Por: Luis Carlos Heredia Ordoñez/ Todos tienen algo en común: ¡el gobierno siempre está prometiendo y prometiendo! Y en cada promesa, nos venden el futuro como si fuera un crédito a largo plazo, pero el pago nunca llega.
Miren cómo han cambiado las cosas. Cuando el presidente Petro era candidato, nos llenaba de discursos sobre la importancia de las movilizaciones. Nos decía que eran la esencia misma de la democracia.
Claro, él amaba los paros… cuando no era su gobierno el que se tambaleaba con ellos. Ahora, en la presidencia, esos mismos paros que tanto aplaudía le están recordando que las promesas, sin acción, son como construir castillos en el aire. ¡Y vaya que hemos construido castillos!
Pero vamos al grano, como debe ser. El paro campesino de 2024 no es nuevo. Es la misma olla a presión que lleva décadas cocinándose. El abandono histórico del campo, las tierras mal distribuidas, los precios de los productos que no alcanzan ni para pagar el fertilizante.
Esto no empezó con Petro, ni siquiera con Duque, mis amigos. Esto viene desde los tiempos de la colonia. Sí, desde que nos repartían las tierras como si fueran dulces y a los campesinos les dejaban las migajas.
Ahora bien, lo más curioso de todo es que, mientras se habla de sostenibilidad, desarrollo rural y otras palabras bonitas en eventos como el COP16, en el campo la gente sigue esperando que alguien entienda que no se puede sembrar con discursos.
¡Claro, en el Capitolio eso no lo saben! Los campesinos nos dan de comer, nos sostienen, pero son los grandes olvidados. Y la cereza del pastel: mientras se lucha por la protección de los páramos, la delimitación se ha hecho a las patadas, sin pensar en los campesinos que viven y dependen de esas tierras.
Pero no se preocupen, que la ministra de ambiente está en Cali, en el COP16, hablando maravillas de la sostenibilidad. ¡Qué ironía!
Y no es con activismo y sobre todo con populismo, señalando a los campesinos como si fueran los peores delincuentes del país, que se va a solucionar este paro agropecuario.
No podemos negar la doble moral de los ambientalistas que dicen querer y proteger al campesinado colombiano, pero que lo tratan peor que a los corruptos que se robaron la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo, o que a esos ladrones que han desangrado históricamente al país.
No se puede equiparar a quienes producen nuestros alimentos, a quienes, con esfuerzo, sufrimiento y valentía, logran sacar adelante a sus familias sembrando la tierra, con esos delincuentes de cuello blanco que han destruido las arcas del Estado para su propio beneficio. ¡Eso sí que es una vergüenza!
Este paro es el eco de años de injusticia y promesas incumplidas. Es un recordatorio de que el campo no es solo una postal bonita para el turismo o un tema para la COP16.
El campo es la vida misma del país, y si no cuidamos a nuestros campesinos, si no les damos las herramientas y el apoyo que necesitan, nos quedaremos sin comida… y sin futuro.
Así que, mis queridos compatriotas, mientras en Cali se habla de sostenibilidad, en las carreteras del país nuestros campesinos siguen cerrando vías, no por capricho, sino porque ya no tienen más opciones.
Es hora de que el gobierno, y todos nosotros, empecemos a escuchar. Pero no escuchar con el oído político, sino con el corazón humano. Porque en el campo, la paciencia ya se agotó.
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*Tecnólogo ambiental, ingeniero ambiental.
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