Por: Beatriz E. Mantilla/ A lo largo de la historia de la humanidad la mentira, el engaño y autoengaño han sido una constante, consciente o inconsciente, de afrontamiento de la realidad. Y ese es precisamente el tema que me inspiró leer en la agenda informativa de las últimas semanas situaciones tales como: la renuncia de Miguel Alejandro Calderón Chatet luego de tomar dos decisiones equivocadas graves: falsear su hoja de vida y aceptar el nombramiento en el cargo de gerente General de EPM; la radicación del proyecto “Ley de Solidaridad Sostenible; el registro acerca de que Colombia tiene ya cerca de 70.000 muertos por covid-19; “No fue una fiesta, fue una misa de cumpleaños”: gobernador Mauricio Aguilar; “A los 68 años, puedo decir que jamás he mentido”: Álvaro Uribe ante la justicia colombiana, entre otros.
En el desarrollo de la historia de la filosofía, son muchos los pensadores que han intentado aportar su reflexión al concepto del engaño. San Agustín distinguió ocho tipos de mentiras: 1. las mentiras en la enseñanza religiosa; 2. las mentiras que hacen daño y no ayudan a nadie; 3. las que hacen daño y sí ayudan a alguien; 4. las mentiras que surgen por el mero placer de mentir; entre otras; Tomás de Aquino, por su parte, planteó tres tipos de mentiras: la útil, la humorística y la maliciosa.
Mentir se convirtió en un arte, de hecho, en algunos contextos se ha creído que para ser una figura política, pública, se debe dominar el arte de mentir y por ello se ha considerado que para ser creíble la mentira debe parecer aceptable y organizarse de una manera racional. En la historia del engaño, se pueden enumerar a muchos embusteros célebres que se han labrado un prestigio gracias a sus técnicas, secretos y manipulaciones. Edmund en el León, la bruja y el armario; y el Armario; Raskolnikov el personaje de Fedor Dostoievski en Crimen y Castigo; Anna Karenina de Tolstoi; El Lazarillo de Tormes; Pinocho, Odisea, Yago (Otelo), o el Conde de Montecristo, El pastorcito mentiroso en la fábula abribuida a Esopo; si consideramos la literatura; Así como el ciclista Lance Armstrong en el campo deportivo; Clinton en el escándalo Lewinsky, entre una lista infinita que podría registrarse, como ejemplos en el campo de la mentira pública.
Desde el campo de la psicología, se dice que mentir a los demás y a uno mismo, es algo inevitable. Partiendo de que nuestras percepciones, influidas por factores internos y externos a nuestro organismo, falsean la realidad, hacen que mentirse a sí mismo sea natural e ineludible. De hecho, se plantea que los mecanismos del autoengaño desempeñan un papel importante en el mantenimiento de nuestro equilibrio fisiológico, psicológico y relacional. “La mentira puede tener un efecto benéfico ya que nos protege y nos ayuda a adaptarnos a la realidad”.
Ahora bien, en ese amplio espectro del engaño y la mentira, también es preciso considerar el autoengaño ese que nos convence de que la realidad es como quisiéramos que fuese y no como es. No obstante, ignorar la situación real puede conducirnos a una realidad distorsionada. En esta «ilusoria realidad particular», los que estamos fuera de ella y lo vemos con mayor objetividad, no siempre salimos bien parados. Romper la «verdad irreductible», no es tarea fácil. Y es ese fenómeno precisamente el que nos viene ocurriendo en Colombia, bueno también hay que reconocer que es un factor común en otras latitudes, y que nos tiene dando vueltas, giros y tensiones como si estuviésemos en un constante péndulo social y colectivo imparable en su movimiento y cada vez más acelerado.
La libertad como ese privilegio que se ejerce desde el libre albedrío nos lleva a tomar decisiones todo el tiempo y a asumir las consecuencias de ellas, en el caso del recién nombrado gerente general de EPM Calderón Chatet, las inconsistencias en su hoja de vida le llevaron a vivir el rechazo social, la denuncia periodística y política; a experimentar los señalamientos colectivos a su ética profesional que pasaron por alto los controles de los organismos de dicha entidad.
A nivel político la realidad del ejecutivo contrasta con las declaraciones del candidato Iván Duque durante su campaña a la Presidencia de la República periodo en el cual sus promesas tributarias indicaron que no tocaría a la clase media ni a las personas de más bajos recursos, sin embargo, su propuesta de gravar muchos de los productos de la canasta familiar que estaban exentos o excluidos del IVA van en dirección contraria, con la radicación del proyecto “Ley de Solidaridad Sostenible” en un contexto de absoluto declive económico como resultado de la pandemia y de las medidas de su gestión en detrimento de la reactivación para la adquisición de ingresos.
