Por: Carlos A. Gómez/ Son las cuatro de la mañana. María se levanta como de costumbre. Al levantarse no tiende la cama ya que su esposo aún ronca. Va al baño y se ve en el espejo; nota su cara de cansancio y sueño. Piensa que podría dormir un par de horas más. Lleva años sin levantarse después de las ocho de la mañana, pero siente que es un privilegio que no puede darse. No tiene pijama, su esposo dice que no hay dinero para esas cosas. Usa para preparar el desayuno una licra y una camisa vieja; recoge su cabello con una moña que usa desde hace cinco años, la cuida porque solo tiene tres.
En la nevera no hay más que unos huevos y leche. Debajo del mesón de la cocina hay un gajo de cebolla larga y cuenta cuatro papas. María piensa que con eso puede hacer un caldo para empezar el día. Una hora después levanta a sus cuatro hijos, ya grandes: el mayor tiene 13 años, el segundo tiene 11, y los dos menores tienen 8 y 6. Todos deben estar listos para ir al colegio. Afortunadamente viven cerca, no tienen que gastar dinero para el transporte. Después de bañados y listos, todos se toman el caldo y salen después de las seis de la mañana para el colegio donde entran todos a las siete. Al mayor le da tres mil pesos para que compren para los cuatro algo de comer en el descanso. La escuela les da el almuerzo y eso es una preocupación menos para María.
Su esposo le levanta a las siete de la mañana, va directo al baño. Entre tanto, María aprovecha para tender la cama y ordenar el cuarto, recoge la ropa que dejó su hombre en el piso. Llegó tomado y es mejor recogerla y no decir nada, para evitar problemas. Cuando se sienta en la vieja mesa, pregunta qué hay de desayuno. María le sirve un huevo frito y se lo sirve con caldo y un pan; dejó lo mejor para el hombre de la casa. El esposo se despide a las siete y treinta y sale al trabajo. María dice que no sabe dónde trabaja él y mucho menos cuánto gana. Mientras que dé plata para los gastos, uno se conforma, dice María.
Después de dejar lista la casa, ella sale a su trabajo a traer dinero para los gastos de la casa. María trabaja por días, se dedica al oficio de limpiar las casas de cuatro familias en la semana. Con eso hace para ayudar y pagar los recibos y comprar lo que se requiera para los niños. Llevan viviendo en una pequeña casa de dos habitaciones en un barrio de Bucaramanga desde hace más de cinco años. Los dueños se la arrendaron porque eran conocidos de los padres de María. Es barato, dice ella, con lo poco que ganamos no nos da para buscar algo más grande y mejor. Aunque en el barrio se ve de todo, nosotros tratamos de no meternos con nadie.
María cuenta que hace unos años un señor, de donde trabaja en una casa en un barrio de los ricos en Bucaramanga, trató de abusar de ella. Ese día el dueño no había ido a trabajar porque supuestamente estaba enfermo. Después de que María había llegado a trabajar, como eso de las diez de la mañana, recuerda ella, el señor comenzó a llamarla para que subiera al cuarto. Le dijo que cerrara la puerta y no dijera nada, que si se portaba bien no le haría falta plata. María no volvió a esa casa.
Cuando regresa al barrio donde vive, pasadas las cuatro de la tarde, se encuentra con Sandra, su vecina. Ella le cuenta que anoche el esposo volvió a llegar drogado y borracho. Me pegó otra vez, le dijo Sandra. María le aconsejó que se fuera: eso no es vida, lo que usted tiene. Sandra le dijo que no tenía a donde ir, porque sus padres le habían advertido que no se metiera con ese man.
De regreso en la casa, María recuerda las veces que su esposo le había pegado. Recuerda que una de esas veces fue porque no había carne para la cena. El esposo le reclamo que qué hacia con la plata, si es que se la gastaba comprando esas vainas para echarse en la jeta. Llevan 15 años casados, y ha tenido momentos lindos, dice María. Mi esposo a veces es duro conmigo, pero yo lo entiendo, es que la situación no es fácil y él se pone mal cuando no hay plata. Una vez me dijeron que lo habían visto con una señorita joven, más joven que yo, pero no he podido ir donde él trabaja porque yo no sé donde es. Una vez se fue como dos semanas de la casa y nunca supe a dónde se había ido. Yo no le digo nada, para evitar. Yo pienso mucho en mis hijos.
María una vez fue a visitar a una psicóloga que le habían recomendado de la Junta de Acción Comunal de un programa del gobierno. Le contó lo que le había pasado con su esposo, pero le dijeron que hiciera una denuncia para que eso no le volviera a pasar. María se desanimó, porque me tocaría sola con los cuatro niños y yo no puedo sola, mi esposo me ha dicho muchas veces que yo no sirvo para nada.
Eso es mejor evitar problemas, ya uno se acostumbra y mi esposo muchas veces me ha dicho que va a cambiar y pues yo pienso en mis hijos. María saluda a sus hijos que llegaron del colegio, los atiende, les pide los uniformes para lavarlos y que se alcancen a secar para el día siguiente. Con lo que le pagaron ese día compró un pan tajado, queso y mortadela, toca mortadela porque el jamón es caro, lo dice riéndose.
Alista a sus cuatro hijos para dormir y espera que su esposo llegue viendo una novela, es con lo que me entretengo. No sabe si llegará prendido; si llega prendido, me toca portarme como él quiere.
María logra dormir a las doce y media de la noche.
María se despierta a las cuatro de la mañana del día siguiente…
*Ingeniero Industrial – Magister en Responsabilidad Social y Sostenibilidad.
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(Esta es una columna de opinión personal y solo encierra el pensamiento del autor).