Por: Iván Andrés Vega Molina/ En las postrimerías del gobierno saliente son muchas las postales que pasarán a la posteridad y que, tal vez en un ejercicio de revisionismo o de retrospectiva, se les podrá dar el valor que corresponden. De las tantas, una particularmente espontánea y desparpajada es la que, en mi criterio, resume las incertidumbres económicas, políticas e institucionales que deja el gobierno saliente. La anécdota es simple; en un programa de variedades uno de los conductores le pregunta al presidente saliente Iván Duque: ¿De verdad que le cambió la clave de wifi al Palacio y ahora es: ahílesdejoelchicharron?, a lo que, de forma natural y espontánea el mandatario contestó: ¿Cómo es que decían en la Estrategia del Caracol?
Pues bueno, para quienes no han visto una de las obras épicas del séptimo arte nacional como lo es la “Estrategia del Caracol”, la frase final de la película, que resumió todos los parapetos sucedidos a lo largo del filme es: Ahí le dejo la hp (la grande) casa pintada. La frase resume un conflicto de propiedad sobre una casa vieja poblada por unos variopintos personajes populares (desplazados, travestis, ladrones, zorreros de los antiguos, etc..) que, ante la inminencia de su desalojo en razón de un injusto proceso judicial, deciden robarse toda la casa dejando solo la fachada (se roban todo, paredes, techo, baños, cocina, absolutamente todo). Para lograr su cometido, piden un tiempo prudente para entregar la casa pintada, lo cual cumplen en sentido literal; entregan una casa pintada sobre la única pared que queda en pie con la leyenda antes mencionada.
¿Será que ese es el mensaje que nos deja el gobierno saliente? ¿Será que ese es el mensaje que identificará el gobierno de Iván Duque? ¿En verdad se llevaron todo y solo nos dejaron el hp país pintado?
Cada quien sacará sus propias conclusiones, pero lo cierto es que, por lo menos desde la opinión del público, en lo que respecta al funcionamiento institucional, se entrega una administración pública en la que el ciudadano de a pie cada vez cree menos, donde la percepción en clave de la corrupción es cada vez más desalentadora y donde, sin duda alguna, los problemas de los territorios (muchos de ellos potenciados por la pandemia) son menos comprendidos y atendidos por el gobierno central.
Se entrega un país donde los escándalos de corrupción más vergonzantes fueron protagonizados por los principales colaboradores del hoy mandatario saliente -sus ministros- y que por citar algunos, será prudente recordar Centros Poblados (MinTIC), las asignaciones para la implementación del proceso de paz (DNP) y Contraloría de la República- o la adjudicación a tres días de cambio de gobierno del contrato para la restauración de los ecosistemas dragados del Canal del Dique (ANI).
Se entrega un país donde la intromisión del ejecutivo en los asuntos de las otras ramas del poder público -la intromisión en el legislativo no es nada nuevo- y en los órganos de control fue directa, dejando asuntos tan pero tan delicados como la responsabilidad fiscal, disciplinaria y penal de los funcionarios públicos de elección popular sometida a la voluntad del gobierno y no a juicios justos y objetivos.
Se entrega un país donde se utilizaron las mayorías del Congreso de la República para violar la Constitución Política, como fue el caso de la ley de garantías, en donde aún, a sabiendas de la inconstitucionalidad de la norma, se eliminó esta prerrogativa de garantía electoral para fortalecer los gamonales territoriales de cara a las elecciones de Congreso. Era vergonzoso escuchar a los defensores del trámite cada vez que se les increpaba sobre la constitucionalidad de la modificación.
Se entrega un país donde se aumentó la burocracia institucional creando cargos desprovistos de cualquier fundamento administrativo e inclusive algunos -como el caso de las consejerías presidenciales- que funcionalmente eran espejos de las labores que debían ser cumplidas por los ministerios o, como en el caso de la Procuraduría, se crearon so pretexto de dar cumplimiento a responsabilidades internacionales pero que en realidad estaban manteniendo al Estado en una situación de incumplimiento de las obligaciones.
En general, desde lo Institucional el balance no es nada bueno, y esto sin profundizar ya en temas sensibles como podría ser la implementación de los acuerdos de paz, la grave crisis humanitaria derivada del asesinato de lideres sociales, la inseguridad reinante en las ciudades derivada de la inexistencia de una política eficiente contra el microtráfico, la cada vez más zanjada y amplia brecha social y la consecuente imposibilidad de movilidad social -somos uno de los peores países calificados por la OCDE- que demuestra que los pobres están condenados a seguir siendo pobres, entre otros graves problemas con los que se cierra este cuatrienio.
Todo lo dicho tal vez permite concluir que entre el desparpajo y la espontaneidad el presidente saliente definió su legado de gobierno señalando que es lo que nos queda a todos los colombianos: “Ahí les dejo el hijueputa país pintado”.
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*Abogado, especialista en derecho constitucional, laboral y maestrando en derecho público.
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