Cada día, al caer la tarde, los colombianos encienden el tv y en sus pantallas aparece Duque diciendo qué vamos bien en resultados de pandemia, a cifras del cierre de esta columna, nos acercamos a los 70.000 muertos. Este dato está aún lejos de ser aquel que será consignado en la historia como el costo que este país pagó como consecuencia de la pandemia Covid – 19. Contrario a lo enunciado por el mandatario, y de acuerdo con las estadísticas internacionales a 19 de abril de 2021, entre 194 países en el planeta, Colombia ocupa el décimo lugar con más de 2.652.947 contagiados; y el puesto once con 68.328 muertos, número que alberga la colectividad de fallecidos y que en realidad está compuesto por la historia única de vida de personas que debemos reconocer, recordar y celebrar como individuos. Al final, la cifra, fría y abstracta, es en realidad un testimonio doloroso e imponente que narra proyectos truncados y un número aún mayor de duelos que se esfuerzan por dar sentido a lo anormal que es desgarrar masivamente el ciclo de la vida para una generación. Y sin embargo, Duque ve con optimismo y asegura que vamos bien.
Como si fuera poco, nosotros, como sociedad y, al parecer, en un afrontamiento de desconocimiento de estas muertes, masivas, difíciles de vivir y explicar, que se fueron sumando una a una, resultando en decenas, centenas y miles de víctimas que merecen ser honradas por los sobrevivientes que tienen todavía en sus manos la posibilidad de evitar contagios, aplanar la curva, vacunarse y alcanzar el efecto de inmunidad de rebaño, seguimos saliendo a observar partidos a sitios públicos, a pasar horas y horas juntos, sin tapabocas, consumiendo cerveza para festejar unos torneos que ni siquiera son locales; celebrando cumpleaños y mintiendo, como si no pasara nada.
Y en este contexto, una de las figuras públicas llamadas a dar ejemplo por ser un servidor de lo colectivo, el gobernador de Santander, festeja en un edificio público su cumpleaños con cientos de funcionarios apostados en los pasillos y cantando a viva voz, muchos de ellos sin tapabocas, rancheras amenizadas por un conjunto de mariachis. Irónicamente, la reacción del gobernador a la denuncia hecha por el diputado Ferley Sierra, quien le increpó en el evento multitudinario por la violación a las normas para contrarrestar el contagio, fue decir que “no entiendo la razón por la que el miembro de la Alianza Verde quiere enlodar a esta administración. Yo, sí le pido que sea un poquito más respetuoso con los que lo eligieron, a quienes usted representa” y posteriormente, en rueda de prensa, aseguró que “no fue una fiesta, fue una misa” y que desconocía, no se tenía programada la visita de mariachis, aunque en el video publicado en redes por Sierra se percibe lo contrario, es decir, en ningún momento hay situación de sorpresa, de solicitud de documentos, o de estar sacando al mariachi o indicándole a la gente que se distanciara, no gritaran y se pusieran el tapabocas en dicho edificio público.
Ni qué decir del caso de Uribe, “A los 68 años, puedo decir que jamás he mentido”, no vale ni la pena exponerlo, su sola afirmación es la mayor evidencia de autoengaño; ni de citar al ministro Carrasquilla con su cuento respecto al valor de la docena de huevos. ¿Reír o llorar?
A nivel internacional podrían exponerse muchos casos, de hecho, admitir la verdad de forma exagerada o errónea también es una forma de ocultación o mentira: tal como ocurre en Cuba en donde hace dos años, se puso en vigencia una nueva Constitución y que en su artículo 5 dice: “El Partido Comunista de Cuba, único, martiano, fidelista, marxista y leninista, vanguardia organizada de la nación cubana, sustentado en su carácter democrático y la permanente vinculación con el pueblo, es la fuerza política dirigente superior de la sociedad y del Estado”. Definir como “democrático” a un partido que a su vez es “único” y “leninista”, y que tiene monopolio del manejo del Estado y del control absoluto de la sociedad, refleja los malabares ideológicos, dialécticos y argumentales de un sistema que no solo lleva 62 años de control férreo y totalitario del país, sino que cuenta con la complicidad y veneración de casi todos los partidos de la izquierda internacional, que exigen democracia y pluralidad en sus propios países pero aplauden con irrestricta adhesión al régimen que impone la carencia de libertades a los cubanos, un conjunto de mentiras colectivas.
¿Cómo entender todo ello? La única respuesta sensata que lo facilita la encontré en Rich, quien cita:
“El mentiroso vive con miedo a perder el control. No puede siquiera desear una relación sin manipulación, ya que ser vulnerable frente a otra persona significa la pérdida del control…El mentiroso está asustado. Pero todos estamos asustados… ¿cuál es el miedo particular que posee al mentiroso? Teme que sus propias verdades no sean suficientemente buenas… el mentiroso le teme al vacío… El mentiroso tiene muchos amigos, y lleva una existencia de gran soledad. El mentiroso sufre a menudo de amnesia. La amnesia es el silencio del inconsciente. Mentir habitualmente, como modo de vida, es perder contacto con el inconsciente.”
*Comunicadora Social organizacional y periodista; docente universitaria y consultora en asuntos corporativos y de Responsabilidad Social Empresarial.