Por: Rubby Flechas/ “Si no fuera porque te dicen que está prohibido, nunca pensarías que lo están”: Fernando Savater.
¿De qué nos hablan los pecados capitales? Más allá del dogma religioso, han sido normas de convivencia que prevalecieron por el tiempo y son parte de nuestra historia. Se convirtieron en las actitudes menos deseables y más bajas del hombre por ser un riesgo para actuar de manera incorrecta. ¿Estaremos cuidándonos como sociedad de no caer en ellos?
Siguiendo el orden de estos pecados, llegamos a la lujuria. Una interesante palabra que se refiere a la abundancia, extravagancia o a la exuberancia, que nada tenía que ver en sus inicios con la asociación que hoy hacemos con el apetito sexual. Y si bien en su traducción al inglés es lust, podemos sentirlo más cercano con luxury o lujo.
Este es un interesante pecado que abre una puerta interesante; la prohibición. Cuando la lujuria empezó a ser pecado, se hablaba del acto sexual, el cual no podía generar placer pues su única función era procrear. Y que en consecuencia trataba a las mujeres como máquinas para preservar la especie.
Cuando tenemos la posibilidad de escoger, nos regulamos fácilmente. Pero si te prohíben algo – al igual que el alcohol y las drogas -, tienes la sensación de que violar las normas es mucho más placentero. Por su puesto, el deseo sexual, profundamente natural en los seres humanos fue públicamente prohibido.
En pleno siglo veintiuno sabemos que es tanto natural como importante tener una vida sexual saludable – que considera indispensable el placer – y donde por su puesto, cada quién define qué es sano. Donde ya no hay tantos tabúes y secretos al respecto, y donde se respeta cada vez más las inclinaciones sexuales de cada persona. Donde a pesar de aún tener mucho camino por recorrer, el respeto a la diferencia va ganando espacio.
Entonces ya no podemos hablar sobre la lujuria en los mismos términos que antes. Así pues, la lujuria vamos a concebirla como la acción que presuntamente no debería realizarse por impropio al ser extravagante o desmedido que es un pecado especialmente por el daño que podamos hacer al otro para conseguir goce, al abusar de ellos, aprovecharnos de la inocencia o de gente que por su situación tiene que someterse.
La lujuria en nuestros tiempos va más allá del placer, y se acerca al tipo de placer y el nivel de placer que trasciende la sanidad y se convierte en algún tipo de perversión tanto en lo sexual como en otras esferas de la vida.
Podría ser que la lujuria en nuestro tiempo sea el deseo de tener todo lo lujoso que se acerca a lo extravagante, a lo indecente por las dimensiones y repercusiones que tienen a nivel social.
Todos hemos visto en redes sociales famosos, influencers, millonarios… llenos de bienes y de viajes sobredimensionados, costosos y que se muestran como super exclusivos a los que los mortales no vamos a poder acceder pero que soñamos con tener.
Publicaciones que nos venden la verdadera felicidad y nos hacen sentir encerrados en una cotidianidad y monotonía muy lejos de ese sueño. Compramos ese sueño de felicidad sólo para añorar una realidad paralela a la que no podemos ingresar. Trabajamos y vivimos buscando llegar a tener eso que tanto deseamos. Y cada vez que logramos conseguir algo que creemos es un paso para llegar a esa felicidad, vemos que se sube la exigencia, se sube la apuesta, se aleja nuestra meta final.
Esta es la nueva versión de la prohibición. Nadie nos dice que no podemos tener los lujos que vemos en otros, pero cada vez nos exponen a más y mejores versiones de mundos lujosos y estilos de vida que quisiéramos tener pero que están cargados con ese mensaje subliminal que nos dice que jamás podremos obtenerlo.
Cada día nos hacen desear eso que no podemos tener, y eso también es lujuria. El drama es que nada de todo lo que queremos tener de esa felicidad que nos venden con lujos y excesos nos hará felices, y esa es la trampa.
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*Economista, especialista en gobierno, gestión pública, desarrollo social y calidad de vida.
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