Por: Carlos A. Gómez/ Los días comenzaron a contarse desde aquel 7 de agosto de 2018. Desde su discurso inicial ya se sabía qué pasaría en los siguientes largos, tediosos, extraños, inseguros, empobrecidos, peligrosos, ajenos, lastimados, curtidos, robados, invisibles, virulentos, y dolorosos años. Alcanza para un largo etcétera.
El discurso del señor Macías, presidente del Congreso, fue el resumen lo que iba a pasar en esos cuatro años de su gobierno.
Nada fácil tuvo que ser que el país que gobernó ya no lo extrañe, ni lo piense, no lo recuerde, ni lo eche de menos. No se extraña cuando fue indiferente frente a poblaciones que murieron por una causa que no era de ellos. La guerra es un mal que solo pocos despiadados desean; la corrupción también.
¿Qué está haciendo ahora? Tal vez está fuera del país en algún puesto que le dieron pagando algún favor que usted hizo. O tal vez, disfrutando de una pensión de por vida de más de 30 salarios mínimos legales mensuales vigentes. Cifra casi redonda que usted logró, pensando que dejar el salario mínimo en un millón fuera histórico. Histórico es dejar a un país con un salario que no alcanza a cubrir las necesidades de una familia promedio, pero claro, usted no sufre de eso.
¿Cuántos kilos subió? Eso fue lo único notorio en eso cuatro años.
En la distancia, quiero que sepa que no existe un peor escenario más triste que dejar un país en las condiciones actuales. Su orgullo superó su capacidad de razonar y ser humilde en aceptar alguna crítica o informe que diga algo contrario a lo que usted junto con su gabinete piensan que estaban haciendo bien.
No aceptó los informes de Naciones Unidas. Cuando ellos sacaron un informe sobre los nuevos desplazamientos internos por el conflicto armado que recuperó su fuerza, usted lo rechazó. Cuando los de la FAO salieron de decir que Colombia está en un estado crítico de sufrir hambre, solicitaron, con tono amenazante, que retiraran a Colombia del informe porque no era cierto. Por ahí en el Vichada en esa misma semana del informe reportaban que tanto colombianos como venezolanos estaban buscando comida en basureros.
¿Le duele el corazón por su país? La respuesta es no.
Ya que el tiempo no regresa, solo queda tener esperanza en que su sucesor pueda tener una mejor capacidad de entender un país que usted no conoció ni reconoció, pero por el que sí viajó. Hasta en cuatrimoto como cualquier joven que viajaba a San Andrés disfrutaba.
Recuerdo su autoentrevista, un monólogo muy inspirador centrado en el YO, respondiendo solo respuestas correctas. Su entrevistador, usted mismo, estaba encantado con el entrevistado. Imagino su alegría por tan magna capacidad de contestar en otro idioma, idioma que nadie entendió.
Seguramente en el país donde usted vive hablan ese idioma que solo usted entiende. Ese idioma lo he llamado: No me importa.
Espero que esté bien junto con los suyos, mientras que muchos que no son suyos sufren las pérdidas de toda clase que se produjeron durante su gobierno.
Una carta a un expresidente que no tiene una bibliografía impresa, ni digital.
Usted, que quiso que la economía naranja se exprimiera al máximo, no logró desde el primer día que la genta la entendiera. Finalmente, solo usted sabe de qué se trata y a nadie más le importa.
Saludos cordiales. y felicitaciones. Usted logra dejar su legado de una manera impecable. Lo hizo imprimiéndolo en unas monedas que salieron de circulación antes de ser impresas. Perdieron su valor, así como perdió su valor el peso colombiano.
Siempre aquí, señor expresidente. Bye.
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*Ingeniero Industrial y Magíster en Responsabilidad Social y Sostenibilidad.
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(Esta es una columna de opinión personal y solo encierra el pensamiento del autor).