“La guerra contra el terror no ha terminado y la guerra en Afganistán tampoco”, respondió Kenneth McKenzie, comandante del Comando Central de la Armada de Estados Unidos, cuando le preguntaron en el Congreso si la guerra contra el terrorismo había terminado. Su afirmación la hizo el 28 de septiembre ante el Comité de Servicios Armados del Senado, casi un mes después de la evacuación de emergencia de las tropas estadounidenses de Kabul luego de que el grupo Talibán se tomara el poder.
La versión del general McKenzie es diferente a la del presidente Joe Biden, quien el 31 de agosto dijo: “queridos estadounidenses, la guerra en Afganistán ha terminado”. En ese mismo discurso, Biden agregó: “vamos a mantener la lucha contra el terrorismo en Afganistán y en otros países, solo que ya no vamos a necesitar pelear una guerra en terreno para hacerlo”.
Según el presidente, EE. UU. tiene las capacidades para operar desde otros países y hacer la guerra a larga distancia, “lo que quiere decir que podemos impactar a terroristas y objetivos militares sin necesidad de tener botas de soldados americanos en terreno o muy pocas, en caso de necesitarlas”, expresó Biden.
Sin embargo, Mark Milley, comandante general de las Fuerzas Armadas de EE. UU., explicó en el Congreso que la retirada de las tropas hace mucho más complicado llevar a cabo inteligencia, supervisión y reconocimientos en terreno. Esa realidad reduce la precisión de las misiones militares que se ejecuten desde otros lugares del mundo contra objetivos terroristas en Afganistán. Un ejemplo de esto es el ataque con drones con el que Estados Unidos afirmó que golpeó al Estado Islámico en Afganistán tras los atentados en el aeropuerto en Kabul. Días después, el Ejército estadounidense reconoció que realmente mató por error a 10 civiles, entre ellos siete menores de edad.
Independientemente de qué tanto confían el presidente y los generales en la capacidad militar de Estados Unidos, la guerra contra el terrorismo continúa.
Desde 2018 a 2020, el gobierno de Estados Unidos llevó a cabo actividades de contraterrorismo en 85 países, según la Universidad de Brown. Estas operaciones incluyen ataques aéreos y con drones, combates en tierra y los llamados programas de la «Sección 127e», en los que las fuerzas de operaciones especiales de EE. UU. planifican y controlan las misiones de los ejércitos aliados. En los operativos también hacen ejercicios militares en preparación o como parte de misiones, y operaciones antiterroristas para entrenar y ayudar a las fuerzas extranjeras, según el reporte entregado por el Instituto Watson de Asuntos Públicos e Internacionales de la Universidad de Brown.
Los autores del estudio resaltan que el mapa no documenta las bases militares de EE. UU. utilizadas para operaciones antiterroristas, la venta de armas a gobiernos extranjeros o todos los despliegues de las fuerzas de operaciones especiales de Estados Unidos.
Aunque el Pentágono argumenta que está cambiando su enfoque militar hacia la competencia contra las grandes potencias como China y Rusia y se está alejando del contraterrorismo, “el examen de la actividad militar de EE. UU. país por país muestra que todavía no hay una rebaja considerable del aparato contraterrorista”, dicen expertos de la Universidad de Brown. De hecho, las operaciones antiterroristas se han expandido a nivel mundial, como lo demuestra el mapa.
¿La guerra contra el terrorismo tiene fin?
“Responder al terrorismo con una mentalidad de guerra es la raíz del problema. Estados Unidos ve el terrorismo como una guerra y no como una actividad criminal. Esto es lo que ha llevado al país a responder usando herramientas de guerra y incluso rompiendo la ley con tortura, detenciones ilegales, juicios injustos, etc.”, dijo Andrea Prasow, experta en seguridad y directora adjunta para Washington de Human Rights Watch.
Para Richard Downie, coronel retirado y vicepresidente ejecutivo de estrategias globales para OMNITRU Technologies, empresa de seguridad y tecnología, “no es una guerra contra el terrorismo, es una guerra es contra los grupos que quieren usar esta táctica de terrorismo, este es el punto… Estados Unidos no tiene opción de no combatir el terrorismo porque la función primordial del Estado es mantener la seguridad de sus ciudadanos”.
Según Downie, no habrá un ganador en esta guerra contra el terrorismo, solo habrá éxitos y fracasos contra esos grupos que quieren utilizar la violencia para alcanzar sus objetivos e intimidar los que sí tienen poder.
¿Quién gana en la guerra contra el terrorismo?
Los más beneficiados tras 20 años de guerra contra el terrorismo han sido las grandes empresas privadas de defensa y fabricantes de armas que han gastado más de 2.500 millones de dólares en lobby en las últimas dos décadas. Según el reporte ‘20 años de guerra’, estas empresas han empleado en promedio más de 700 lobistas por año en los últimos cinco años. “Eso es más que un lobista por cada miembro del Congreso”, subraya el reporte.
Desde que George W. Bush declaró la guerra contra el terror el Pentágono ha gastado más de 14 billones de dólares en sus operaciones y casi la mitad de este dinero ha terminado en manos de cinco contratistas de defensa y fabricantes de armas como: Lockheed Martin, Boeing, General Dynamics, Raytheon y Northrop Grumman. Así lo revela el Instituto Watson de la Universidad de Brown.
Para poner en perspectiva, solo en el año fiscal 2020, Lockheed Martin recibió 75.000 millones de dólares de contratos del Pentágono, muy por encima del presupuesto anual del Departamento de Estado y de la Agencia de Desarrollo Internacional que equivale a 44.000 millones de dólares.
Específicamente en Afganistán, algunas de las empresas de defensa que más se beneficiaron fueron Dyncorp International que se encargó, entre otras cosas, de equipar y entrenar a la Policía Nacional. Según la página usaspending.gov, desde el 2008, Dyncorp ganó contratos con el gobierno de EE. UU. por más de 24.800 millones de dólares.
Flour Corporation, por su parte, obtuvo contratos superiores a los 14.000 millones de dólares y se encargó, entre otras cosas, de la construcción de bases militares al sur de Afganistán. Kellogg Brown Root, subsidiaria de Halliburton, que se encargó de la alimentación, hospedaje y logística de los militares y aliados en terreno obtuvo contratos equivalentes a cerca de 500 millones de dólares.
Ese panorama explica en parte por qué el general Mark Milley cree que 20 años de guerra en Afganistán fueron un ‘fracaso estratégico’. Un fracaso en el que muy pocos ganaron mucho.