Por: Jairo Vargas León/ Con ocasión de la muerte del legendario fundador y director de la orquesta más emblemática de la salsa la Fania All- Stars, acaecida en la primera quincena de febrero del 2021, el cantante panameño Rubén Blades expresó en su cuenta de Twitter el siguiente mensaje: “Acabo de recibir información indicando que el dominicano Johnny Pacheco, flautista, arreglista, compositor y líder del grupo «Las Estrellas de Fania», acaba de mudarse «al otro barrio»…”. La alusión de Blades refiriéndose a un lugar citado muchas veces en la melodía salsera invita a examinar la connotación que tiene el “barrio” en la composición musical.
La salsa, no es un solo ritmo, son todos los ritmos, es un receptor de melodías del caribe, donde cabe el bógalo, el chachachá, el guaguancó, el son, la charanga, la bomba, el tamborito, es decir ritmos de los diferentes migrantes que llegaron a Nueva York, La salsa representó la totalidad de tendencias que se reunieron en el barrio como el lugar donde confluyeron todas estas expresiones dándole una impronta que responde a la combinación de letras, melodías, ritmos en las que se relata la cotidianidad de sus habitantes.
La salsa surgió en los barrios latinos de Nueva York, en sus primeros acercamientos la juventud ‘coqueteó’ con el rock, enajenada por la publicidad gringa, no obstante, era una música que no interpretaba su desarraigo, menos su autenticidad. Su gran salvavidas fue la salsa como lenguaje que cantaba sus vivencias, sus pesares, sus angustias, los dramas que sentía la población migrante en la gran manzana.
Los latinos de Nueva York llegaron del Caribe inicialmente de Puerto Rico, en la década del sesenta el sueño americano atrajo a pobladores dominicanos, panameños, colombianos y cubanos, todos ellos formaron una sola comunidad. La música que produce el barrio latino de Nueva York es eminentemente caribeña, y el Son que se había posicionado desde inicios del siglo veinte marcaba una identidad propia de la región caribe.
Uno de los cantantes más representativos fue Pete el Conde Rodríguez, en su melodía recitaba una convocatoria de identidad libertaria: “Pueblo latino/ de cualquier ciudad/ ha llegado la hora de la unidad/ ha llegado la hora del estrechón de manos/como protección”. toda la música popular que desarrolló el Caribe en este período tuvo su origen fundamental en los barrios
El barrio latino de Nueva York tenía las mismas características de cualquier barrio del caribe, rasgos de miseria, marginalidad, pobreza, violencia, por ello la necesidad de crear una identidad cultural en el migrante era similar a la que sentían los habitantes de Bogotá, Caracas, ciudad de panamá, Quito o Lima.
La hermandad latina de Nueva York tenía especial relevancia en barrios como Spanish Harlem y el South Bronx que fueron el epicentro de ritmos antillanos, guajiros y campesinos, los cuales servían de diversión a muchos migrantes que frecuentaban los salones de baile.
Estas particularidades y rasgos también se asentaron en los barrios de Latinoamérica a través de conciertos, discos, sin embargo, la radio fue el vehículo más eficaz para posicionar el sabor latino en un proceso cuya simbiosis entre los barrios dispersos en los diferentes países construyó una identidad en su morfología urbana desde la cultura musical.
Por ello cuando Héctor Lavoe canta Che Che Cole está convocando a los latinos sin ningún distingo: “Ven aquí vamos a bailar/ que todos somos hermanos/ lo bailan en Venezuela/ lo bailan en Panamá/ Este ritmo es africano/ y donde quiera va acabar/”. Acaso cualquier Latino no se siente identificado en el ritmo jacarandoso desde cualquier ciudad Latina que ha expandido a través de las ondas sonoras una composición que enerva su alma henchida de orgullo o de nostalgia.
El retrato de otras vivencias del paisaje urbano se tipifican en Arquetipos como: el camaján, el bacán, el desocupado, el libertario o un emergente que quiere sobrevivir sin importarle la legalidad, lo expresa Rubén Blades en Pedro Navaja: “Por la esquina del viejo barrio lo vi pasar/ Con el tumbao que tienen los guapos al caminar/ Las manos siempre en los bolsillos de su gabán/ Pá que no sepan en cuál de ellas lleva el puñal/ Usa un sombrero de ala ancha de medio lado/ Y zapatillas por si hay problema salir volado/.
Cuanta informalidad urbana se siente inmersa, representada en uno de estos prototipos, cualquiera mira con complacencia la crónica de Rubén que relata el trasegar en cualquier lugar ruidoso o deshabitado en la urbe latinoamericana.
Cuantos migrantes no se sienten identificados en su desplazamiento con quien abandona su terruño por explorar otras oportunidades o por huirle a la desesperanza, en una melodía con gran sonoridad interpretada por el conjunto Casino le canta al desarraigo “Se divisa un cafetal y más arriba un bohío/ Pero todo está vacío/ solo se escucha el ladrar se marcharon los Rodríguez/ no se sabe para dónde/ dejaron su terruñito/ huyeron del monte”. En EE.UU. hay alrededor de 60 millones de hispanos equivalente al 18 % de su ´población, es la penetración cultural desde la periferia que ha transculturalizado la cotidianidad del Tío Sam.
El proceso se ha dado en doble vía, hay que mirar como desde los países latinos se produce la musicalidad urbana que permea al norte, salsa urbana que muestra la identidad de un pueblo segregado y con carencias sociales como lo es Buenaventura, la canción Buenaventura y Caney lo evidencia: “Que sepan en Puerto Rico que es la tierra del jibarito/ a Nueva York hoy mi canto/ perdonen que no les dedico, a Panamá, Venezuela, a todos/ todos hermanitos, el Grupo Niche disculpas pide pues, no es nuestra culpa/ ”. ¿Acaso somos niches?
El símbolo mítico de la soledad, el abandono de los humildes se siente en la canción de Willie colón, en su tema “el día de suerte”, cuya paradoja relata la vivencia: “Pronto llegará el día de mi suerte/ la esperanza de mi muerte/ seguro que mi suerte cambiará/. Cuando niño mi mama se murió. Solito con el viejo me dejó”. Ello representa el sentido de la vida del barrio, la incertidumbre de la sociedad frente al abandono social.
En otras latitudes se puede registrar en Colombia la salsa urbana, oiga, mire, vea, tema de Guayacán orquesta, “si va al barrio Obrero se vuelve rumbero”, un barrio caleño con más de un siglo de existencia donde su espíritu de fiesta y baile brota en su epidermis social. Cabe también citar Los nichos que emanaron salsa urbana en diversos lugares: la troja y el rancho currambero en Barranquilla; donde fidel y Quiebracanto en Cartagena; Rumbantana en Medellín; el goce pagano en Bogotá; Cali Son en Bucaramanga; el célebre Boogaloo en Barrancabermeja son la reafirmación como en la geografía nacional la salsa urbana ha paseado por las ciudades y se entrometió en la cultura barrial del país.
La reafirmación del barrio la describe Mario Benedetti en su poema:” si uno busca trocitos de pasado, tal vez se halle a sí mismo ensimismado, volver al barrio siempre es una fuga”. Indiscutiblemente la salsa es el mejor escape, nos impregnamos de melodía porque desde el barrio… ser salsero constituye un acto de identidad.
*Abogado-Economista, Magister en filosofía, Doctorando en Derecho, Docente Universitario