Por: María Isabel Ballesteros/ Mantener el equilibrio en tiempos de tanto estrés, competitividad e inestabilidad pareciera una tarea complicada para la mayoría de nosotros, pues evidentemente el mundo exterior no siempre nos ofrece bienestar y seguridad y si hacemos una introspección es muy poco lo que hemos avanzado en ese balance entre cuerpo, mente y espíritu.
Desde el siglo pasado el cuerpo se convirtió en tema de culto, relacionado no solo con lo estético sino con la salud que ahora, gracias a los avances de la ciencia, nos permite gozar del índice más alto de esperanza de vida que haya existido, mientras la mente, hábitat del alma y centro de nuestro pensamiento, emociones y conciencia se vuelca cada vez en redes y medios, que muchas veces no filtramos e inducen nuevas conductas.
En cuanto al espíritu que comúnmente confundimos con el alma, tal vez por su naturaleza trascendental, conocemos poco o ignoramos que es la única fuerza sobrenatural que nos puede conectar con lo que está más allá de nuestra humanidad y que une nuestro ser con la inteligencia universal más amorosa, poderosa y única llamada Dios.
Lo relacionado con el espíritu o la espiritualidad pareciera no ser relevante frente a las demandas del cuerpo y la mente, que pueden satisfacerse de inmediato si se cuenta con los recursos o estímulos. De hecho, se ha estandarizado tanto ese pensamiento de gratificación que hemos desarrollado una cultura con muy poca tolerancia hacia la frustración, y cuyo resultado son las denominadas “generaciones de cristal” por su fragilidad ante lo adverso.
Para mí este problema tiene un trasfondo espiritual y las carencias en este aspecto generan en el ser humano un fuerte desarraigo, falta de empatía, sentido de la vida y esperanza, que no pueden suplir las experiencias superfluas en las que caemos incesantemente, buscando llenar los vacíos del alma.
En múltiples ocasiones también he notado que hablar de este tema no parece popular o lo hemos circunscrito, únicamente, al ámbito religioso cuando la fuerza del espíritu supera esas estructuras y quien se permite cultivarlo, puede experimentar una transformación mental (o del alma) y que puede influir, poderosamente, para curar incluso enfermedades cuerpo.
La desacralización que han impuesto las sociedades progresistas, a lo largo y ancho del mundo, también ha devaluado los temas espirituales ocasionando que muchas personas ya no distingan los límites entre la libre expresión y el respeto por todo aquello que siempre fue y será más elevado y digno entre nosotros, así se agoten todo tipo de recursos para desconocerlo.
Mientras cultivar el espíritu permanezca al margen, seguiremos teniendo una percepción poco profunda y trascendental de la vida, razón por la que para muchos no tiene valor y termina simplemente al morir, a pesar de que “Dios sembró eternidad en el corazón humano”, la cual experimentamos desde el nacimiento, pues en condiciones normales no queremos partir hacia lo “desconocido” y mucho menos “desaparecer”.
Por fortuna no solo permanecen las Escrituras como la mayor fuente de conocimiento espiritual para el mundo cristiano, sino que a través de las celebraciones religiosas los católicos podemos expresar nuestra profunda devoción por lo que creemos; sin embargo, muchas de estas fiestas y conmemoraciones son indiferentes para algunos de los nuestros, quienes no las viven de la mejor manera.
El rey Salomón expresó, en el libro de Eclesiastés, que “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora”. De hecho, él escribió estos versos significando que hay un tiempo apropiado para todas las experiencias humanas, ya sean agradables o no, y que están inmersas en las tres dimensiones de nuestra naturaleza caída, como son la vida, la muerte la búsqueda, la pérdida, la risa, el llanto, el duelo, la diversión, el amor, el odio, la guerra y la paz, entre otros aspectos.
Sus palabras de sabiduría claramente nos indican que cada momento cumple una finalidad y permite la realización de cada propósito para que el cuerpo, mente y espíritu se complementen, pero cuando “alimentamos” solo una o dos de estas dimensiones es imposible tener el equilibrio y plenitud, que puede darnos esa fuerza extraordinaria para enfrentar lo duro de la existencia y ver el mundo distinto, con la mirada de Dios.
*Asesora en Sistemas Integrados de Calidad
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