Escenarios complejos donde los haya y, también, sorpresivos.
Chile se manifestaba de forma contundente el 25 de octubre de 2020 en un plebiscito de entrada en el
que el 80% de los votantes afirmaban estar a favor de una nueva Constitución elaborada por una asamblea constituyente. Dos años después, 62% de chilenos votan en contra del texto propuesto.
Con la diferencia de que el voto obligatorio y la participación del 85%, es decir 13 de los 15 millones de chilenos convocados a las urnas hicieron que casi 8 millones de personas eligieran el rechazo, lo que supone más personas del conjunto de las que votan en unas elecciones presidenciales habituales.
El presidente Gabriel Boric fue categórico al señalar en su discurso el domingo que “ha hablado el pueblo de Chile” de forma “fuerte y clara”, manifestando que “no quedó satisfecho con la propuesta” de la Convención.
Fracaso de la Convención Constitucional
En realidad, los resultados electorales no pueden interpretarse si no como una crítica feroz a la propuesta de la Convención Constitucional, cuyo fracaso sería indudable.
La oferta del texto constitucional “fue mal evaluada por los ciudadanos, el trabajo de la Convención, el texto que también presentaba algunos problemas y algunos recelos”, explica Nicolás Freire, analista político y académico de la Universidad Central de Chile, para quien una de las claves del rechazo fue que «el texto se atrincheró en un bando político, el de la izquierda», dejando vacío “un espacio político de centro y de centroizquierda que terminó votando rechazo para explicar que efectivamente este país no quiere cambios tan radicales sino más moderados”, analiza.
Sin embargo, para muchos, el resultado está estrechamente ligado al trabajo de la Convención Constitucional, formada por 154 convencionales, un 76% de ellos de tendencia de izquierda e independiente, con igual cantidad de hombres y mujeres y representación de 17 escaños indígenas.
“La campaña se perdió en el trabajo de la Convención. Aquí hubo desde situaciones iniciales, desde un convencional que mintió” fingiendo una enfermedad que no tenía, Rodrigo Rojas Vade, y viéndose obligado a renunciar a “otros que tenían una soberbia, absurda y enorme, y eran sobre todo los personajes de la Lista del Pueblo” posicionada más a la izquierda y provenientes de las manifestaciones del estallido social de 2019, “pero que también se podían observar en Convencionales del partido Comunista y en algunos de Apruebo Dignidad” de la coalición oficialista del Gobierno, señala Freire.
Pérdida de legitimidad
Cita entre varios ejemplos el caso del ex vicepresidente de la Convención Jaime Bassa, que “de haber sido un abogado que levantó las ideas de los privilegios que tenían otros se terminó transformando en alguien que un día antes de la elección llamó a los electores del rechazo, del ‘retraso’”, señala el analista.
Es por estos motivos que los convencionales “fueron el fuerte de por qué todo terminó así y son los grandes responsables”, añade, junto a otros elementos como el texto quedó con ideas no siempre fáciles de entender que había que explicar, asegura.
Los convencionales fueron sin duda “un factor de desprestigio y de pérdida de legitimidad a un proceso que tuvo en inicio un 80% de respaldo”, coincide Marcelo Mella, analista político de la Universidad de Santiago.
Además, “sistemáticamente excluyeron a un sector”, el sector liberal de centroderecha, una oposición democrática, que terminó sintiéndose al margen. “Si la Convención Constitucional hubiera logrado construir acuerdos incluyendo en ciertos temas las propuestas de la derecha liberal creo que nos hubiéramos ahorrado la situación que se generó con el rechazo abrumador del proyecto”, añade el analista político.
En este punto coincide Freire al señalar que quedó también un texto parcial “porque se excluyó a la derecha”, entonces se puso por encima lo propio que el bien común, “que en escuchar al otro” e hizo que temas como la plurinacionalidad fueran muy objetados por la ciudadanía, incluso por los pueblos originarios que votaron en sus distritos por el rechazo de forma mayoritaria.
“Se terminó cuajando una desastrosa Convención”, sigue, con un texto con partes buenas y malas “dónde primó el manto de la soberbia de muchos y muchas”.
