Por: Adrián Hernández/ “Lo que me duele es pensar que estoy sola, porque en realidad es como me siento: muy sola. Tengo gente que me acompaña: mi familia, mis amigas, compañeras…; pero me falta lo más importante: Mi amor”. No tengo a la persona a la que contaba mis secretos, la única persona que podía saber las cosas que yo pensaba y la que me ayudaba a subir las escaleras tan resbaladizas de esta bella vida, como él acostumbraba a decirme. Me duele el alma cuando llegan las siete de la tarde y no viene a buscarme. Mi teléfono ya no suena como antes, ya no sale su nombre en la pantalla y sé que jamás volverá a salir. Me duele irme a la cama y me duele pensar que jamás voy a volver a verlo ni a estar con él, que jamás me dará un abrazo ni me acariciará como lo hacía; que jamás me volverá a darme un beso ni a decirme que me quiere”.
Con respecto al título de mi artículo de hoy, no es la pregunta de quién quiere ser millonario, tampoco es el “todo está consumado” de Jesús en la cruz, aunque sí habría mucha relación. Sí en cambio, es la pregunta que muchos se hacen cuando reciben esa tenebrosa llamada del personal médico de las UCI avisando que su familiar va a ser entubado y que es importante que se despidan.
A partir de este momento la incertidumbre, el miedo y lo nervios se apoderan de los familiares hasta el punto de casi no querer contestar más el teléfono, pues como he escuchado de algunos que ya han pasado por ese momento “no queremos que suene el teléfono porque sentimos que no aguantamos que nos digan que acaba de morir”.
A partir de esta llamada la historia del vínculo cualquiera que sea puede partirse en dos momentos que se sumergen en la absoluta incertidumbre: ¿es una despedida para siempre o hay la esperanza de volvernos a ver? Muchos han tenido la feliz noticia que todo fue superado y que el ser amado podrá seguir en la compañía por un tiempo más. Otros, por el contrario, recibirán días después una pequeña caja que contiene las cenizas de ese ser amado.
La actual pandemia ha acelerado esta realidad de tal mañanera que estar anciano o enfermo ya no son los únicos criterios de esta confrontación. Este tercer pico en particular que atravesamos como colombianos está dejando un promedio de 650 familias diarias afectadas en lo más íntimo de su ser con la separación de sus seres queridos. Es decir 650 familias diarias con dolor y tristeza porque si hay algo qué decir es que para ese momento del morir nadie nos hemos preparado suficientemente.
De esta manera los procesos de duelo por las muertes están abundando y el acompañamiento, que existe, no da abasto para mitigar el impacto. La preparación dada la alta probabilidad de infectar y morir, no es suficiente y si bien el mismo virus ha generado la propia conciencia, es el miedo la emoción que más abunda y que se ha apoderado, petrificando la posibilidad de reacción.
De acuerdo con las investigaciones de Laura Yoffe de la Universidad de Palermo, hay grandes diferencias en la forma cómo los humanos resolvemos el duelo no sólo por las prácticas espirituales o religiosas que vivimos sino además y fundamentalmente por el tipo de muerte que bien puede ser anticipada, inesperada, repentina o trágica. La razón es que la muerte anticipada, por ejemplo, da campo para la preparación tanto para el moribundo como para el familiar mientras que no sucede lo mismo con las otras tres.
Más allá de detenerme acá en describir la tragedia del acto de separación, me interesa puntualizar algunos aspectos que conciernen al llamado espiritual para el antes y el después. De tal manera que la espiritualidad sea ese elemento crucial de ayuda, dado que cuando las sombras de la muerte nos visitan, el dolor por la nostalgia, el abandono y la soledad nos golpean tan fuerte que nos hace temblar las fibras de lo escondido develando así nuestra fragilidad y si no hemos hecho el ejercicio previo seguramente mucho más fuerte va a ser el impacto, el afrontamiento y la superación de la separación.
Según la investigadora antes mencionada se encontró que, lo que sí es bien cierto es que independientemente del tipo de muerte, las prácticas religiosas y espirituales ayudan favorablemente para asumir y superar. Así como también, que las personas religiosas o espirituales que pudieron prepararse anticipadamente para la partida de su familiar, el impacto fue menor. En este sentido el acompañamiento de clérigos y religiosos llámese sacerdotes o pastores, ayuda a la aceptación de la muerte del ser querido. Aquí es clave la red de vínculos que proviene de las religiones en general y la participación de las personas en ella son fundamentales en los procesos de duelo.
Otras investigaciones hablan de la necesidad de haber ejercido actos de perdón anticipados, esto disminuirá el tema de la culpa que se acrecienta cuando el ser querido parte y se quedan procesos abiertos de resentimientos por ofensas acaecidas, así mismo se cierran posibles sentimientos de deuda que pueden estar pendientes. Es muy importante hoy vivir el día a día, es decir cerrar ciclos continuamente sin importar si hay enfermos o riesgo de morir en algún miembro de la familia. Muy importante también como lo señalan otras investigaciones utilizar los sistemas de creencias, prácticas religiosas y rituales para prevenir y aliviar las consecuencias negativas de sucesos de vida estresantes. Esto guarda relación con la celebración en templos, llevar las cenizas al cementerio, reuniones para rezar, hacer altares en casa con foto del ser querido fallecido etc.
Finalmente, pareciera ser que el testimonio con el que abrí fuera de una señora que acaba de despedir a su esposo y de no ser por los derechos de autor, podría decir que fue a mí a quien me lo contó y con toda seguridad me creerían; pero debo ser honesto, es un testimonio escrito por José Carlos Bermejo en su libro Duelo y Espiritualidad publicado en el año 2012. De tal forma que para entonces no había ni la menor sospecha de Covid-19.
Resalto acá las practicas narrativas, elemento vital para la superación del duelo, donde se requiere de alguien que escuche sin juzgar. Aquí los amigos y familiares son fundamentales. No olvidemos que este es un dolor que duele por todo el cuerpo y del que sólo da razón quien lo está viviendo. Acá el elemento espiritual que entra en juego es la compasión que no es otra cosa que ayudar en el sufrimiento del otro para que sea más llevadero.
No dejemos que suene el teléfono y que la voz que habla al otro lado nos diga: ¡Despídanse! Porque muy seguramente el tiempo y la escasez de palabras no van a permitir decir lo que tenemos que decir. Tampoco dejemos que llegue la separación y no hayamos dicho y vivido lo que teníamos que decir y vivir. ¡Hagámoslo ya, de tal manera que nunca hayan últimas palabras!
Algunas acciones:
Abrazar y besar a nuestros seres queridos en abundancia. La vida es corta.
Acompañemos cada conversación con risas, alegría y jolgorio.
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*Filósofo y Teólogo. Psicólogo Universidad Nacional. Magister en Biociencias y Derecho Universidad Nacional. MBA Inalde Bussines School. Director Programa Inteligencia Espiritual Medirex.
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