Por: Rubby Flechas/ “La envidia es una declaración de inferioridad”: Napoleón Bonaparte.
¿De qué nos hablan los pecados capitales? Más allá del dogma religioso, han sido normas de convivencia que prevalecieron por el tiempo y son parte de nuestra historia. Se convirtieron en las actitudes menos deseables y más bajas del hombre por ser un riesgo para actuar de manera incorrecta. ¿Estaremos cuidándonos como sociedad de no caer en ellos?
La envidia, definida como la tristeza ante el bien ajeno, es no poder soportar que al otro le vaya bien, ambicionar sus goces y posesiones, es también desear que el otro no disfrute lo que tiene[1]
Para el envidioso, las cosas toman valor cuando están en manos de otro, en vez de sus propias manos, y quisiera tenerlas él, despojando al otro. Es mas o menos la actitud de los niños cuando se interesan por un juguete sólo cuando otro niño lo tiene, y sienten la necesidad de quitárselo. No por disfrutarlo, sino porque el otro no lo tenga.
En la generosidad, su contraposición, yo gozo que el otro lo tenga. En la envidia todo tiene que estar en mi poder. Todo el mundo quiere tener las ventajas del otro, pero a partir de las concepciones propias. Envidio al otro por lo que a mis ojos es ventajoso, y quiero ser como él. Aunque no sepamos la cara oculta de la moneda.
El que envidia estaría en el mejor de los mundos si pudiera lograr una disociación con el otro: quitarle para sí pudiera lograr una disociación con el otro: quitarle para sí toda la parte que no le gusta y quedarse sólo con lo que le gusta, sin tener en cuenta que todos los bienes y beneficios tienen un costo en la vida.[2]
Todos conocemos historias de una persona que no tiene dinero para comer bien, pero tiene un carro de último modelo, acaba de comprar un apartamento en la mejor zona de la ciudad, todo por mostrar o mantener un nivel de vida que despertarán envidia en los demás.
Es curioso cómo la gente envidia el éxito, el reconocimiento, el dinero o la belleza. Envidiamos todo lo superfluo, lo transitorio y material. Pero no envidiamos cosas esenciales: la salud, las habilidades personales o la fe del otro.
Para el periodista argentino Jorge Rial, experto en temas del mundo del espectáculo, asegura: “La envidia a los famosos está basada en una realidad ficticia. Se codicia la imagen que ellos proyectan, no lo que son. Se envidia algo que realmente no existe”[3]
Algo que ya vimos en el caso de la lujuria, deseamos tener lo que venden la vida de famosos o influencers en redes sociales. Envidiamos lo que vemos de sus vidas. Compramos ese sueño de felicidad sólo para añorar una realidad paralela a la que no podemos ingresar y que añoramos. Trabajamos y vivimos buscando llegar a tener eso que tanto deseamos del otro. Y cada vez que logramos conseguir algo que creemos es un paso para llegar a esa felicidad, vemos que no nos da la misma sensación que vimos en otros, envidiamos no tener exactamente la misma experiencia, y se sube la exigencia, se sube la apuesta, se aleja nuestra meta final.
Lo dramático es que la envidia no nos deja disfrutar de nuestra realidad, de nuestras experiencias, de nuestro entorno, de nuestra vida. Vivimos proyectando cómo seríamos con aquello que no tenemos, y así la vida se convierte en una constante comparación dolorosa entre lo que tienen los demás y no tenemos nosotros.
La lujuria, la envidia y la avaricia pueden estar más conectado de lo que parece.
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*Economista, especialista en gobierno, gestión pública, desarrollo social y calidad de vida.
Twitter: @rubbyflechas
Instagram: @rubbyflechas
(Esta es una columna de opinión personal y solo encierra el pensamiento del autor).
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[1] Fernando Savater. (2005) Los siete pecados capitales.
[2] Ibid.
[3] Ibid.