Algunos contenidos generaron sin duda resistencia y ampliaban los temores e incertidumbre en un escenario económico adverso, coincide Mella, como “el cambio en nomenclatura de denominación del poder judicial, conceptos poco desarrollados” como la necesidad del consentimiento indígena y sus alcances que genera un debate interpretativo que sigue hasta la votación, un poder legislativo carente de equilibrios, entre otros que “aunque se puedan compartir ciertos principios” era necesario ser más cuidadoso en una implementación más gradual.
Además de todo esto habría que considerar efectos como la crisis económica “las mismas personas pueden tener una evaluación de riesgo distinta” ante una situación económica tan dramáticamente diferente de los dos últimos dos años como resultado de la crisis internacional y del Covid-19, explica el analista de la USACH.
El presidente Boric también rescataba en su discurso otros temas que han venido afectando a la ciudadanía chilena, como la insólita inflación, el alza significativa de la delincuencia, los problemas con el conflicto mapuche en el sur del país, o las listas de espera en la salud, la calidad de la educación o bajas pensiones. “Los desafíos de nuestro país no se agotan en la cuestión constitucional”, afirmó el domingo.
¿Qué viene ahora?
El presidente Boric ya había trazado un camino de salida si ganaba el rechazo antes del plebiscito, al declarar que se iniciaría otro proceso constituyente hasta que se genere un texto que suscite acuerdos para todos los chilenos. El domingo reforzó esa idea hablando de un “itinerario constituyente”, señalando que a la brevedad se definirían sus “plazos y bordes”. Las conversaciones comenzaron este mismo lunes, el día después de la elección. Sin embargo, el mandatario ya dejó claro que el Congreso Nacional –uno de los más fragmentados de la democracia en Chile- “deberá ser el gran protagonista” de este proceso.
«Es inevitable que el proceso Constituyente se retome a la brevedad, pasados los 125 días que establece la ley para establecer un nuevo proceso electoral», explica Mella. «Claramente los partidos políticos actúan bajo la imperiosa necesidad de retomarlo» si no quieren asumir los costos por no avanzar en esta área en próximos procesos electorales. La mayor parte de los partidos del arco político chileno –desde el comunismo a sectores de la derecha liberal -salvo el Partido Republicano de José Antonio Kast- van a estar “comprometidos con retomar la agenda del proceso constituyente en el más breve plazo”, señala Mella.
Tanto el proceso constituyente, como las reformas profundas que quiere emprender el Gobierno de Boric se verían favorecidos, según apunta este analista político, por el acuerdo alcanzado en el Congreso antes del plebiscito de rebajar la necesidad de mayoría de la actual Constitución de 2/3 a 4/7, una lucha histórica que al fin pudo concretarse y que facilita las reformas.
¿Fortalece el resultado a la derecha?
Para Freire este resultado “tan aplastante permite que grupos que están en los extremos sean más reticentes al proceso”, aunque la mayoría de partidos políticos dan por muerta en vida la Constitución de Augusto Pinochet y entienden este resultado como “un rechazo a esta propuesta más no a tener una nueva Constitución”, apunta Freire.
El analista político destaca “el discurso de la derecha al término de la elección”, que se mostró favorable a un nuevo proceso constituyente “donde se comprueba disponibilidad para generar cambios constitucionales”. Aunque, evidentemente, tienen una posición más fortalecida y “negocial”, no para evitar el proceso, pero sí para negociar los cambios que se van a incluir en él, lo que va a limitar su profundidad en temas como pensiones, reforma de las policías u otros.
“Es un error interpretar esto como una victoria electoral de la derecha, no lo es, es una victoria ciudadana. Creer que el 62% de los chilenos va a votar por la derecha es un absurdo. En esta instancia, el 62% se alineó con una idea que no necesariamente se vincula a la derecha”, es claro en señalar. Pero existe el riesgo «de que la derecha tenga el espejismo de hacer esa lectura», indica.
Una realidad mucho más compleja que pensar que Chile volvió al pasado de los amarres y herencia de una dictadura que hace tiempo quiere dejar atrás, aunque aún no se ponga de acuerdo en el cómo.