Por: Érika Bayona López/ La lucha contra la emergencia climática ha entrado en una nueva fase, pese a los esfuerzos de activistas y organizaciones con o sin ánimo de lucro, lo cierto es que, las advertencias ambientales se han intensificado y todo por un propósito; el disminuir los efectos del cambio climático ya que nunca se había vislumbrado en el mundo una desviación de temperatura esperable de este calibre.
En una semana ha colapsado una plataforma de hielo de 1.200 KM2 y el glaciar Thwaites, con una masa capaz de elevar más de medio metro el nivel del mar, lo que significa que podría colapsar en esta década. Según la misión científica internacional encargada de monitorear el glaciar, pese a estas significativas alertas, una tercera guerra mundial es lo poco o menos conveniente si de alertas climáticas se trata, siendo una paradoja el luchar por recursos enérgicos y no renovables, tal como se evidencia entre Rusia y sus vecinos versus la crisis de cambio climático, cuyas consecuencias pueden condenar una supervivencia en todos sus estratos sociales.
Decenas de científicos están decididos a apoyar el activismo climático, no les importa abandonar sus puestos de trabajo y enfrentar esta emergencia climática arriesgándose a ser arrestados en la semana de desobediencia civil: “Scientists Rebellion”.
La rebelión climática debe ser capaz de reunir las luchas de todos aquellos que, de una forma u otra, sienten como prioridad establecer la justicia climática donde los hechos y los convenios internacionales den prioridad y más que los intereses económicos, puedan dar un poco de dignidad como cohabitantes con nuestro entorno, donde la sostenibilidad y equilibro económico más que una premisa, sea una realidad de no menospreciar.
Como diría un adagio popular: “Dime qué siembras y te diré qué cosechas”. Pero en el caso particular, aún no se dimensiona en la humanidad los daños colaterales como la deforestación y la masiva intensificación de gases y CO2, junto con procesos que intensifican la radiación térmica en proporciones exorbitantes con fines lucrativos y efectos nocivos. Es una necesidad encontrar una manera de tomar acciones preventivas inmediatas, ya que se está poniendo en peligro la vida humana y quizás el futuro de la misma supervivencia con nuestro entorno natural, que, en este momento, también está destruyendo la posibilidad de nuestra existencia continua en este planeta.
Estamos viendo un movimiento generacional que atraviesa las clases y, por lo tanto, es algo único como genuino, pues la verdad es que la globalización trajo consigo empoderamiento y criterio respecto a problemas latentes. Además, esta generación es la primera en rebelarse utilizando argumentos claramente ambientales porque quieren tener un futuro, trasmitiendo con herramientas poderosas como las redes sociales, un mensaje contundente y directo y sus demandas a las generaciones futuras. Cuyo propósito es tan sencillo como la necesidad de subsistir en el entorno que nos queda y que aún menospreciamos en su importancia.
La discusión sistémica sobre el planeta con base en los lugares donde vivimos, en lo tangible, lo cotidiano, como la misma sostenibilidad y responsabilidad ética, son la fuerza para luchar por lo que nos sostiene, desprendiéndonos de egos y reglas relativas al poder económico. Necesitamos aumentar nuestra conciencia de cómo el discurso climático afecta ciertas realidades cotidianas, por ejemplo: el mundo rural, las situaciones de marginación social, las clases trabajadoras y economías verdes, invenciones sostenibles y compensaciones ambientales reales con equilibro ecológico y avanzar en el debate sobre cómo podemos vincularlo con estas realidades.
Los movimientos sociales como son los feministas y los activistas ambientales o trasformadores de segunda mano, logran dar vida a una producción económica, ilustrándonos a adoptar una perspectiva matizada que reconoce las diferencias y privilegios relacionados con el género, el origen étnico, la clase, la orientación sexual, la edad, la discapacidad, etc. Asimismo, las poblaciones indígenas y nativas son ejemplos vivos de sociedades no capitalistas donde el respeto y el cuidado de la naturaleza aún informan su visión del mundo que, a pesar de más de 500 años de colonización, que, aunque cueste decirlo, logró sepultar la cultura ancestral de nuestros territorios. Construir un futuro de verdadera justicia social y climática, por lo tanto, requiere de reunir una variedad de perspectivas, especialmente en nuestra cultura pre-colonizadora y recuperar aquellos valores sociales donde los intereses colectivos, primen sobre los intereses individuales.
