Por: Rubby Flechas/ “El antídoto contra la pereza es la voluntad, y muchas veces, la conciencia de la necesidad.”[1]
¿De qué nos hablan los pecados capitales? Más allá del dogma religioso, han sido normas de convivencia que prevalecieron por el tiempo y son parte de nuestra historia. Se convirtieron en las actitudes menos deseables y más bajas del hombre por ser un riesgo para actuar de manera incorrecta. ¿Estaremos cuidándonos como sociedad de no caer en ellos?
Todos hemos sufrido alguna vez de pereza. Desde niños nos daba pereza algo. Madrugar, bañarnos, hacer las tareas… Y de adultos también sufrimos de ese mal.
En cuanto al pecado, dicen que la pereza es la falta de estímulo, de deseo, de voluntad para atender a lo necesario e, incluso, para realizar actividades creativas o de cualquier índole. Es una congelación de la voluntad, el abandono de nuestra condición de seres activos y emprendedores.[2]
Desde siempre, los estímulos han sido fuente de acción. Es lo que nos hace realizar lo necesario para cumplir con una meta u objetivo. Ahora bien, esa meta u objetivo es nuestra motivación.
Hace unas décadas, se contaba con un manual claro e instrucciones muy puntuales sobre lo que se debía hacer de acuerdo a las condiciones de cada individuo. Las religiones ayudaban a difundir ese mensaje de seguir un camino establecido para transitar la vida, con unas reglas de juego claras que no estaban en discusión ni se dudaba de ellas. Por lo cual no era necesario sentir motivación para cada acción, era suficiente con querer tener una vida que fuera aprobada socialmente.
Actualmente, está abierto el espacio para la reflexión. ¿Qué quiero estudiar? ¿Quiero casarme, tener hijos, una casa, un carro, una beca? ¿De verdad es lo que quiero? Y cualquier respuesta es válida, siempre y cuando sea lo que nos de felicidad. Pero pasa que nos falta la chispa de la motivación para seguir el camino que queremos, porque todas esas preguntas necesitan argumentos para ser contestadas y buenos argumentos para ser convincentes, principalmente para quien las piensa.
En el pasado, la sociedad se basaba en presupuestos aceptados. No se pensaba en la existencia como un conjunto de preguntas que había que responder en forma individual. Ahora, debemos encontrarle sentido a lo que hacemos. Hoy la búsqueda debe tener contenidos, lo cual es un problema porque casi todo lo que nos rodea tiene poco sentido relativo. ¿Para qué quiero casarme, estudiar, tener hijos, ahorrar? Podemos pasar por la vida intentando buscar una razón a las acciones y situaciones antes de encararlas, y el resultado es que nos paralizamos y no hacemos nada.[3]
Es posible que estemos sufriendo de falta de motivación, de motivos, de objetivos que tengan la suficiente robustez como para estimularnos a la acción. Para qué estudiamos si al final habrá mejores personas que nosotros, para qué emprendemos un proyecto si es tan difícil emprender.
La hiper velocidad con la que vivimos hoy en día, nos da una sensación virtual del tiempo donde sobrevaloramos la rapidez, y subvaloramos los procesos y el esfuerzo que requiere cada uno de ellos. Queremos resultados inmediatos, y por supuesto, cualquier actividad que implique un esfuerzo adicional al que estamos dispuestos a dar, especialmente en términos temporales, lo despreciamos y preferimos buscar atajos, que pocas veces nos llevan a los resultados esperados.
Es posible que Sabater tenga razón, y el antídoto contra la pereza sea la voluntad y la conciencia de la necesidad; pero ¿qué pasa cuando vivimos en una sociedad que nos da múltiples opciones para cubrir las necesidades básicas, y aunque queramos tener una mejor vida, seamos incapaces de encontrar la energía para emprender el largo camino de la perseverancia?
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*Economista, especialista en gobierno, gestión pública, desarrollo social y calidad de vida.
Twitter: @rubbyflechas
Instagram: @rubbyflechas
(Esta es una columna de opinión personal y solo encierra el pensamiento del autor).
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[1] Fernando Savater. (2005) Los siete pecados capitales.
[2] Ibid.
[3] Ibid.