Por: Óscar Prada/ Para Duverger -jurista y politólogo francés-, el poder lo conforman dos elementos fundamentales: el primero, es el pie de fuerza para hacer cumplir las obligaciones; y el segundo es la creencia de ser valedero y justo obedecer dichas obligaciones. De lo anterior podemos afirmar que la convicción de obedecer las obligaciones, se puede concretar como la legitimidad del poder propiamente dicha; ya que una cosa es tener el poder material, que es más bien la fuerza como tal; y otra muy distinta es que los individuos crean que es bueno y justo obedecer a dicha imposición. En síntesis, la validez o legitimidad del poder está condicionada por la imagen que se tenga de aquel, frente al imaginario de poder justo que tenga la sociedad en que se ejerce; en pocas palabras, el poder propiamente dicho es legítimo si la sociedad considera que es bueno y justo acatarlo, percibiéndolo como un bien común que favorece a todos y no solamente, a unos pocos.
Seguidamente, es pertinente comenzar una etapa reflexiva mediante la conducción a las siguientes situaciones: al pagar un peaje, al cancelar los impuestos, al retirar el dinero de una entidad bancaria, al cancelar las multas e infracciones; de las anteriores cabe preguntar ¿los colombianos pagan sus obligaciones frente al Estado gustosamente?, ¿Es reciproco el Estado con respecto a sus contribuyentes?; la respuesta al igual que en anteriores escritos es un, ¡No!, de proporciones mayúsculas; en la mayoría de los casos, por no afirmar que en su totalidad se asevera que el dinero de los contribuyentes no va a donde se requiere, las vías se encuentran en precarias condiciones a pesar de estar gravadas con peajes, los impuestos de diversa índole no subsanan las necesidades que manifiesta la sociedad y en contraste es evidente el desfalco implacable a las arcas estatales de una manera monstruosamente expedita y efectiva, socava la confianza del pueblo en la administración pública.
La legitimidad del poder se cosecha y se gana poco a poco; sin embargo, perderla solo cuesta unos instantes para erosionar la confianza colectiva; especialmente en el momento de desafiar el derecho más impórtate del individuo que es la vida misma. En el momento de realizar trámites engorrosos con filas interminables para recibir un rechazo rotundo en una ventanilla inmisericorde, donde se imprime el desprecio total por la vida del ser humano-en situación de subordinación absoluta -, hace que siembren las semillas del odio; la violencia económica de manera sagaz, siembra las semillas de la desigualdad y la ruina; la total desconexión e indiferencia de las administraciones, siembra la semilla de la desidia; el precario acceso a la justicia por medios agiles al ser un derecho fundamental, se configura como el terreno estéril del abandono estatal en sentido amplio. Lo anterior materializa que la cosecha de legitimidad no sea buena; sino todo lo contrario nada bueno pudiese germinar de tan deshonrosa siembra, comparándose más a un castigo del someter a las personas del común a consumir los frutos de la mezquindad estatal como ración diaria.
La dificultad legitima, que enfrenta hoy la sociedad es, el no reflejarse en aquellos que ostentan un poder legítimo; por ende, es tan comparable como el caso de aquella persona que entra en crisis nerviosa al verse por primera vez después de sufrir un grave accidente que deformo su rostro. No es nueva esta crisis de identidad del pueblo colombiano, deviene desde nuestros orígenes como sociedad.
Somos una sociedad producto de un genocidio sistemático y abusos sexuales a nuestros antepasados; somos una sociedad cimentada en la legitimidad del poder por la fuerza material, mas no de la fuerza argumentativa; somos una sociedad que vela por la individualidad porque no nos vemos de manera colectiva; por ello se evidencia a diario el desprecio por el bien público, el egoísmo al no ceder un puesto en el transporte público, el desdén de pagar impuestos, la indiferencia al presenciar un hurto en la calle, la intolerancia de la opinión de los demás y la incredulidad a las instituciones públicas, entre otros muchos.
Los colombianos como la mayoría de los seres humanos esperan la reciprocidad por parte del Estado en el momento de dar un aporte con sacrificio; se sobreentiende que sea el Estado mismo que lo retribuya y acuda en los momentos de dificultad; por el contrario, lo anterior se incumple con creces al ignorar la situación apremiante de muchos y solventar la situación de poquísimos. En síntesis, y de forma paradójica, la administración le pide socorro y clemencia a los más afectados que el mismo gobierno ignora; la anterior incoherencia es tan semejante como aquel que le pide prestado un fuete a otro, para eventualmente fustigarlo con el mismo; o tan semejante como aquellos congresistas que no ceden de sus desmesurados salarios y privilegios, pero afirman que el salario mínimo es suficiente para vivir dignamente y tributar sin medida.
Criticar y mirar los yerros es muy sencillo; deficiencias siempre existirán, así como la misma inconformidad. Críticos y expertos afirman que la actual administración se le atribuyen los problemas de la nación casi desde su concepción. La respuesta es ¡sí!, y esta afirmación vehemente no se basa en que se adjudique de manera arbitraria la responsabilidad a la actual administración; sino todo lo contrario, el actual gobierno en cabeza del presidente, representa la persona jurídica del poder ejecutivo y como representante de este poder y en cabeza de la facultad ejecutoria de la nación debe encargarse de resolver la situación actual por más antiquísima que sea, y por más grave que sea, y la debe resolver muy a pesar de que su componente de responsabilidad personal sea poco o mucho. La faceta del primer mandatario debe fungir como servidor de la nación y tarea es sacar pecho en las malas situaciones con mucho más ímpetu, que en los triunfos.
La elección de las mayorías para alcanzar el cargo presidencial, le confieren poderes que debe usar en pro del bien común que se otorgan por mayoría de votos; en yuxtaposición, gobernar en cuerpo ajeno, con la creencia de que se ejecutaran las premisas de la misma manera, como si fueran realizadas por su ponente principal, no es algo nuevo en Colombia. Es una devoción con unos costos políticos muy altos, especialmente en tiempos de crisis; situación en la cual el capital político y el carisma del mandatario brillan con luz propia. En la prosperidad el conjunto irradia luz y no se distingue con seguridad quienes emanan claridad; caso contrario en el acontecer de la crisis, es donde los mandatarios deben fungir como faros que orientan y encausan a la sociedad para no caer en el caos, y no en mordazas que generen la histeria colectiva en medio de la oscuridad.
El uso de la fuerza, debe realizarse de manera proporcionada en razón de la situación, y de manera tajante se hace énfasis en este escrito que la intensión de la autoría no es legitimar; sino rechazar el uso de la violencia sin importar su origen. Simplemente al realizar un análisis de la problemática de la legitimidad del poder, es más sencillo realizar una lectura acorde al acontecer reciente y verificar si las últimas actuaciones de sus protagonistas llevaran a buen término a tan compleja situación. Por ende, para finalizar y concluir, ésta no es la primera vez que la una administración tiene una falla; por el contrario, la falla que debería ser una excepción se ha convertido en una generalidad; sin embargo, se debe analizar lo siguiente ¿es más legitimo el poder por la fuerza o por la voluntad?, ¿Los errores administrativos se reivindican con voluntad o fuerza?; el constructor de sociedad debe ejecutarse por medio de ¿voluntad o fuerza?
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*Ingeniero Civil, estudiante de Derecho.
Twitter: @OscarPrada12