Por: Adrián Hernández/ Recordarán ustedes aquel texto bíblico donde Jesús saliendo de Jericó se encuentra con Bartimeo el hijo de Timeo que es ciego de nacimiento. A su llamado, Jesús le responde con un: ¿qué puedo hacer por ti?, a lo que el ciego aprovechando la oportunidad le dice: maestro, que yo vea. Y Jesús le retorna la vista.
Al respecto de este texto, hay varios interrogantes que saltan al leerlo o reflexionarlo. ¿Qué tenía de especial Bartimeo? ¿Qué movió a Jesús para fijarse en él? ¿Por qué Bartimeo pidió la vista?
Estos y otros interrogantes pueden salir, pero hechas las preguntas hay que dar las respuestas. Bartimeo no tenía nada de especial, era una persona del común que si bien se señala que era hijo de Timeo no agrega más, Timeo era una persona conocida en la comunidad. ¿Por qué Bartimeo pidió la vista?, porque era lo que necesitaba, si hubiese pedido dinero, tal vez hubiera recibido dinero, pero ciego seguiría. Y dejé intencionalmente de últimas la pregunta de, qué movió a Jesús para fijarse en él, porque voy a contestarla con mayúscula sostenida, sintió empatía.
¡Y entonces qué es la empatía! Comúnmente, cuando hablamos de empatía llega a nuestra mente la definición de ponerse en los zapatos del otro y nos imaginamos en seguida nuestros zapatos y cómo sería los zapatos del otro. Personalmente no me gusta ni siquiera en el pensamiento ponerme en los zapatos del otro, pues imaginarios como la higiene me detienen en seguida. De hecho, la única vez que me he puesto zapatos de otro es cuando juego bolos y ¿saben?, no me siento tan cómodo.
Así que preferiría otro concepto para abarcar lo que es la empatía, y en este sentido prefiero el de entender al otro. Y creo por ahí voy entrando al meollo del asunto.
Pero para entender al otro no es necesario entrar a esculcarle la vida, ni pasar largos ratos de conversaciones, ni confesar al otro. Por el contrario, según las investigaciones frente al tema, las personas altamente empáticas saben “leer” a los demás y captan una gran cantidad de información, sólo con su lenguaje corporal, la manera como ubica su cuerpo, sus palabras, el tono de la voz, su expresión facial. Y en base a esta información pueden saber lo que le puede estar pasando o sintiendo.
El sólo hecho de mover la cabeza o de decir sílabas como “a ja” dan a entender que alguien está ejerciendo la empatía pues hace que la otra persona se sienta escuchada y que su relato efectivamente está siendo tenido en cuenta por su interlocutor. Esto sí que es bien importante sobre todo en escenarios como consultas médicas, psicológicas e incluso asesorías espirituales. Nada más decepcionante que ir a este tipo de encuentros y no recibir ni siquiera una mirada del supuesto profesional que está ahí.
No hay duda que la ausencia de la empatía durante una relación terapéutica o de consulta conlleva a bloqueos que impiden la verdadera transparencia, pues la presencia de estrés por miedo o nerviosismo aumenta la resistencia e impide incluso los mismos efectos terapéuticos que se pudieran dar.
Cuando de empatía se trata, hay una palabra clave que no puede faltar: atención ¡Prestar atención! Con mucha frecuencia las personas vienen y no les prestamos atención, se van peor de lo que llegaron con ideaciones de “no soy importante”. Conozco padres que andan en su celular todo el tiempo, sus hijos ya pequeños, ya adolescentes vienen en su búsqueda y al no encontrar eco, van a donde su amigo, otro perdido igual o incluso peor, a que les preste atención. Y en muchas ocasiones lo logran brindando asesoría del contenido que ellos poseen.
Después viene el sobre salto, y entonces decimos y ¡este chico de dónde sacó esa idea!
Recientemente me hijo pequeño de ocho años, me resultó hablando de un amigo que se hizo por internet en su juego de fortnite. Lo primero que hice fue inclinarme hasta la altura de sus ojos y mirándolo fijamente le expliqué quién es un amigo, al terminar la conversación me dijo: “Pa, entonces él no es mi amigo, es un compañero de juego”.
Se nos olvida a los adultos que alguna vez fuimos niños y que nos hubiese gustado que nuestros grandes héroes nos miraran a los ojos y nos hablaran con amor. Se trata de entender al otro y no de dejarlo traumatizado de un grito. Se imaginan al maestro Jesús al escuchar el llamado del ciego Bartimeo, sobregirar y de un grito aplastarlo con un ¡Qué quieres¡, así a secas. Pero el maestro que sabía entender al otro le agrega, ¿qué quieres que haga por ti?
Si nos detenemos a analizar el término de la empatía como tal, viene del vocablo griego ephatón que significa sentir y del prefijo en que significa dentro. Por eso el diccionario de la real academia de la lengua española la define como: “identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro”.
La empatía en al ámbito organizacional
Desde una perspectiva organizacional la empatía y su ejercicio juega un papel preponderante. Algunos teóricos del tema sostienen que hay dos enfoques claros, de una parte, la que te permite saber lo que sienten los demás y de otra, la que te permite sentir lo que sienten los demás. Ambas, muy importantes en la gestión de equipos de trabajo en la empresa ya que allí están contenidas las emociones, motivaciones y relaciones que se tejen al interior de estos.
Cuando se trata de saber lo que sienten los demás, se abre la posibilidad a aquellas inhibiciones que las personas tienen ya por miedo, ya por inseguridades o por falta de confianza. Descubrir a tiempo es desactivar una bomba que al explotar no solo afecta la individualidad sino la colectividad. Es importantísimo al seno de una organización mantener personas que su desempeño no esté mediado por el terror sino por el amor y la pasión.
Ahora bien, en lo referente a sentir lo que sienten los demás conlleva un profundo autoconocimiento de sí mismo de tal manera que pueda al mismo tiempo autocontrolarse y automotivarse. Sólo así puede desengranar el posible sufrimiento que genera estancamiento en los grupos.
¿Por qué la empatía puede ser un mecanismo de acción espiritual?
El ejercitar comportamientos empáticos conlleva de una parte, una sensación de bienestar interior que le devuelve paz y tranquilidad a quien la práctica y de otra parte al hacer conexión con los demás y leer o entender al otro, me pone en la dinámica de también ser entendido por los otros. Si yo salgo en búsqueda de entender al otro, y este a su vez lo hace con otro y así por unas cuantas veces se hará una cadena interminable de bienestar y tranquilidad. En un movimiento circular puede generarse un círculo virtuoso que por el extremo final regresará a mi beneficio.
Qué tal una pareja de esposos que todos los días se propongan el uno al otro hacer una acción contestando la pregunta: ¿Hoy qué puedo hacer por ti? El amor, no hay duda será el primer invitado a estar allí en medio de los dos.
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*Filósofo y teólogo, Psicólogo Universidad Nacional, Magister en Biociencias y Derecho Universidad Nacional, MBA Inalde Bussines School. Director Programa Inteligencia Espiritual Medirex.
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