Por: Diego Ruiz Thorrens / Una vez más el Gobierno Nacional, en cabeza del presidente Iván Duque, pone sobre la mesa una de sus máximas promesas de campaña: revivir la propuesta de cadena perpetua para violadores de menores de edad.
Una vez más, casi al unísono, el país entero (acompañado de algunos sectores políticos muy oportunistas) pide a gritos “mayores y contundentes castigos” para todos aquellos que arrebaten la inocencia, la felicidad y la Vida de nuestros niños.
Y una vez más siento cómo mi pecho se va quedando sin aire, lleno de impotencia y con deseos de gritar en la medida que voy leyendo o escuchando a todos aquellos “ciudadanos de bien” que parlotean exigiendo “justicia”, “protección al menor”, “castigos ejemplares a los violadores” pero que en sus propias e inmediatas realidades hacen nada, nada por nuestra niñez, y por ello prefieren unir sus voces al ya reconocido Populismo Punitivo. Acto hipócrita y políticamente despiadado.
Ya que no puedo gritar, ¿qué me motiva escribir?
3 (tres) especiales razones: La primera, las declaraciones que compartió la famosa periodista Vicky Dávila sobre su triste y brutal experiencia como víctima de violencia sexual siendo sólo una pequeña niña, revelando que su victimario, como en casi todos los casos, fue un pariente cercano (un tío). La segunda razón, mi malestar por la columna de Cristina Plazas para un periódico local. Ella, exdirectora del ICBF, es alguien quien al igual que Vicky Dávila piensa que la solución al problema es la cadena perpetua para violadores. Y la tercera y última razón: que seguimos hablando del victimario, del daño que hacen, de las heridas que dejan sobre los niños/as que han sido víctimas de violación. De la indignación por culpa de los victimarios.
Entonces particularmente ¿Qué me molesta del asunto? Que mientras el país retoma un tema que es de antaño y que está más que demostrado que “altas condenas” no transforman la raíz del problema, seguimos haciéndonos los de la vista gorda ocultando la realidad que deben enfrentar los/las menores y sus familias por culpa de ésta violencia: son inexistentes las medidas de reparación para víctimas de violación, son carentes los acompañamientos que desesperadamente necesitan los padres que pierden a sus pequeños por culpa de asesinos sin Alma. Mucho menos hablamos de las heridas, del trauma que esta violencia ocasiona de por vida en los cuerpos de las pequeñas víctimas que sobreviven a esta violencia.
Lo sé, porque también fui víctima de violación. Y conmigo somos decenas de cientos de personas más que hemos sufrido violación, donde la justicia logró invisibilizarnos, sin contar otras/os victimas que definitivamente han quedado en el olvido.
Hace algunos años cuando hice pública mi historia, en un lapsus posterior a 2 semanas, sólo en el área metropolitana de Bucaramanga 13 casos más salieron a flote ¡13!
En casi todos estos casos, tan pronto los familiares de la víctima fueron conscientes que el agresor pertenecía al núcleo familiar, la primera medida fue la exclusión y total ocultamiento de la víctima, llámese de espacios sociales o familiares, todo con la excusa de “proteger” la identidad de la víctima y el posible acercamiento con el victimario. Es decir, la total anulación social de la víctima. ¿Esto es brindar protección?
En la mayoría de los casos las víctimas a pesar de ser menores de edad, fueron cuestionados/as por “permitir” la violencia, generando en muchos de ellos/as sentimientos de culpa: “¿Usted por qué le habló?”, “¿Usted por qué se le acercó?”, “¿Usted por qué se encerró con él?”
¿Por qué? Porque era el Papá, el tío, el primo, el hermano, el amigo cercano de la familia… ¡Porque era alguien de confianza! En casi todos los casos fueron los mismos familiares, especialmente aquellos que buscaron proteger al victimario, quienes lanzaban la pregunta: “¿Seguro/a que usted no provocó la situación?”.
¿Cómo carajos provoca un/a menor a su agresor? ¿Por qué seguimos buscando estúpidas y dolorosas justificaciones a la violación? Esto, sin contar que en múltiples casos familiares cercanos a la víctima preferían el silencio o el olvido, bajo el uso del nefasto refrán de “el tiempo sanará las heridas”. Es decir, “cállese que ya eso pasó”.
En múltiples casos, si la víctima era un niño, el miedo al señalamiento social frente una posible “desviación” del menor resultaba mucho peor, puesto que el menor era revictimizado no solo por ser víctima de violación, sino también por su “posible” nueva orientación sexual ¿En serio seguimos pensando que un niño, llegase ser sexualmente diverso, busca desesperadamente ser violado?
¿Qué deberíamos hacer entonces para cambiar esta triste y humillante situación? ¡Aprender a escuchar a los niños! Saber leer e interpretar sus silencios, sus tristezas, sus vacíos e incertidumbres. Sus estallidos de rabia, sus cambios de conducta, su hiperactividad, sus miedos.
¿Qué deberíamos hacer entonces con los violadores? Aquí la pregunta no es fácil de responder por dos dolorosas y vergonzosas razones: la primera, nuestra justicia Colombiana es débil, fragmentada y con múltiples vacíos, dónde vemos/sentimos que la Ley termina beneficiando más al agresor que al agredido. Pareciera que la ubicación geográfica dónde puedan suceder los hechos tampoco ayuda. Segundo, porque nunca nunca estaremos preparados para enfrentar este horrendo monstruo. Nunca.
Tristemente un/a menor que ha sido violado/a, algunos/as asesinados/as, toma relevancia cuando existen medios de comunicación que explotan y exprimen las historias. Solo en éstos casos el país grita justicia, olvidando que en miles de casos las víctimas de agresión sexual o violación lo son durante largos lapsos de tiempo por sus propios familiares. Otras/os están frente nuestros propios ojos: miles de niños, especialmente aquellos que se encuentran en las calles, están a merced de oscuros depredadores. Sea en la casa, en las calles, en los colegios pareciera que ningún menor está seguro.
¿En serio seguimos pensando que la “cadena perpetua” soluciona el problema de la violación? No, no soluciona nada.
Es hora que enseñemos a los menores a detectar los peligros, que hablemos con ellos de derechos sexuales, que logremos concientizarles sobre el valor físico y mental de proteger sus cuerpos, de la privacidad y de qué significa ser agredidos. Cuando seamos capaces de creer en las/los menores víctimas de violación y en sus familiares, cuando escuchemos sus voces y los liberemos de una culpa que no les pertenece, ahí sí podremos hablar de cambiar la justicia.
A mi madre un Fiscal (en aquel entonces) le dijo “señora, no desgracie la vida de su hijo. Denunciar es poner en conocimiento del mundo entero que su hijo fue víctima de violación”. Así, decenas de funcionarios niegan a los padres la oportunidad de pedir y exigir justicia.
¿Cuántos padres no habrán vivido lo mismo?
Por último, dejaré un fragmento de las recomendaciones que hace la Comisión Asesora de Política Criminal al Gobierno al presidente Iván Duque frente su propuesta de cadena perpetua:
“Con el dinero que cuesta sostener anualmente a una persona condenada a prisión (18’371.560 pesos) se podría costear el estudio anual de aproximadamente 9,54 niños de primaria (1’924.081 pesos), de 8,4 jóvenes de secundaria (2’164.591 pesos) y de 8 jóvenes de décimo y undécimo grado de bachillerato (2’284.847 pesos)”, se lee en el informe.
¿Seguiremos insistiendo que la cadena perpetua es lo mejor para las víctimas de violación?
Twitter: @Diego10T