Por: Carlos A. Gómez/ Lo que pasó con Cali hace una semana es producto de una olla podrida que por años ha estado hirviendo en la capital del Valle del Cauca. Un silencio nervioso ha sido el protagonista de una realidad que todo el mundo sabe pero que nadie se atreve a denunciar.
Cali, por su ubicación privilegiada, tiene dos rutas que son importantes para el negocio del narcotráfico. Primero, tiene el aeropuerto internacional Alfonso Bonilla Aragón ubicado en el municipio de Palmira. Y segundo, tiene el puerto de Buenaventura donde se conecta con el océano Pacífico.
La capital del Valle del Cauca es el lugar perfecto donde los capos del narcotráfico pueden vivir sin mayores problemas. Cali tiene una desafortunada historia del contexto de los maestros que se iniciaron en el delicado negocio de las drogas a principios de los años setenta. El famoso Cartel de Cali era liderado por los hermanos Orejuela, quienes comenzaron a controlar el tráfico de la droga y fueron los primeros en diseñar las rutas internacionales de comercio para la cocaína.
Después que se logró diezmar los carteles de Cali y Medellín con la muerte de algunos de sus líderes o con la captura y extradición en el caso de los hermanos Orejuela a EE.UU. nacieron nuevos capos que mantuvieron el poderío del negocio de las drogas.
El patio de las casas que tienen en Cali es tan grande que llega hasta el departamento del Cauca, donde mantienen los cultivos de coca y con los que se procesa la droga que es enviada de muchas maneras a los EE.UU., Europa y Asia. Tener la finca de producción tan cerca es un privilegio. Entran, salen y distribuyen sus negocios entre los que se encuentran las armas de corto y largo alcance. Sus camionetas inspiran corridos prohibidos y recuerdan la época triste de los carteles, que se paseaban y exponían sus armas como si se tratara de un juego de Paint Ball de barrio, como se vio hace unos días con ocasión al paro.
Uno de los nuevos ‘aliados’ de los narcotraficantes del pacífico es China, quien ahora vende grandes cantidades de mercancías que les permiten el lavado de dinero por medio de empresas legales y de fachada que reciben, precisamente por el puerto de Buenaventura, los contenedores con los que hacen el ‘lavado’ del dinero producto del narcotráfico en mercancía legal que es vendida en la sucursal del cielo y en el resto de país.
No es posible que ahora algunos ciudadanos y las entidades públicas se manifiesten en contra del vandalismo producto de las protestas. En Cali, muchos establecimientos del sector público o privado han sufrido daños, pero el odio o la queja en contra de estos hechos ojalá no anestesie la memoria cuando el vandalismo de la corrupción es mucho mayor que los actos vandálicos en Cali y muchas otras ciudades. Varios billones de pesos han sido robados de la manera más descarada y de frente que también se tendrán que recuperar con los impuestos.
Es precisamente la sucursal del cielo ahora un hogar magnífico para la tradición que no ha querido desaparecer de la cultura del narco. Exhibir las armas, camionetas y mostrar quién tiene más poder usando armas de fuego parece que es un estilo que algunos líderes políticos no quieren que desaparezca.
Para muchos, la única forma de ser escuchados es convocando a marchas con paro incluido. Negar que existe un divorcio entre lo que piensa el gobierno y lo que piensa el pueblo es evidente. Las realidades sociales, económicas y ambientales gritan con desespero ser escuchadas, pero como toda relación que se encuentra en la etapa de divorcio es difícil ahora entrar en diálogo porque existen recuerdos de la relación que hieren.
La situación de la Cali pachanguera es lo que en otras ciudades también se vive pero que nadie quiere sacar a la luz. El silencio continuará hasta las siguientes elecciones presidenciales.
*Ingeniero Industrial y Magister en Responsabilidad Social y Sostenibilidad
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