Por: Dilmar Ortiz Joya/ Hace 18 años, esperaba pacientemente al otro lado de la puerta de acceso a la zona de maternidad de una clínica de la ciudad junto a mí padre, el sonido del llanto de un ser que iría a cambiar por siempre mi existir. El momento llegó. Una mujer vestida de blanco con una sonrisa en su boca y con un bebé entre sus brazos, abriendo lentamente la puerta que nos separaba, me preguntó: ¿Es usted el papá de éste hermoso niño? Cuando lo vi, mi corazón se agitó de alegría, mis ojos se aguaron de felicidad y dije fuertemente, “sí, soy su papá”.
Lo cargué y lo pegué a mi pecho enrollado en una cobija celeste. Era mi hijo, mi primer y único hijo, regalo que Dios me daba en esos momentos por intermedio de mi amada esposa, Mónica María. Me miró fijamente a los ojos y alzando su cabeza queriendo decirme: ¡Hola papi!; suspiró y durmió luego plácidamente en el regazo de su mami.
Desde ese 22 de septiembre del 2000, día maravilloso para mi existir y el de toda mi familia, hasta el día de hoy, en que estamos a escasas 24 horas de que mi adorado hijo Camilo Andrés cumpla su mayoría de edad, he recordado cada uno de los momentos compartidos con él. Volví a ser niño pues jugué a las escondidas, con sus carritos de colección, fui titiritero, payaso, cuentero y arrullador de cuna. También fui médico, farmaceuta, odontólogo – ¿quién siendo papá no ha sacado un dientecillo de leche de sus hijos? – vigilante nocturno, su nana en ciertos momentos, entrenador de ciclismo, futbolista, contorsionista, caballo y hasta vendedor de sus manualidades.
Han sido 18 años de una aventura inimaginable que sólo los que somos padres podemos describir y disfrutar. Han sido los mejores años de mi vida a su lado, viéndolo pasar de bebe a niño, caminando a su lado sus primeros pasos, acompañándolo en los primeros días del colegio en donde cada vez que lo despedíamos en la puerta de “Biberones” mis ojos se llenaban de lágrimas al dejarlo, sus travesuras, su llanto al sentir el picotazo de las vacunas – yo creo que llorábamos más mi esposa y yo que él – verlo crecer jugando fútbol como arquero, su época del colegio, sus amigos del conjunto y ahora su rol de universitario estudiando leyes para contribuir en un futuro a una sociedad más justa.
Hijo, has sido el sostén de nuestro hogar, nuestro actual y mejor consejero, la algarabía y alegría en la casa; gracias por hacernos tan felices en tus 18 años de vida, por permitirnos disfrutar contigo tu infancia, niñez y pubertad, por ser nuestro retoño a quien adoramos con el alma. Que Dios te permita seguir siendo feliz y que mi existencia se prolongue en la tuya para siempre. Te amo champion. ¡Feliz 18 años!
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Twitter: @dilmarortizjoya