Por: César Mauricio Olaya Corzo/ … iniciar con puntos suspensivos no suele ser lo indicado y podría considerarse una afrenta al castellano, como igual podría verse de primer golpe, el titular que seguramente le pondría los pelos de punta a los animalistas y los antitaurinos.
Pero vamos por partes y como dicen acá en Santander donde el dicho va por delante y la explicación viene atrás, a tabaco y medio, por entre trochas, brechas y a alpargata pelada, dejen mear al macho y a rascarse la impaciencia.
Los puntos seguidos indican continuidad y de eso se trata, porque tengo el propósito de continuar con juicio compartiéndoles a ustedes, apreciados lectores, los apuntes y ocurrencias que me inspiran a entablar este conversatorio con auditorios probables y con apuestas seguramente sin retorno, al no tener la garantía de una dinámica comunicativa en todo el sentido de la palabra.
Lo del título por supuesto que está muy bien correlacionado, en el sentido de que no es una apología, ni mucho menos, al llamado «arte de Cuchares», así en el sentido amplio lo sea, por lo menos, como extensión y emulación al sin sentido y justamente criticado universo de la torería; sea esta la convencional o la criolla, con sus horripilantes escenas como las que se multiplicaron recientemente en las redes con el maltrato a un becerro en el pueblo de Caucacia, Antioquia.
Se trata como lo he pretendido en las columnas que comparto por este medio, de compartir experiencias alrededor de nuestro Santander, nuestro territorio como paisaje, sus historias, su cultura, sus expresiones, la identidad como expresión de un pueblo y en esta oportunidad el tema se relaciona con una historia tejida en el pueblo rovirence de Cerrito, donde por estas fechas, dos veredas cercanas celebran la llamada fiesta del toro de candela.
A menos de seis kilómetros del casco urbano y hacia la parte alta de los cerros tutelares del poblado y en medio de cultivos de papa, cebolla y ajo, se localiza la Vereda de Humalá. A la misma distancia, casi paralela a la vía que comunica los pueblos de Cerrito y Concepción, donde lo que prima son los cultivos de durazno y unos residuales parches de trigo y cebada, se ubica el Corregimiento de Servitá.
Los dos poblados son los protagonistas de un acontecimiento que resume tradición, mito, esencia cultural, raíz campesina y todos los componentes de una fiesta que se ha mantenido, al decir de los expertos en historia de la cultura regional, desde tiempo de la conquista y que goza de una particular condición y es que su celebración, no tiene cambio posible de fecha. Todos los años, indistintamente del día de la semana que coincida con la fecha, el 13 de enero en Humalá se celebra la víspera o preparación de los toros de candela y el 14, es el desfile, la perseguida de los diablos, el homenaje a Jesús Nazareno y el cierre con la corrida a los toros de candela, esta fecha en el Corregimiento de Servitá.
Y ahora vamos por partes, desgranando el maíz y pelando la mazorca, porque literalmente así comienza la faena días previos a la fiesta y comienza con la preparación del elixir que todo lo hace posible para los participantes, la preparación de la afamada ¨chicha de ojo¨, que para las fiestas del 13 y el 14 se repartirá sin condicionamiento, correrá de boca en boca y prenderá los cinco sentidos para que no haya nada que limite la expansión de la alegría entre los participantes.
La Fiesta comienza en Humalá
La «chicha de ojo» es llamada así por dos razones; la primera porque se necesita «buen ojo» o buena vibra, para que en su preparación no se corte y un ojo afinado, para descubrir, de acuerdo al tamaño de los ¨ojos¨ o burbujas que asoman entre la nata superficial que nada en la moya, si ya está lista para echarla al gaznete o garguero como le llaman al gustadero en la región.
Entre tanto, como la fiesta es comunal, la preparación consecuentemente debe ser par y por eso, las tareas se reparten para que no haya recargos y posteriores reclamos. Un grupo de hombres arrean sus caballos monte arriba, hasta la Laguna del Boquerón, con la misión de volver con la trementina lista para poner a hervir y con los atados de una planta que en la zona se conoce como Vira Vira, que será parte del cuerpo de los toros pequeños que abren la fiesta.
En la escuela la faena no para y esa preparatoria comunal, otro grupo de hombres adelanta la brega del sacrificio de un novillo, que no solo servirá para la preparación de los alimentos, sino que su cuero será usado en la elaboración del ¨toro mayor¨ de la lidia. A la par con la labor de la res, las señoras se dedican a preparar el menudeo del sancocho, pelando las papas y demás principios y como los niños no pueden aislarse de la celebración, en la cancha se agrupan al ensayo de la danza del toro, que juicio del folclorista José Guillermo Laguna, es una de las expresiones de mayor tradición y arraigo dentro del capítulo de la fiesta en Santander.
