Por: Adrián Hernández/ Aunque todos lo sabemos, casi nunca hablamos de ello; pasa como cuando alguien está involucrado en un chisme: todo mundo lo sabe, menos el directamente implicado. Lo cierto es que: El Covid-19 ha traído un mensaje que nos regresa a lo profundo del ser humano, su espiritualidad.
Quienes ya nos hemos tenido que enfrentar con la presencia de este visitante y su inverso mensaje, el solo hecho de saber que en nuestro cuerpo o en el cuerpo de nuestro ser querido existe una amenaza que puede ser mortal, nos lleva de inmediato a formularnos las grandes preguntas que componen la experiencia espiritual. La situación se puede analizar desde las dos partes integrantes del hecho, del lado de quien padece la enfermedad y del lado de quien acompaña. Del lado de quien está padeciendo directamente y en su cuerpo la afectación, las preguntas que llegan con la presencia del virus son, entre otras: ¿para qué nací ?, ¿cuál es el sentido de estar aquí y ahora?, ¿para dónde voy en la vida?, ¿Qué me falta por hacer? Y del lado de quien está asistiendo y acompañando a su familiar que por lo general es un ser amado: ¿será esta la última vez que le voy a ver ?, ¿ha llegado la hora de separarnos?, ¿qué más nos faltó por hacer y por vivir juntos? Desde ambas partes se clama para que la vida aún no se apague, porque nos faltan sueños por cumplir.
Las anteriores preguntas junto con otras, han sido ampliamente estudiadas en lo que hoy se conoce como Inteligencia Espiritual. El tema no es nuevo, de hecho, hay evidencia que muestra que el Homo Sapiens que habitó las colinas de la cueva de Stadel, en Alemania, hace unos 40.000 años atrás ya lo sentía y así lo dejó evidenciado en una figurilla encontrada en 1939 y que se ha llamado el hombre León o la mujer Leona. Los arqueólogos, si bien no han descartado la capacidad artística de Homo, tampoco han cerrado la puerta a que algunas situaciones extremas de la vivencia del Sapiens tales como el encuentro con hambrunas o con épocas de intenso frío, donde la vida de muchos seres queridos se perdía, donde había la experiencia de la separación y la vivencia de lo que hoy se denomina el duelo, le llevó a contemplarse a sí mismo como un ser trascendental capaz de imaginarse perenne y por eso se visualizó mitad ser humano y mitad León.
Se podría especular sobre el hombre León y permitirnos hacer unas preguntas a manera de hipótesis que pudieron hacerse hace 40 mil años aquellos familiares primitivos: ¿es la vida algo relativamente fugaz, nuestros seres queridos son definitivamente prestados?, ¿cuál es el mejor tiempo para vivir en plenitud? y la respuesta para aquellos es un rotundo sí y ahora; ahora bien, si nos hacemos hoy y para nosotros las mismas preguntas, las respuestas paradójicamente son las mismas. Sí y ahora. El tiempo parece no haber pasado, a pesar de los cambios y los desarrollos tecnológicos en los que nos encontramos.
Lo cierto es que 42.000 años después y puestos de frente a esta situación límite que estamos atravesando, quienes hemos superado esta visita nos queda esa sensación de perennidad del Homo Sapiens, más luego de haber andado por el filo y de tal vez todavía no era la hora. Y entonces la sensación es de ¡caramba!, me salvé de estas y todavía tengo una segunda oportunidad para reeditar mi vida y a lo mejor hasta mi relación de pareja o de familia. Cita que no se puede aplazar. Sin embargo, hay también quienes lamentablemente la segunda oportunidad no llegó y las mismas preguntas ahora quedan en quien continúa viviendo en forma de nostalgia y otras sensaciones de frustración y desencanto.
Cuando una situación límite llega, en este caso un virus, y nos deja ver lo frágiles que somos es cuando la misma vida y desde dentro nos hace de nuevo un llamado: vive intensamente, pero no des pasos sin dejar huella, no heridas; no sabemos si habrá un nuevo día ni para mí ni para el ser que amo. Esta pandemia nos ha dejado en evidencia que la igualdad de condiciones se da y nadie es la excepción; hoy han muerto ministros, obispos, sacerdotes, pastores y muchos de cientos de miles de personas de distintos estratos socioeconómicos. A muchos les ha dado la oportunidad de hacer una corta evaluación de la existencia, a otros no, a unos nos ha dado la alegría de seguir con nuestro eres amados, otros han tenido que llevarlos a la tumba sin ni siquiera poderlos volver a ver.
Para volver con el tema de la Inteligencia Espiritual, su práctica se da cuando se incrementa la oración, la contemplación, la compasión, la autocompasión, la gratitud y otras más capacidades y habilidades que todos los seres humanos poseemos independientemente de nuestro credo religioso e incluso para quienes no tienen. Porque cuando hablamos de Espiritualidad no estamos hablando de religión, pero dentro de los efectos positivos en la vida de quien la desarrolla hay un aumento de sensibilidad y amor por la vida.
Se me ocurre bajo esta perspectiva, que este mensajero del siglo XXI ha venido para recordarnos muchas cosas, por ahora sólo voy a enumerar dos:
Nadie es dueño de nada: Nos hemos apropiado de todo cuanto existe, porque perdimos la dimensión de Unicidad, esto es que todos los seres vivos de este planeta nos necesitamos entre sí, por eso el abuso y el exceso son prácticas que deben ser recogidas, de lo contrario nadie podrá seguir. Es que el tema lo volvimos absoluto, poniendo incluso la vida por debajo de la consecución de riqueza y propiedad, como si de verdad fuéramos eternos y diferentes a todo cuento existe. Al respecto podremos terminar nuestra existencia con mucho dinero y un planeta desolado y a nivel individual, un viejo campesino alguna vez me enseñó: al final “unos son los que sudan y otros son los que se comente el sudado”. Veamos cuánto reverdeció el planeta con habernos confinado unos meses. Hay quienes dicen que las emisiones disminuyeron en este periodo y que estuvieron en un 5 % menos.
No nos pertenecemos. Todos somos prestados, ¡vive lo que vives y vive lo que vivas! Nos olvidamos del aquí y del ahora, andamos en un movimiento oscilatorio entre el pasado y el futuro. Pegados en lo que ya pasó o que puede ser que no pase. Acá necesitamos más besos, más abrazos, más te amo, más lo siento, me equivoqué, perdóname. Hacer de cada hogar un pequeño cielo, de cada pareja la encarnación plena del amor. No podemos aplazar la oportunidad de ser felices. Mi padre, mi madre, mi hijo o hija, mi esposa o mi esposo, mi familiar mi ser querido e incluso yo, somos un abrir y un cerrar de ojos. La vida es demasiado frágil.
Para nosotros los Deistas, nos surge una pregunta: ¿Cómo le puedo ayudar a Dios? Y se me ocurre que la respuesta es menos prédica y más vivencia, porque si hay algo que este visitante del siglo XXI me ha dejado claro es que no hay nada más poderoso que el amor.
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*Filósofo y teólogo. Psicólogo de la Universidad Nacional. MBA Inalde Bussines School. Director Programa Inteligencia Espiritual Medirex.
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