Por: Yessica Molina Medina/ Cuando empezaba la pandemia, hace ya casi año y medio, muchos hablamos del cambio que esto traería para la humanidad, de las enseñanzas que nos dejarían estos días difíciles de encierro e incertidumbre, de que saldríamos renovados, listos para hacer de este planeta un mejor lugar. Hemos ido comprobando, conforme le ganamos la batalla al Covid-19 y se van levantando las restricciones gracias al milagro de la vacunación, que aquello fue una utopía.
Seguimos siendo los mismos. El último hecho que me corroboró esa realidad ocurrió en el Estadio Nemesio Camacho El Campín la semana pasada: después de más de 500 días volvía público a este escenario capitalino a ver un partido de la liga profesional entre Independiente Santafé y Atlético Nacional. Después de un comienzo de fiesta y optimismo, unos desadaptados disfrazados de hinchas convirtieron el espectáculo deportivo en una batalla campal.
¿Qué tiene en la cabeza una persona que agrede a otra porque lleva una camiseta de un equipo rival? Y digo “agrede”, un verbo bastante suave para el criminal que atacó a patadas a un hombre indefenso que estaba tirado en el suelo, con toda la sevicia. Duda uno de la humanidad cuando ve semejante crueldad y estupidez, agravadas por la circunstancia de tantos meses de pandemia.
Pero las fallas fueron varias, además del comportamiento de esa bandola de criminales. Y debo decir que no se trata de que sean de un equipo o de otro: todos, o por lo menos los más tradicionales, tienen barras bravas, unos criminales que dañan el espectáculo y a los que ni siquiera les interesa el fútbol.
Por un lado, parece que a las autoridades locales se les olvidó cómo se comportan estas barras y las tantas veces que han causado desmanes. No vimos el operativo policial necesario para un evento como este, en el cual se juntan grupos que no pueden ni verse; además, es hecho conocido que dentro de una misma barra hay facciones enemigas: la barra brava “hincha” de Nacional en Bogotá es enemiga de la barra del mismo equipo originaria de Medellín (esto como ejemplo, porque ocurre en varias barras de diferentes clubes).
A esto hay que sumarle las denuncias de varios asistentes al encuentro: aseguraron que a las afueras del estadio no hubo mayor control y que las medidas de bioseguridad, porque aún estamos en pandemia (no lo olvidemos), brillaron por su ausencia.
Por otro lado, los clubes siguen pasando de agache: ¿Cuándo piensan hacerse responsables de los actos de sus seguidores? ¿Cuándo van a tomar medidas para controlar un espectáculo masivo que es su responsabilidad (y de la Dimayor, por supuesto)? Una medida tan sencilla como carnetizar a sus hinchas, de suerte que quien cometa actos vandálicos o atente contra la integridad de otro no pueda ingresar nunca más a un estadio de fútbol profesional.
Y la justicia, ni se diga: el criminal que intentó asesinar al hincha dándole golpes en el suelo tenía serios antecedentes penales: tentativa de homicidio. Y el juez lo dejó en libertad. ¿Una persona con este comportamiento, que es capaz de acribillar a golpes y tratar de asesinar, puede estar tan tranquila en las calles? ¿Esperamos que mate a alguien para actuar? Nada ha cambiado, todo es igual.
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*Master en comunicación estratégica, profesional Comunicadora Social- Periodista, asesora política y relacionamiento público y experta en marketing político.
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