La serie de robos a bancos por parte de ciudadanos libaneses con la esperanza de recuperar sus propios ahorros, que han estado congelados durante los últimos tres años, atrajo mucha atención de los medios extranjeros durante las últimas semanas y dispersó la atención en las elecciones presidenciales, actualmente en curso en el Líbano.
El actual presidente, el exgeneral Michel Aoun, quien lleva seis años en el poder, finaliza el 31 de octubre. El proceso para reemplazarlo comenzó el 29 de septiembre en el Parlamento, cuyos 128 diputados tienen el poder constitucional de elegir al jefe de Estado.
La votación es secreta y el presidente de la república será elegido por mayoría de dos tercios en la primera vuelta y por mayoría absoluta en las sucesivas.
Como era de esperarse, la primera sesión parlamentaria no fue exitosa. Aún no se ha llegado a un consenso sobre quién debería ser el sucesor de Aoun, debido a las divisiones dentro de la clase política.
El Parlamento está tan polarizado que ni siquiera puede ponerse de acuerdo sobre la necesidad de formar un nuevo gobierno, que reemplace al del actual primer ministro Najib Mikati, quien está en el cargo desde mayo, cuando comenzó el mandato del nuevo Parlamento.
Un ejercicio ‘puramente formal’
La mayoría de los 122 votos emitidos el 29 de septiembre fueron en blanco, mientras que Michel Moawad, diputado maronita e hijo del expresidente René Moawad, asesinado en 1989, recibió 36 votos.
Además se emitió un voto en memoria de Mahsa Amini, la joven iraní que murió el pasado 16 de septiembre en Teherán, después de ser arrestada por la policía de la moral por llevar el velo «inadecuadamente», su muerte desencadenó el movimiento de protestas en curso en Irán.
Al final de esta primera sesión electoral, que el diario francés ‘L’Orient-le-Jour’ describió como «un ejercicio puramente formal», el presidente del Parlamento, Nabih Berri, levantó la sesión, ya que algunos parlamentarios se habían retirado de la Cámara, rompiendo el quórum.
Lo más probable es que la nueva sesión prevista para el 13 de octubre conduzca al mismo resultado.
La Constitución del país establece que si no se realizan elecciones dentro de los últimos diez días del mandato del titular, el Parlamento ya no podrá legislar porque solo debe celebrar sesiones presidenciales.
Los libaneses, que enfrentan la peor crisis económica de su historia, ya saben que el proceso presidencial puede durar mucho tiempo. Debido a la falta de consenso entre los diferentes campos políticos y diversos bloqueos consiguientes, el país permaneció en un limbo institucional 29 meses, luego de que el 25 de mayo de 2014 finalizara el mandato del expresidente Michel Sleiman.
Aoun, un aliado político del Hezbolá pro iraní, no fue elegido sino hasta la 46ª sesión electoral luego de llevar a cabo interminables negociaciones para lograr el quórum -86 de los 128 miembros del Parlamento- y se convirtió oficialmente en presidente el 31 de octubre de 2016.
Una posición reservada para los cristianos maronitas
El Acuerdo de Taif, firmado en 1989 en Arabia Saudita con el objetivo de poner fin a 15 años de guerra en el Líbano, transfirió el Poder Ejecutivo al Consejo de Ministros, limitando así las prerrogativas del presidente.
Por ejemplo, si bien se designa al jefe de Estado como comandante de las fuerzas armadas en materia de defensa, éstos quedan como «sujetos al Consejo de Ministros», según el principio de un modelo político centrado en la necesidad de compartir el poder entre distintas comunidades.
Oficialmente, el Estado libanés tiene 18 comunidades, los cristianos: maronitas, ortodoxos griegos, melquitas católicos griegos, ortodoxos sirios, católicos sirios, asirios, caldeos, ortodoxos coptos, apostólicos armenios, católicos armenios, latinos y protestantes; los musulmanes: chiítas, drusos, sunitas, ismaelitas y alauitas y una comunidad judía.
El Pacto Nacional de 1943, año en que el Líbano se independizó de Francia, estableció cómo estas comunidades religiosas deberían estar formalmente representadas en el Estado libanés.
Acordado en su momento entre los líderes maronitas y sunitas del país, este pacto no escrito estipula que el presidente de la república y el jefe del ejército sean siempre cristianos maronitas, el primer ministro un sunita y el presidente del Parlamento un miembro de la comunidad chiita.
Desde que se alcanzó el Acuerdo de Taif, los 128 escaños del Parlamento se han repartido a partes iguales, entre musulmanes y cristianos. Dentro de estos dos bloques confesionales, el número de parlamentarios se determina en función del peso demográfico de su comunidad -los chiítas cuentan con 27 y los maronitas 34-. Así se decidió en el último censo, que se realizó en 1932.
Establecido para promover el consenso, este sistema ha sido aprovechado a lo largo de los años por los personajes más relevantes de la clase política, que han aumentado el número de bloqueos políticos y han erigido la negociación política como una forma de gobernar.
Durante la elección de Aoun en 2016, el bando del exgeneral y sus aliados políticos en Hezbolá lograron imponer a su candidato después de haber bloqueado durante mucho tiempo las elecciones presidenciales. Seis años después, esta misma bandada, que perdió la mayoría en las últimas elecciones legislativas, intenta que sea elegido el yerno del presidente saliente, el ex ministro de Asuntos Exteriores Gebran Bassil. Sin embargo, es visto como una figura divisiva en el Líbano.
Por lo tanto, es probable que surja una nueva ola de conflicto y se prolongue hasta que se pueda acordar un candidato para resolver la situación actual. Dado que más del 80% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, según la ONG Care, los libaneses necesitan ahora más que nunca que sus instituciones funcionen a pleno rendimiento.