Por: Diego Ruiz Thorrens/ Coronavirus. Sin duda alguna la palabra coronavirus trajo consigo distintos tipos de malestares (no solo en salud pública, también emocional, psicológico, físico) de los cuales no nos repondremos prontamente. El virus, después de viajar durante varios meses sobre el continente asiático, aterrizó tempestuosamente en Latinoamérica no sin antes dejar una estela de miles de muertos alrededor del mundo (casi todas personas mayores de edad con patologías previas), y dejando a Italia como el país más vapuleado hasta el momento. El coronavirus llegó para instalarse en nuestra realidad, y con su estadía, ir exponiendo poco a poco nuestra vulnerabilidad ante un enemigo bastante incierto.
El sendero que va abriendo el virus se convierte en lecciones. Muchas de ellas, relacionadas a medidas que debieron ser tomadas con antelación; acciones que no se realizaron a tiempo y que ahora le pasan factura a más de una decena de países en el mundo entero. Si trabajamos individualmente, el virus nos consumirá con impactante rapidez; si trabajamos en equipo, podemos cercarlo, contenerlo el mayor tiempo, dándole tiempo y respiro a la humanidad para encontrar una posible cura.
Sin embargo, seguimos siendo egoístas. La individualidad de muchos los exhorta a no aprender. Algunos, tomaron el simulacro como un “tiempo de vacaciones”, sin importar la posible proximidad que pudieran tener ante un enemigo invisible o cuán vulnerables podrían hacernos a todos nosotros. Nos falta mayor voluntad para cuidarnos entre nosotros. Otros, iniciaron la cuarentena encontrándose en medio de multitudes.
Con el coronavirus, la humanidad logró emerger todo tipo de escenarios, positivos como negativos: dentro del escenario positivo, contamos con la movilización ciudadana que de corazón vienen dotando con insumos y materiales hospitalarios (elementos que para este momento se encuentran escaseados) bajo la confección de tapabocas o creando alcohol etílico, desinfectantes y demás materiales necesarios para la protección y la respuesta inmediata en la atención de los posibles casos.
En el lado negativo, encontramos que no pocas personas siguen buscando lucrarse gracias al miedo y el dolor ajeno, cobrando miserablemente por elementos e instrumentos de uso básico que son de bajo costo (especialmente algunos implementos de aseo para el hogar) pero que ahora son ofertados bajo precios casi innaccesibles.
Otro escenario ha sido el de los cuestionables “héroes” que parecieran emerger de la oscuridad para sacar provecho de la crisis y así ganar algún tipo de rédito político (a largo plazo), maximizar su capital económico o incluso posicionar su imagen bajo acciones (en apariencia) totalmente “altruistas”: políticos que “regalan” mercados a los necesitados, Iglesias que ahorcan a sus fieles para que no se atrasen en la “cuota” o diezmo, o incluso, sectores que culpan de esto a los migrantes, los gays, los pecadores, los negros… los marginados.
La pandemia ha tenido un impacto social inmediato. La vida de los Santandereanos y de todo el país ha dado un giro de 180 grados, eso no tiene discusión. Pero es a partir de este giro dónde debemos pensar en “comunidad” y no en com – unidad.
Espero que ésta realidad no sea el símil de la imagen del ratón atrapado en su ratonera mientras otros ratones roban su queso. Al caído, ¿caerle? ¡Mandan coraje! Espero que este tiempo de cuarentena sea la oportunidad para observar en qué podemos estar fallando (individualmente) y en qué está fallando la sociedad. Enmendemos errores. Demostremos que esto no nos quedará ni será más grande que todos juntos
PD: Algunos se preguntarán si tengo miedo al confinamiento/cuarentena. Honestamente, no. No siento miedo. No obstante esto no implica que a falta de miedo terminaré haciendo cosas de las que pueda posteriormente arrepentirme (como no cuidar de mí y de los demás). Sólo espero que entienda, que entiendas que esto es temporal, y que es mejor guardarse 24 días que arrepentirnos toda la vida por no haber tomado las precauciones y cuidados pertinentes.
Twitter: @Diego10T
*Filósofo, Estudiante de Maestría en Derechos Humanos de la Escuela Superior de Administración Pública ESAP – Santander.