Por: Rubby Flechas/ ¿De qué nos hablan los pecados capitales? Más allá del dogma religioso, han sido normas de convivencia que prevalecieron por el tiempo y son parte de nuestra historia. Se convirtieron en las actitudes menos deseables y más bajas del hombre por ser un riesgo para actuar de manera incorrecta. ¿Estaremos cuidándonos como sociedad de no caer en ellos?
Desde 1975, la obesidad se ha casi triplicado en todo el mundo[1]. Y según la OMS, no es raro encontrar la desnutrición y la obesidad coexistiendo en el mismo país, la misma comunidad y el mismo hogar.
El sobrepeso es una condición que se ha convertido en uno de los factores de riesgo metabólico fundamentales que aumentan el riesgo de sufrir de una o varias, de las cuatro principales enfermedades crónicas no transmisibles más peligrosas del mundo como las enfermedades cardiovasculares, diabetes y cáncer.
Del sobrepeso y la obesidad se ha hablado mucho en lo superficial pero poco en lo profundo. Muy poco en las bases y las causas más estructurales. Hablamos de una persona con sobrepeso y la culpamos de su suerte, podemos considerar que es falta de fuerza de voluntad, y que es el resultado de la gula.
Hablamos del pecado de la gula cuando consideramos que es una falta higiénica que muestra el poco cuidado que se tiene del cuerpo. Cuando es una acción egoísta y deliberada donde solo unos pocos pueden acceder al alimento. Y más recientemente, la gula se ha transformado en un pecado estético donde no comer, es la otra cara del mismo pecado en el que caen quienes sufren trastornos alimenticios.[2]
Sin embargo, creo que este pecado ha transmutado en algo particular: la industria alimentaria es el personaje más goloso de la historia reciente. Por otro lado, nuestro pecado puede ser haber perdido parte de la conexión con nuestra necesidad de nutrirnos y muchas veces comemos para esconder el hambre.
Aunque en Colombia somos afortunados por la facilidad para acceder a alimentos frescos a precios amigables, así como aún contar con una cultura de cocinar en casa, no es el caso de muchos países del primer mundo. Nuestros referentes de sociedad exitosa que en este caso debe ser nuestra guía sobre lo que no debemos permitir.
Uno de los países donde más se ha estudiado el sobrepeso es en Estados Unidos, y se ha encontrado que la obesidad se concentra principalmente en los grupos minoritarios y en aquellos con niveles socioeconómicos bajos[3].
Largas jornadas laborales, trabajo extenuante, estrés, ansiedad, depresión, poca actividad física, presión social, largos trayectos hacia el trabajo, desinterés o desconocimiento por cocinar, poco tiempo para comer, bajos ingresos y altos costos de alimentos frescos, son variables profundamente conectadas con las dinámicas nocivas y hábitos dietarios malsanos de muchas personas.
Es imposible vivir al ritmo de una ciudad hiper convulsionada sin tomar atajos. La comida rápida, los alimentos procesados, pre cocidos, enlatados, embutidos, bebidas energéticas, azucaradas son formas igualmente hiper rápidas de acceder a alimentos doblemente llamativos. Están listos o casi listos para ser consumidos – como mucho debe usarse el horno microondas o el horno un par de minutos – y es mucho más económico – tanto en dinero y tiempo – que alimentos frescos que deben ser cocinados. Pero, sobre todo, son mucho más baratos los alimentos procesados que los frescos, sobre todo para las personas con menores ingresos.
Tan grande es la diferencia y la carga económica que en muchos de esos países solo los hogares con ingresos medio- altos tienen la capacidad adquisitiva para alimentarse con frutas, verduras y proteínas frescas, aunque no siempre. Ahora bien, si entramos al mercado de lo orgánico, este es prácticamente un bien de lujo.
En muchas circunstancias la obesidad no es una elección, es una consecuencia indeseable de la inequidad social tanto en educación e información, como en posibilidades de un mercado laboral justo y equilibrado, y una regulación más fuerte tanto con impuestos como con información clara sobre los alimentos procesados y las advertencias claras sobre su consumo.
Lo interesante es que en nuestro país la tendencia a la obesidad parece presentarse en estratos medios, más que en estratos bajos. Posiblemente porque en nuestro caso es más económico cocinar alimentos frescos que comprar productos procesados. Eso, sin contar con que no somos tan sedentarios como en el norte de América. Así que parece que nuestra elección de alimentos parece ser un acto irracional considerando que invertimos la lógica de países como Estados Unidos.
Somos el alimento y la presa fácil para la industria de procesados tanto por nuestras capacidades económicas, como por la desinformación sobre hábitos de vida saludables. La hiper estimulación de publicidad de alimentos procesados que venden un estilo de vida “saludable” nos tienta con la magia del marketing que no nos cuenta los efectos colaterales del consumo de conservantes, sodio, azúcar añadido, entre tantos otros.
Quieren consumirnos uno a uno a través de malas decisiones alimentarias y más dependencia hacia productos o subproductos alimenticios que llenan mucho, pero nutren poco.
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*Economista, especialista en gobierno, gestión pública, desarrollo social y calidad de vida.
Twitter: @rubbyflechas
Instagram: @rubbyflechas
(Esta es una columna de opinión personal y solo encierra el pensamiento del autor).
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[1] Organización Mundial de la Salud. (2020) Obesidad y sobrepeso.
[2] Fernando Savater. (2005) Los siete pecados capitales.
[3] Karina Acosta. (2020) La obesidad y su concentración según nivel socioeconómico en Colombia. Revista de Economía del Rosario. Vol. 16. No. 2. Julio-Diciembre 2013. 171-200