Por: Rubby Flechas/ El pasado 10 de octubre el mundo celebró el día mundial de la salud mental. Este año la consigna de la OMS es la atención de salud mental para todos.
Un tema que desde hace años he considerado subvalorado, profundamente ignorado en la agenda pública y aún estigmatizado por la sociedad. Afortunadamente, y con mayor fuerza en los últimos meses, trágica y paradójicamente a causa de la pandemia, empieza a ser discutido abiertamente.
Este caso de salud pública sin precedentes afecta al cien por ciento de la población, y el primer problema es la negociación de la importancia que tiene en nuestras vidas.
Tanto así que el país aún no cuenta con una política clara sobre salud mental, ni hay una ruta de atención robusta en este campo. Mucho menos se ha hablado sobre la importancia de la educación emocional desde la primera infancia; elemento crucial para formar seres humanos realmente integrales, sobre todo en esta era donde las redes sociales tanto tecnológicas como presenciales se han transformado tanto, que ya se empieza a hablar de neuroderechos en países como Chile.
Una era en la que contamos con las tasas más altas de suicidio, y donde aumentan significativamente en jóvenes, siendo la cuarta causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 19 años[1]. Una era que nos reta a potenciar nuestro trabajo intelectual como nunca antes, cuando el trabajo manual predominaba.
Y entonces queremos dar todo de nuestra capacidad mental sin atender la salud de nuestro centro de máquinas, aunque a veces atendamos con mayor ahínco nuestra salud física, que, si bien es importante, no es la única que debemos cuidar.
Creemos tener por descontado una buena salud mental, es más, difícilmente creemos que las emociones, los sentimientos, los pensamientos, y las acciones sean parte de lo que llamamos salud.
Las afecciones en el estado mental no es sólo haber sido diagnosticado con una enfermedad mental. Todos los días nuestra salud mental, como una célula, se alimenta, cambia, ajusta, desecha, construye y nos moldea, aunque no nos define.
Todo lo que vivimos y la forma en la que lo asimilamos afecta nuestra salud mental. Muchas personas tienen habilidades naturales para tramitar sus dificultades, pero muchos otros no logramos ni reconocer un estado mental que requiere atención.
A nadie se le ocurre que una persona con un brazo roto ande por ahí sin atención médica, alzando bolsas de mercado, abriendo puertas y haciendo pesas. Estaría en contra del sentido común permitir que una persona con miopía conduzca un bus escolar, una ambulancia u obtenga licencia de conducción sin apoyo de gafas o lentes de contacto.
Igual atención deberíamos prestarnos cada día, o al menos cada vez que pasamos por momentos difíciles, que nos sentimos mal o desbordados. Debemos desmitificar la ida al psicólogo, dejar de burlarnos o minimizar las emociones de los demás, permitirnos pedir ayuda por más ‘pequeño’ que sea el problema. Muchas veces esas emociones solo necesitan ser escuchadas, comprendidas o validadas por otra persona, muchas veces una charla sin juicios ni prejuicios es suficiente para recomponernos.
Así como cuando nos golpeamos el codo con una esquina cualquiera, y nuestro instinto nos lleva a revisarnos ese lugar del cuerpo que solemos dejar en el olvido, al menos ese mismo tiempo deberíamos poder presentarle a nuestro cerebro cada tanto.
Nadie sabe la dimensión de un problema. Nadie puede predecir los efectos que tendrá dejar una herida abierta a largo plazo.
La salud mental es como esos papás o abuelos que está pendientes de todos. Esa típica abuela que resuelve todos los problemas, hace todo sola, no se queja, no pide ayuda, no le gusta ir al médico, no duerme, come poco y trabaja mucho. Alcahuetea a todos los nietos, nos cuida cuando nos enfermamos y nos salva cuando necesitamos un favor. Todos la admiramos, la damos por descontada y contamos con ella incondicionalmente.
A veces le decimos que descanse, que no sea terca y que vaya al doctor por ese dolor de muela. Aun así sigue haciendo todo ella misma sin pedir ayuda y sin demostrar cansancio. Creemos que puede hacerlo todo, y que es invencible. Hasta que nos llama a avisarnos que por cambiar un bombillo se resbaló y le duele un poco una pierna. Ese día nos damos cuenta que no puede hacerlo todo sola, que inclusive es un peligro que viva en un quinto piso sin ascensor, y que ese dolor de rodilla que tanto niega no la deja caminar. Entonces la regañamos y la llevamos casi arrastrada al doctor que nos dice que afortunadamente fuimos a tiempo antes de que empeorara.
Ese día nos damos cuenta que necesitamos empezar a cuidar de ella. Esa es nuestra salud mental. Está ahí, siempre, por supuesto. Pero también puede romperse, así parezca indestructible.
Aún no está claro cuántas enfermedades del cuerpo, ni en qué nivel, pueden verse afectadas por el estado mental de las personas, pero sabemos que el estado de ánimo nos ayuda con las defensas y hace que sea más rápidas las recuperaciones de enfermedades tan difíciles como el cáncer. También sabemos es que siempre necesitaremos remedios para el alma y remiendos en el corazón.
Nunca es demasiado pronto ni demasiado tarde.
#DíaMundialDeLaSaludMental
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*Economista, especialista en gobierno, gestión pública, desarrollo social y calidad de vida.
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