veía una aglomeración de basuras, los adoquines de un frustrado proyecto de ampliación de las zonas peatonales de la carrera 33 casi en su totalidad sueltos, varios juegos infantiles empezando a deteriorarse a pesar de ser relativamente nuevos, aglomeración de carros piratas en la esquina de la carrera 33 con calle 48, aglomeración de moto taxis (también piratas) una cuadra más adelante bajo la coqueta mirada de la Mujer de Pie Desnuda del inmortal Fernando Botero y en fin, un largo etcétera de registros que contradecían con absoluta facilidad el mentiroso eslogan, como mentiroso era el eslogan mayor propuesto por el actual administrador de la ciudad, con su tal manido Plan Candado o activación de una estrategia de seguridad urbana.
Pues bien, como resultado de lo que fuera el éxito de la comentada columna y la confrontación con lo que hoy vivimos en esa ciudad de las bellas memorias que tanto añoramos y que desde hace varios años venimos en pleno descenso hacia las profundidades de lo irrecuperable, quiero iniciar una serie donde podamos realizar un viaje documental por los tiempos y la historia, una historia que con certeza, muchas generaciones no tienen hoy la menor idea de que se vivió en nuestra ciudad, la otrora Ciudad de los Parques, Ciudad Cordial, Ciudad Bonita y la del título que hoy lleva esta columna y que me encontré, refundida entre las letras del hermoso libro escrito por el cronista José Joaquín García, Crónicas de Bucaramanga, del cual les dejo el link por si desean leerlo.
Historias fundacionales
Muchas son las hipótesis y manifiestos lanzados sobre el acontecimiento fundacional de Bucaramanga y tiempo es justo para confirmarlo, el pasado de la ciudad se diluye con extrema facilidad entre los imaginarios sociales y la verdad de a puño, donde se confirma que Bucaramanga nunca fue una ciudad y su fundación se limita un proceso de desarrollo que inicia con la congregación de algunos grupos indígenas dispersos en la zona, su condición de Corregimiento de la Ciudad de Pamplona y unos años después, una organización de civiles e indios, bajo el mando de un Oficial Militar, dependiente de la Ciudad de Girón.
Precisamente en el mencionado libro de José Joaquín García, se puede leer el texto de un documento donde se expone: “El Dia Primero del Mes de enero del Año de Mil Setesientos Setenta y Nueve se sirvió el Xmo Señor Birrei de este Reino trasmigrar los indios de este Pueblo Combirtiendo y confirmando en Parroquia, que le dio por Nombre Parroquia de chiquinquira de R. de Minas de San Laureano y como este libro comprendía y se sentaban las partidas de indios y Blancos; desde hoy corren, y se Asientan las Partidas de solo Los Blancos que son a la Letra como se siguen» (SIC).
Así las cosas y en justa lógica, tendríamos con perfecta claridad, un proceso que correspondía a pie puntillas con la organización y nacimiento de la gran mayoría de pueblos y ciudades de nuestro país: congregación de indios, sitio de oración, capilla con cura doctrinero, vice parroquia, parroquia y por último, acta de constitución como villa y posteriormente como pueblo o ciudad.

Muchas son las curiosidades que expone el cronista sobre la ciudad de tiempos natales, como, por ejemplo, el encuentro con la primera acta bautismal, que da fe del primer ciudadano bumangués, con el nombre de José Piña Turmequé, hijo de Juan Piña y Melchora Turmequé, bautizado en el año de 1737, contando como padrinos a Gaspar Zabala y Rafaela Corzo.
Acá cabe un paréntesis referencial en un detalle que tiene que ver con que para la época, no existía un sistema de acueducto domiciliario en el naciente poblado, problemática que se resolvía con la existencia de los llamados ¨baños públicos¨, entre los que se destacaban el de las Chorreras de Don Juan, La Filadelfia, Escalones y uno muy popular, llamado Piñitas, que podría y esta es especulación propia, estar relacionado con el apellido del primer paisano.

