Por: John Jairo Claro Arévalo/ Anteriormente la palabra jugaba un papel importante dentro de nuestra sociedad cuando se trataba de hacer negocios, compromisos, acuerdos. Podríamos hablar de las generaciones “de palabra” en el sentido de la importancia y trascendencia que les daban a éstas, cuando sin mediar documentos, sean promesas de compraventa, escrituras, cheques, letras o cualquier otro título de valor, nuestros padres y abuelos compraban, vendían, permutaban, bienes muebles e inmuebles con sólo dar la palabra.
Los chamanes, los palabreros, rezanderos, quienes no solamente albergaban sabiduría para diferentes fines en beneficio de su comunidad, ellos ejercían el poder de la palabra como autoridad moral, social y cultural, cumpliendo muchas veces como intermediarios y conciliadores.
Hoy día tenemos, dicharacheros, parlanchines, engañifas, politiqueros, embaucadores, youtuber, influenciadores que a costillas de la palabra tergiversada, insulsa, grosera, atrevida despiertan emociones con miles de seguidores en redes al muy estilo del programa de televisión Laura en América
No es difícil determinar cuándo y en qué momento la palabra respetuosa, tolerante y ser de palabra perdió vigencia, pasó de moda, anteriormente nadie ponía en duda la palabra del cura, del profesor, del médico, del político. Cuando Jorge Eliécer Gaitán dijo: «Esta avalancha humana: libra una batalla, librará una batalla; vencerá a la oligarquía liberal y aplastará a la oligarquía conservadora», la fuerza de sus palabras reflejaba una convicción fundamentada en la verdad.
De igual manera el inmolado Luís Carlos Galán Sarmiento, quien, con un discurso valiente, estructurado, cimentado en la moral ciudadana, fue piedra en el zapato para la narco política, el paramilitarismo y la corrupción quienes permearon todas las estructuras de la sociedad civil y del estado colombiano desde hace décadas. Su palabra y ser de palabra le costó la vida el 18 de agosto de 1989.
La inmensa mayoría pone en duda la verdad, cree poco en ella, dando altísimo valor y credibilidad a la mentira, a lo trivial, lo pueril y superficial, nos llenamos de desconfianza, la buena palabra y ser de palabra vale un pepino, por ejemplo, vemos en el fútbol la “actuación” de jugadores simulando faltas para engañar al árbitro, para que este aplique sanciones disciplinarias, en la política, el buen discurso estructurado, argumentado, decente, honesto, diáfano, sincero, es descalificado, vilipendiado, en cambio, el que se expresa con soeces mentiras, calumnias, injurias y difamaciones, llama poderosamente la atención, generándole a este comportamiento, jugosos réditos electorales.
En el argot político existe una condición llamada el “efecto teflón”, que es el blindaje que tienen ciertos personajes de la política quienes, a pesar de su “rabo e’ paja” sus “pecados”, debilidades o talón de Aquiles en su actuar como ciudadano y político, nada parece afectarlos. Históricamente hemos sido engañados por la gran mayoría de la clase política tradicional y alternativa, siempre nos han mentido, ¡han faltado a su palabra!
La difamación, el improperio de grueso calibre, lo tosco, lo palurdo, lo ordinario, el grito, el enfado, acompañado de verdades a medias, la especulación, la suposición y la acusación porque sí, embadurnan y enlodan el ser de palabra, la palabra amable, respetuosa, esta, aunque en desuso, jamás reñirá con la decencia, la moralidad, el decoro y la integridad. No en vano cada día tiene más vigencia lo que se dice que “para las verdades, el tiempo”.
Los comportamientos groseros, según algunos expertos psicólogos que han abordado el tema en la Universidad de la Florida, se propagan como una enfermedad, llevando consigo sentimientos de ira y hostilidad, incluso incitando conductas vengativas, ver el artículo.
Estos son links de algunos colombianos que no pudieron ser presidentes y otro que quiere serlo, se queda uno sin palabras.
Ver link: Palabras de Jorge Eliécer Gaitán
Ver link: Palabras de Luís Carlos Galán Sarmiento
Ver link: Palabras de Rodolfo Hernández
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*Licenciado en música, artista, docente, compositor del himno de Bucaramanga, exconcejal de Bucaramanga.
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