La censura es una práctica común que hace que lo indeseable no sea reproducido. El problema es que quien decide que es “indeseable” está en manos de quien tiene el poder y por regla general recae en todo aquello que puede hacer que su poder tambalee.
Por: Fray Andrés Julián Herrera Porras, O.P/ Durante la dictadura argentina Jorge Rafael Videla se encargó de crear una lista de textos y autores prohibidos por el régimen, Cortázar y sus obras fueron parte de esa lista. Uno de los autores más importantes de la literatura argentina estaba prohibido por causa de un “fama” que tenía el poder de prohibir libros.
Así también otros grandes casos de censura son famosos a lo largo de la historia, textos como El amante de lady Chatterley, Los viajes de Gulliver, La comedia humana, Fahrenheit 551, La metamorfosis, La colmena, Madame Bovary, entre otros. La censura ha sido una constante en la historia de la humanidad, un elemento que se ha empleado por regímenes autoritarios de derecha y de izquierda, por líderes religiosos y padres de familia.
Pero bien, es necesario precisar a qué se refiere puntualmente censurar y si existe una razón lo suficientemente válida para que se dé la censura. Para responder a esta cuestión tomaré la categoría de lo indeseable presentada por J. M. Coetzee en su compilación de ensayos titulado Contra la censura. Para el sudafricano censurar no es otra cosa que evitar que lo indeseable sea deseado por otros a partir de eliminar su divulgación. Es necesario precisar que eso indeseable está en una constante reevaluación y tiene mucha tela de donde cortar.
Coetzee también menciona que, aunque el ejercicio de censura tiende, en lo teórico, a argumentar desde diversas perspectivas, es diferente censurar una obra estética que la censura ejercida como parte del control a medios de comunicación. En la práctica, la censura termina siendo ordenada y ejecutada por los mismos encargados y no existe en últimas un aparato de censura particular para lo uno y lo otro.
Este asunto de la censura me ha venido rondando por diferentes motivos, el gran detonante que me llevó a escribir esta columna es el caso de un académico con el que de vez en cuando cruzamos mensajes por algunas redes sociales, se trata de una persona que realiza investigaciones serias sobre temas de conflicto y que tras una ardua investigación de un caso que no referencio para evitar afectaciones hacia él, terminó siendo censurado. Se trata de un artículo que luego de ser escrito fue presentado a una revista de una institución del Estado colombiano cuya respuesta fue que no se publicaría porque “no era conveniente hablar de ese tema”. Un tema escandaloso ocurrido hace más de sesenta años atrás y que hoy es conocido por buena parte de los colombianos. Lo censuraron, lo callaron.
Cuando me contó, luego de indignarme, se me ocurrió centrar este escrito en ese caso y dar detalles. Sin embargo, el directamente implicado depende económicamente de la institución que lo censura y por ende, no se pueden dar mayores detalles. Muchas veces, quizá en la mayoría de las ocasiones, la censura viene acompañada de una cierta dependencia del censurado frente a la institución que lo censura, se trata de una posición en la que el censurado termina acogiendo la censura, por las buenas o por las malas, y quien censura se encarga por ese medio de sostener una postura (una verdad) incuestionable, una “verdad oficial”.
La censura, es en última medida, una actitud común que se da al preferir esconder debajo del tapete todo aquello que supuestamente atenta contra la buena reputación de la institución, contra el status quo. Ojalá cada vez se den más personas que comprendan que el buen nombre institucional o personal no depende de lo que se esconde, sino de la forma en que se afronta la realidad y los errores que se pueden haber cometido en la historia. No se puede seguir normalizando el eufemismo como defensa de lo indefendible.
Coetzee menciona un dato que no es menor y por el contrario, puede brindar luces al proceder ante la censura, se trata de la posición de la academia y más precisamente del quehacer del maestro. “Si bien el poder de los escritores en general es escaso sin el efecto multiplicador de la imprenta, la palabra del maestro de la literatura posee un poder de diseminación que va más allá de los medios de difusión puramente mecánicos” afirma el nobel. Es el ejercicio docente, bien preparado y ejercido de forma responsable, una fuga ante la represión que puede traer la censura.
En mi opinión, la censura no es justificada bajo casi ninguna circunstancia, quizá la única censura posible sería la censura frente a lo que afecte directamente la dignidad humana, sin justificar por esta vía la corrección política anacrónica tan de moda hoy en día. Frente a esta apuesta de ir contra la censura hay una gran ventaja, quien censura no tiene más que poder, por lo general carece de argumentación y en el mundo de la interconexión cada vez se le cae más la posibilidad de ejercer su paranoica labor de censurar.
Ojalá aquel que se ha tomado la molestia de llegar hasta este último párrafo se haga la siguiente pregunta: ¿ejerce usted (ejerzo yo) censura alguna? Si la respuesta es sí, no se angustie, más bien procuré dejar de ejercerla y ábrase a la posibilidad de perder la idea de tener la razón absoluta. Es tiempo de atrevernos a dialogar con la diferencia, un diálogo real que nos lleve a cuestionarnos e incluso, a cambiar nuestra postura en caso de ver la necesidad de cambiarla.
Apuntaciones.
- Bien ido el general Sanabria, la inoperancia y el fanatismo no pueden gobernar una institución que requiere operatividad y democratización.
- Terminó la Semana Santa y como creyente les deseo un saludo de Pascua a todos los creyentes que quizá lean estas líneas. Ojalá comprendamos, a propósito de la columna, que nuestra vivencia cristiana debe defenderse a partir de los valores del evangelio y no del silenciamiento de quienes no crean en Jesús.
- La salud mental no puede seguir siendo un tema ajeno a la salud pública.
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*Abogado. Estudiante de la licenciatura en Filosofía y Letras. Miembro activo del grupo de investigación Raimundo de Peñafort. Afiliado de la Sociedad Internacional Tomás de Aquino.
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