Por: Óscar Prada/ No hace falta declarar el valor de algo, que ya vale por sí solo. Estar chueco no impide ser un árbol frondoso y productivo; el juicio de valor que imprimen los demás, nada tiene que ver con la propia esencia.
Estar erguido o no; depende del terreno donde se nace. La finalidad del árbol es crecer y sobresalir buscando la luz para vivir; y de ello dar sombra y frutos. Tener imperfecciones no es relevante.
Un árbol no es un medio para los demás, sino que vive para sí mismo; y en el trasiego de su existencia beneficia a otros. El utilitarismo, cosifica la esencia propia a modo de bienes y servicios, en función de lo que es valioso socialmente.
La colectividad desea árboles convencionales, con sombra ideal, de frutos accesibles y dulces; por tanto, se infravaloran aquellos que son distintos, por no estar al acomodo “de lo que está bien”.
La sombra se necesita, sin importar la inclinación del tronco. Las curvaturas, lejos de ser un grave defecto; reflejan la experiencia y la lucha por surgir entre las hostilidades de las circunstancias.
La fortaleza radica en ser distintos. Lo no convencional, nos hace pensar más de la cuenta; cuestionar nos recuerda siempre, en no actuar de forma obediente y ciega los dictados de los pares más altos.
La sociedad mira con buenos ojos lo políticamente correcto. Es costumbre aprobar lo convencional, y censurar al disidente. Solo los frutos dulces son bien recibidos.
De un buen trabajo se obtienen frutos, que pueden ser amargos e incómodos en ocasiones. Por más desagradable que sea el resultado, no deja de ser fruto en realidad. Las cosechas agrias, preceden las dulces victorias.
Algunos árboles altos basan su razón, a raíz de estar por encima de los demás simplemente. En su sentir; el que sus órdenes sean cuestionadas razonablemente por los chuecos, es un acto de insurrección.
Rara vez exponen sus torceduras, los árboles más virtuosos. Mutilan y cortan sus ramas imperfectas aparentando una arrogante perfección que no admite enmiendas; restringen la naturaleza del fallar como combativa de la ignorancia.
La ignorancia se asocia con falta de intelecto. Curiosamente, se puede ser ignorante y talentoso al mismo tiempo. No siempre los más altos todo lo saben. Se tiene derecho a desconocer por más experiencia adquirida.
Preguntar es vergonzoso cuando se llega a un grado intelectual que todos esperan. “El debería saberlo”, marchita el conocimiento al concebir como pecado el indagar.
Todos los días aprendemos algo; desconocemos mucho, y aparentamos comprenderlo todo a medida que el ego se infla. Esconder las imperfecciones de nuestras ramas ante los demás, es ocultar la propia naturaleza imperfecta.
El aprender no tiene meta. La finalidad es disfrutar el recorrido en su infinidad. Aquellos que le ponen límite, restringen su conocimiento.
El camino ideal es reconocer que la equivocación es parte del proceso. Cada pisada, cada caída, cada intento, cada cicatriz, cada triunfo, cada derrota; renueva nuestras ramas y acumula sapiencia.
Se predica un aprendizaje sin errores; una contrariedad. El ilustrarse en algo, implica equivocarse; y fracasar a su vez, es el mejor maestro.
Lo dicho antes no es un incentivo para acostumbrarse a fallar; más bien, es un aliciente a aceptar que las imperfecciones a la vista están más cerca de la virtud. Nadie es perfecto, así lo parezca.
Por más chueco que esté, si es el árbol qué más da frutos; más piedras le lanzan. A los que apuntan, sus lanzamientos lejos de dañar ayudan a crecer.
Dedicado para aquellos que crecen con autenticidad a pesar de todo; sus frutos son su verdadera esencia.
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*Estudiante de Derecho
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