Por: Libardo Riaño Castro/ Cuando recordamos los años noventa, varias cosas advienen de repente, para quienes vivimos esos años, por ejemplo, las imágenes de los momentos icónicos de nuestra selección Colombia en el mundial de Italia, con aquel empate “epopéyico” y “apoteósico” contra Alemania.
Pero más que los buenos recuerdos, sobrevienen los momentos más trágicos de la historia de nuestro país, la dantesca cadena de asesinatos, masacres, terrorismo, tomas guerrilleras, narcotráfico, paramilitarismo, la corrupción política que ya hacia tránsito en el escenario de la administración del Estado, los magnicidios de los candidatos presidenciales, las bombas que azotaban con un frenético asomo de muerte en las ciudades, y que decir de nuestros campos, donde la sangre campesina brotaba a borbotones pidiendo clemencia ante los actores armados y justicia al Estado.
Bajo este escenario apocalíptico, surgió el movimiento de la séptima papeleta, que en pocos meses logro movilizar al país entero, uniendo diferentes movimientos sociales, económicos, políticos, cientos de personas de diferentes regiones e ideologías, que sintieron que era el momento de cambiar la historia, de despichar esa burbuja socio-cultural, de atraso, ignorancia, exclusión y de marginación en la cual Colombia vivió desde 1886, y que desconocía las transformaciones sociales, económicas, y culturales que el mundo desde los años 60s, empezó a experimentar, y que luego eclosiono con el derrumbe del socialismo soviético tras la Perestroika y la Glasnost, cristalizado en la caída del muro de Berlín, que trajo como consecuencia el triunfo del capitalismo, la economía de mercado y la Globalización.
La Constitución de 1991, fue un hito sin precedentes para la Colombia de ese entonces, pues pese al clima social y violento en el que se redactó, dio forma a un Estado que había surgido tras los tiempos de la independencia, pero que continuaba bajo una guerra intestina como en el periodo de la “patria boba” anquilosada en un bipartidismo arcaico inmaduro que luchaba por el poder, pero que desconocía al pueblo, y sus derechos, impendo la transformación social que histórica, geográfica y culturalmente Colombia reclamaba, pues era fundamental que se reconociera la diversidad social y cultural de los colombianos, se terminara con el monologo centralizador, para abrirle paso a la descentralización administrativa y económica, y se diera paso a la participación ciudadana por medio de unos mecanismos constitucionales que permitieran a los ciudadanos ser autores centrales del ejercicio democrático y del Estado Social de Derecho, y no, simplemente la materia prima para las elecciones presidenciales, y que luego se desecha y se guarda en el desván, para de nuevo sacarla cada cuatro años.
La Constitución de 1991, también permitió al país abrirse paso al nuevo mundo cambiante que se construyó tras la finalización de la guerra fría, el binomio compuesto por el Neoliberalismo y la Globalización, llegaron al país por medio de la Apertura Económica, y con ella, los nuevos desafíos que debíamos enfrentar dentro de la economía mundial de mercado, por esa razón era necesaria las reformas en materia económica, de producción y laborales, que fueron introducidas en el texto constitucional.
Un elemento que en el momento de la proclamación de la Constitución de 1991, fue fundamental para los colombianos de ese tiempo, fue la pedagogía constitucional que se gestó, con el fin de dar a conocer este ejercicio constitucional, a todos los colombianos, recordamos que en las escuelas, los colegios, las bibliotecas, los medios de comunicación como la radio, la televisión y la prensa, se dieron a conocer los derechos, deberes, los mecanismos de participación ciudadana, la tutela entre otros tantos artículos, que consagraba la constitución política, que produjo cambios, y el choque entre lo antiguo y lo nuevo para los colombianos.
Hoy treinta años después, la constitución sigue vigente, aunque con reformas y remiendos, pero en esencia sigue siendo el corazón de la democracia colombiana, sostiene todavía el bastión del alicaído Estado Social de Derecho colombiano, y no ha permitido que caigamos en los excesos del poder, frenando la reelección por más de dos periodos, y que pese a los errores de las administraciones pasadas y presentes, no hemos permitido el ejercicio de los gobiernos dictatoriales, independientemente de que vertiente ideológica sobrevengan.
También hoy treinta años después de su redacción original, es necesario reconocer, que nos ha hecho falta a todos los colombianos, leer y comprender nuestra constitución, pues hemos tenido en ella la oportunidad de cambiar leyes, promover normas, reformar instituciones criticadas como el congreso, pero le hemos dado la espalda a una solución ciudadana como lo fue la consulta anticorrupción que se llevó a cabo en el 2018, en la que se promovió por primera vez una consulta popular consagrada como mecanismo de participación ciudadana en la constitución, pero finalmente los colombianos, fruto de nuestra inconciencia, indolencia e incomprensión, le dimos la espalda a este mandato que como constituyentes primarios, pudimos darle al poder legislativo, para frenar por normativa la corrupción que es el principal de los flagelos que azota a nuestra patria.
Por estas razones, es que se hace necesario de nuevo, una cruzada nacional pedagógica de enseñanza de nuestra constitución, en donde no solo sea un ejercicio de aula académico, sino un ejercicio de Educomunicación, en donde tanto los medios como el sector educativo, logren sincronizar esfuerzos, para crear una sinergia didáctica que permita, volver a crear un movimiento como en el de los noventa, un movimiento social en pro de las reformas que el país necesita, en donde el dialogo sea nacional, con todos los autores, y las diferentes visiones de la Democracia que existen en el país, los académicos, los empresarios, los comerciantes, los de la calle, los llamados “jóvenes de la primera línea”, así como los demás colombianos de todas las vertientes y latitudes, que anhelamos y queremos un cambio y una transformación social, un país más justo y con justicia e igualdad para todos.
La constitución sigue vigente y latente; tal vez acorralada por sectores que arremeten con el fin de establecer un Estado antidemocrático, pero debemos proteger nuestra Democracia, y por medio de ella, buscar el nuevo pacto social que requerimos, debemos pensar más allá del presidencialismo mesiánico, lo que se requiere es gente con sentido constituyente.
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*Docente, Comunicador Social, Educomunicador.
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