El cambio climático supone una importante amenaza para la paz y la seguridad internacional, donde las principales potencias económicas e industriales del mundo, no solo ignoran los efectos del cambio climático sino que también están intensificando la competencia por recursos enérgicos descuidando la producción y sostenibilidad alimentaria, la protección del agua, masificando la radiación y gases con efecto invernadero, exacerbando las tensiones socioeconómicas y, cada vez con mayor frecuencia, provocando desplazamientos masivos y por qué no, fenómenos naturales que claman a gritos un poco de conciencia ambiental y racionalización de recursos naturales.
El clima es un multiplicador de riesgos que empeora los desafíos ya existentes. Las sequías en África y América Latina alimentan directamente los disturbios políticos y la violencia. El Banco Mundial estima que, si no se toman medidas, más de 140 millones de personas en África Subsahariana, América Latina y Asia Meridional se verán obligadas a emigrar dentro de sus regiones para 2050; y que, pese a estas alertas, es evidente la indiferencia de los que se lucran con la explotación de recursos, que en poco o nada, pagan impuestos en la exportación de estos elementos en países como Colombia, Paraguay y Venezuela.
Esto es una muestra verdadera de que el mundo actual atraviesa una gran crisis climática y de que ningún rincón del mundo está a salvo de las devastadoras consecuencias del cambio climático. El aumento de las temperaturas es la causa directa de la degradación ambiental, los desastres naturales, las condiciones meteorológicas extremas, la inseguridad alimentaria e hídrica, la disrupción económica, los conflictos y el terrorismo. El cambio climático es una causa directa de la degradación del suelo, que limita la cantidad de carbono que la tierra logra contener. El calentamiento global afecta la seguridad alimentaria e hídrica de todos.
Un mundo seguro y en paz es la condición previa para afrontar con eficacia el problema del cambio climático, pero esto no quiere decir que la realización de una acción eficaz contra dicho cambio vaya a traer la paz y la seguridad al mundo.
Para no escatimar, un ejemplo básico y esencial de la emergencia que agobia hoy en día al mundo, debemos resaltar la crisis que inunda a Sudáfrica. Y sí, esto es literal, Sudáfrica se ha visto completamente afectada por la madre tierra, siendo un país rico en recursos, pero pobre en políticas económicas y justas, como lo podemos ver desde el mismo derecho laboral y minero que regulan lo material del país.
El cambio climático ya está afectando a todas las regiones del planeta de múltiples formas, algunos cambios como el incremento en el nivel del mar, son además irreversibles en cientos o miles de años.
También debemos prepararnos psicológicamente tanto individual como colectivamente para los tiempos por venir. Fenómenos como la “ecoansiedad” se están volviendo cada vez más comunes y necesitamos estrategias para manejar los sentimientos de impotencia, ira, rabia, miedo, angustia y dolor generados por la crisis socioecológica, los cuales se intensifican con una presunta guerra mundial y resultados de pospandemia como en estos días. Necesitamos ir más allá de la dicotomía del triunfo y el fracaso para continuar construyendo el movimiento juntos, incluso cuando los tiempos son difíciles.
El ambientalismo de esta nueva década debe ser capaz de enfrentar todos los desafíos, crear nuevas formas de hegemonía y proyectarse hacia el futuro con una visión positiva que, a pesar de la gravedad de la situación, nos permita a cada uno de nosotros contribuir como podamos.
Miremos hacia arriba y escuchemos a la ciencia. Somos la última generación que puede frenar la crisis climática y el tiempo para actuar se acaba. Estamos en crisis y esta noticia debe ser más importante que cualquier polémica en televisión, donde a futuro, seremos no habitantes, sino sobrevivientes del ecosistema pálido y débil que envuelve nuestra realidad.
Demos un salto a un mundo más limpio y resistente. Si los gobiernos, las empresas, la sociedad civil, los jóvenes y el mundo académico trabajan juntos, podemos crear un futuro verde en el que haya menos sufrimiento, reine la justicia y se restablezca la armonía entre las personas y el planeta. El futuro de la vida está en la tierra al igual que la sostenibilidad y equilibro que a viva voz, demanda nuestra subsistencia un equilibrio entre la explotación y exploración de recursos.
¿Estás dispuesto a ponerte la camiseta del activismo climático sin perjuicio y más acciones positivas?
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*Account Auditor QA. Administradora de negocios internacionales y especialista en mercadeo internacional de la Universidad Pontificia Bolivariana.
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