Para estos primeros tiempos, por supuesto que en el pequeño poblado vieron la primera luz algunos ilustres, como es el caso del bautizado por el Teniente Vicario de la Parroquia de San Laureano y Real de Minas de Chiquinquirá, Martin Suárez de Figueroa y quien en pila bautismal sería nombrado como José María Estévez Cote, quien con el paso de los años se haría sacerdote y en su oficio, le correspondería ser quien le brindara los Santos Óleos al mismísimo Libertador Simón Bolívar.
Finalizando el siglo XVIII en la interesante narrativa de José Joaquín García, aparece en escena un personaje que sería por decirlo de alguna manera, una figura de mostrar entre los bumangueses de la época, el cura, médico y botánico Eloy Valenzuela que además de haber hecho parte capital del equipo de la Real Expedición Botánica, dejó como legado una obra en físico como lo fue la construcción de la que hoy es la Capilla de Nuestra Señora de los Dolores (por cierto, allí se ubican hoy día los restos de este sacerdote) y por el otro, una suma de anécdotas, algunas que hoy serían vistas como de un cariz absolutamente discriminatorio, como el hecho de que le diera a la hora del bautizo, usar los nombres de Magdalena y Magdaleno (clara referencia a María Magdalena cuya historia todos conocemos), para nombrar a todos aquellos hijos por fuera del matrimonio que llegaran a su parroquia a pedir sacramento bautismal.
Este tipo de actitudes coincidentes con la visión ultra conservadora del prelado, que coincidía con los que desde entonces son llamados ¨godos¨ y que hacían parte de un pequeño reducto de criollos, partidiarios del restablecimiento del dominio español en tierras americanas.
Precisamente, al respecto en sus crónicas de Bucaramanga, su destacado autor trae a colación la primera visita del Libertador Simón Bolívar a nuestra ciudad, en el año de 1813, en plena campaña libertaria. Al respecto, el autor narra el curioso encuentro entre el cura Valenzuela y Bolívar, cuando tras varias horas de conversación, el líder patiota cierra la charla con el sacerdote en los siguientes términos: «Bien Doctor Valenzuela, su talento y su ciencia no se la puede quitar sino Dios; pero su godismo se lo quita el General Bolívar».

Una ciudad que progresa
Con la independencia y el inicio de la consolidación de la nueva República, buenos vientos comienzan a soplar en favor de la Villa de Bucaramanga, perteneciente all Departamento de Soto y en la que el comercio del tabaco, los sombreros de jipijapa y el auge de una dinámica de importaciones y exportaciones le daba un aire de importancia para sus pobladores. Obviamente ese auge sirvió de chispa para que a mediados del siglo XIX nacieran los primeros centros educativos, los cuales llevaron por nombre Escuela de Diéguez para Varones y Escuela para Señoritas Mercedes Mutis, ambos nombres correspondientes a sus profesores y directores.
Un acontecimiento que no puede dejarse pasar, sucedió el 24 de noviembre de 1857, cuando desde Pamplona, por entonces capital del llamado Gran Santander, traslada su capitanía a la ciudad de Bucaramanga, hecho ratificado con la presencia en nuestra ciudad, del propio Presidente del Estado Colombiano Manuel Murillo Toro (el mismo que unos meses atrás, había hecho público el decreto de eliminación de la esclavitud en nuestro país).

Entre los calores del discurso constitutivo como ciudad capital, la frase del entonces Presidente de la Asamblea Departamental que elevó víctores y aplausos: “De este día en adelante, ni París, ni Londres, podrán ser iguales a Bucaramanga”.
Acá sirve recordar que Bucaramanga para entonces venía siendo eje de una curiosa migración extranjera, donde naturales de Alemania, Italia, España y otros muchos países de Europa, optaban por montar sus negocios en la afable ciudad que los acogía con particular cariño.
De hecho, en este compendio de historias curiosas, en las Crónicas se anota el nacimiento de un establecimiento de licores y cervecería, con el nombre de Licorería del Águila, de propiedad de los extranjeros Luis Francisco Ogliastri y del italiano Lorenzo Brako, siendo este el probable origen de la consagrada cerveza nacional, aunque en otros documentos, se hable de la primera cervecería en gran escala de producción, de propiedad del danés Christian Peter Clausen, la cual llevaría su apellido y funcionaría en la Hacienda La Esperanza, en Floridablanca.
En este auge de extranjeros, importante destacar el rol cumplido por los hermanos Jones y Göekel, quienes lideraron la llegada del sistema de luz eléctrica a la ciudad, convirtiéndola en la tercera en todo el territorio nacional, en contar con este servicio. Sus antecesoras habían sido Panamá (todavía hacía parte de Colombia y Bogotá).
Bajo el singular grito de “por fin llegó la civilización”, el 30 de agosto de 1891, un total de 30 bombillas iluminaron la calle real, hoy sector que corresponde a la calle 37 entre carreras 12 y 14, hecho que obviamente pasó por el tamiz de la anécdota principal, por cuenta del sacerdote Francisco Santos, quien condenó esta tecnología como un regalo del diablo, quien con ello retaba la obra de Dios que consagraba la luz del día al astro rey y la de la noche a la luna.

En nuestras próximas columnas les estaré compartiendo muchas más historias y un compromiso con mis lectores: al final de las próximas cinco ediciones cuyo propósito le apunta a revivir nuestra historia, estaré entregando una ampliación de esta fotografía de mi autoría, la cual compite con ser una de las más vistas y reproducidas en redes sociales, de manera que sigan con atención estas lecturas, materia prima para aprender a amar a nuestra Bonita.
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*Comunicador Social y fotógrafo.