Entre tanto en Servitá
Servitá hasta hace unos lustros bien atrás, tuvo vida propia alrededor de la religiosidad, puesto que uno de sus símbolos de identidad es la capilla de Jesús de Nazareth, hoy catalogada como la más antigua de Santander. Así mismo, durante varias décadas, allí funcionaba uno de los más importantes seminarios mayores de la región, lugar de formación de buena parte de los sacerdotes de los departamentos de Boyacá, Norte y Santander.
En Servitá, sagradamente todos los 14 de eneros se congrega la comunidad con el ánimo de celebrar tres eventos que conforman sus fiestas; el desfile de los diablos sueltos, la ceremonia de ¨defensa¨ a través de la consagración al patrono Jesús de Nazareth y por supuesto, la corrida de los toros de candela.
Los diablos sueltos, trata de una tradición cuya historia linda con los aspectos del mito y la leyenda. De acuerdo con las versiones cruzadas, su origen nace en un hecho que transformaría para siempre la historia del poblado y se narra como un acontecimiento que inició con la ola invernal más severa que se haya registrado en la región en muchos años y que repercutió en la crisis económica más grande, con la pérdida de la totalidad de las cosechas y los daños derivados por cuenta de las crecientes de las muchas quebradas que corren por la zona, amén de impredecibles ventiscas, acompañadas de heladas y un frío que no lo vencía la más tupida de las ruanas.
Se hicieron rogativas, oraciones, aguas benditas, promesas, procesiones y nada hacía posible que amainara este fenómeno, hasta que finalmente alguien le apostó a que este hecho no era cosa de Dios, sino del diablo y en tal virtud, debía hacerse algo para calmar al maligno.
La solución se dio al consejo de un campesino, que taló un árbol, en su tronco elaboró una perfecta figura del ¨patas¨ y con él al hombro, lo entregó a los curas del seminario para que hicieran lo debido y encerraran al diablo, con tal suerte qué, hecha la tarea, el sol volvió a brillar para los campesinos, pararon las lluvias y los campos empezaron a reverdecer.
Los que no corrieron con igual suerte, fueron los miembros de la comunidad religiosa, qué de buenas a primeras, empezaron a tener que sortear con las diabluras de Satán, que se dedicó a sembrar de miedo los pasillos del seminario, al punto que fue el comienzo de un sinfín de renuncias y abdicaciones de los sacerdotes y seminaristas, al punto que en menos de cinco años, no había alma que quisiera permanecer entre esas paredes y de manera inexplicable, en menos de diez años, más de 200 años de historia quedaron condenadas a la ruina con el cierre del claustro.
Diablos y Toros
Volvemos nuevamente a la fecha del 14 de enero de todos los años, que en Servitá inicia pasado el mediodía, cuando de todos los rincones del poblado comienzan a salir los diablos, ataviados con sus trajes decorados, sus máscaras de goma o de papel y sus vegijas castigadoras, corriendo por las calles, en clara referencia a los tiempos en que el diablo anduvo suelto.
Loma abajo, da inicio al desfile de los toros que serán ¨lidiados¨ en la noche, en una multicolor comparsa de cohetes al vuelo, banda de música y chicha de ojo a vasos llenos, en una procesión de color y fandango qué en menos de cuatro horas, estará llegando a las puertas de Servitá, donde son recibidos por diablos y campesinos, para dar inicio a la fiesta de integración de las dos veredas.
La primera parte de la celebración entra en ebullición y los habitantes de las dos veredas se confunde en un solo abrazo de alegría y en un solo compartir, que cesa al filo de las ocho de la noche, cuando las campanas de la capilla comienzan su cíclico redoble, indicando que es el momento en que los diablos deben descubrirse y sin sus atavíos, ingresar al sacro acto de bendición y protección del Nazareno, para que el diablo sea expulsado de estas tierras, hasta la próxima fiesta.
Culminadas los actos sacros, suenan clarines y comienza la “lidia”. Los toros son recubiertos por trapos remojados en trementina y con sus astas en fuego, salen al ruedo donde decenas de ruanas sirven para el lucimiento con pases de pecho, remolinas, cacerilas y otras maniobras propias de los diestros, que intentan evitar ser alcanzados por los astados en llamas. Los toros de candela se convierten así en una bella tradición no cruenta que pocos saben que existe y que hace parte de la gran fiesta de tradición de
Santander.
… cierro con puntos suspensivos, porque aspiro que sus comentarios sirvan para animarme a continuar compartiéndoles parte de nuestras riquezas y de todos esos valores que nos hacen sentirnos orgullosos de ser santandereanos.
…
*Comunicador Social y fotógrafo.
Muy interesante esta crónica. Valiosa para seguir estudiando y conociendo una de las más sólidas culturas de Colombia. Este es el folclor que debemos conocer y difundir.
Felicitaciones.