Por: Irving Herney Pinzón/ Todos sabemos que vamos a morir, que somos mortales. Pero la mayor parte del tiempo actuamos como si fuéramos inmortales. Es decir, perdemos el tiempo, posponemos cosas importantes para después, hacemos proyectos en los que no tomamos en cuenta nuestra salud, nuestra edad, nuestra vejez o nuestras fuerzas, hacemos promesas y en muchas ocasiones no estamos total y plenamente presentes aquí y ahora aprovechando al máximo el tiempo sabiendo que es limitado. La gran enseñanza de la experiencia de la muerte es que existen límites, que la vida no se extiende inconmensurable, todo puede sernos arrebatado en cualquier momento.
La muerte de un ser querido nunca es fácil de aceptar. Desearíamos mantener a esa persona siempre a nuestro lado y la pena y el dolor de la pérdida nos ahoga y no nos deja respirar. Es necesario en esos momentos, si realmente queremos al fallecido, tomar una actitud respetuosa y dejar partir a los muertos con un buen acompañamiento. Aceptar que ese ser ha finalizado su etapa a nuestro lado y que ahora debe continuar su viaje. Agradecer el tiempo que hemos pasado a su lado y no alimentar ese clima de dolor y tristeza que demoran su partida.
Hablar de la muerte es hablar de la vida, porque es importante recordar que debemos aprovechar al máximo el extraordinario, efímero e irrepetible tiempo que la vida nos ofrece sobre la tierra. Expresar, sin reprimir nuestros afectos tomando conciencia que el único momento para sentir, tocar, acariciarse, encontrarse y compartir es en el “ahora” de nuestra existencia.
Hoy se ha descubierto que muchos de los sistemas antiguos de conocimiento para entender la muerte pueden ser utilizados con el fin de enfrentar y darle un sentido trascendental a ese inevitable tránsito. Nos referimos a los libros de los muertos, a los rituales funerarios, a las prácticas chamánicas, a los misterios de la muerte, a las acciones pre y post morten en culturas ancestrales.
Se nos ha educado en la creencia de que sólo es real aquello que podemos percibir con los sentidos ordinarios. Sin embargo, todos hemos tenido sospechas de algo trascendente y sagrado, algo que no se ve, ni se toca, quizás inspirados por alguna composición musical que a veces nos inspira la naturaleza, por la simple meditación o por la situación más ordinaria de la vida cotidiana
Es en el budismo tibetano es donde encontramos la mayor cantidad de antecedentes acerca de este momento. Éste nos dice que la muerte se produce cuando termina la respiración interior, lo que a su vez da inicio al amanecer de la luminosidad, base en el instante de la muerte. En la postmuerte se habla de una experiencia del resplandor de la naturaleza de la mente o “Luz Clara”, que se manifiesta como sonido, color y luz. Un paisaje de luz que lo inunda todo.
Frente a la reflexión que nos suscita la muerte aparece un sin número de preguntas que profundizan en lo caduca que es la existencia: ¿Será la muerte el final? Y si no lo es, ¿qué habrá después de la muerte física? Y Si el momento de la muerte es como parece ser, ¿cómo le gustaría que fuera su muerte? Reconciliarse, resolver los pendientes y desapegarse. La forma ideal de morir es haberse desprendido de todo, interna y externamente, de modo que a la mente le quede el mínimo posible anhelo, aferramiento y apego a que amarrarse en ese momento esencial. Así pues, antes de morir hemos de intentar liberarnos del apego a todas nuestras posesiones, amigos y seres queridos.
Cualquier estado mental dañino, toda contradicción, toda culpa, resentimiento o deseo de venganza, incluso la menor añoranza de cualquier posesión constituye un estorbo cuando llega el momento de la muerte, hay que procurar llegar a éste sin apegos, ni pensamientos negativos. Pero también es posible que el momento de la muerte se constituya en la última opción de reconciliación, de ahí que el trabajo que se haga, con ayuda de un buen amigo en ese momento puede ser de muchísima utilidad para facilitar el viaje y la trascendencia.” En todas las tradiciones religiosas y corrientes espirituales se sostiene que morir en estado de oración es sumamente poderoso. Por eso, cuando nos llegue el momento, relajémonos lo más profundamente posible, invoquemos de corazón a nuestros guías y/o maestros.
Mark Twain mencionó que “la vida no era un regalo valioso, pero la muerte sí”. Eso me da a entender que sólo nacimos para morir y que lo que consideramos valioso en la vida es sólo un alivio para nuestro desasosiego. Cada paso que damos es para aprender, ¿o no? Pero, ¿para qué?, ¿cuál es el propósito de este aprendizaje si al final del túnel nos encontramos con la certeza de no volver?
Puede ser que sea oscuro pensar sobre la muerte, pero la vida es más que sólo una procesión. Muchos filósofos se han esforzado para darle sentido a la tristeza que se percibe cuando alguien muere y es algo sencillo de entender porque no hay de qué preocuparse: simplemente se han ido. Esa persona que ya no está ahora no sufre. Somos nosotros los que permitimos ese sufrimiento por alguien que se fue. Es ilógico. Al menos que sintamos culpa por ser la causa de su ausencia, pero igual no se puede hacer nada. Es complejo, hasta paradójico analizar la muerte a través de la tristeza. Sentimos lástima por alguien que ya dejó de sentir y eso viene del amor que se le tiene. Solo la muerte nos presta, a veces con intereses, la oportunidad de valorar la vida.
*Magister en Educación, Docente Investigador Filosofía y Ciencias Sociales y Candidato a Doctor en Educación.
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